AD.- El “combinado español” de practicantes del tiki-taka (en realidad, una especie de antifutbol de patio de colegio), ha afrontado su último partido de la forma más humillante posible: con una indumentaria que nada tiene que ver con los colores tradicionales del uniforme y sin que aparezca por ninguna parte símbolo nacional visible, ya ni siquiera camuflado. Mientras, los jugadores marroquíes hicieron ostentación de sus símbolos y colores hasta en los gallumbos.

Ocurrió lo que era de esperar de una selección en la que brilla la total ausencia de cohesión entre líneas. Un equipo de niñatos,  feminizado y sin hombres de verdad. Una defensa desarbolada, sin la menor sensación de orden y de progreso. Un centro del campo incapaz de organizar el juego de ataque, que necesita veinte golpes para hacer avanzar veinte metros el balón. Una equipo en su conjunto más flojo que un diputado en el Congreso. Un portero sin autoridad, jugando en el alambre, que nos pone al borde del infarto cada vez que tiene el balón en los pies. Debería vestir de can-can.

La culpa de este desastre sin paliativos es, entre otros, del seleccionador, un chulo mal encarado con pinta de macarra, con barba a corros y muchos tatuajes floridos. Luis Enrique es el máximo culpable del desaguisado. Un fulano que ha demostrado hasta la saciedad que ni tenía estrategia de juego, ni inteligencia oportuna, ni ha llevado a los mejores jugadores de clubes españoles. Cambios absurdos, como recurrir a ese tal Williams, que no sirve ni de espantapájaros. Y para colmo, tiramos los penaltis como defendemos las fronteras: con miedo. En el lanzado por el catalán Busquets se resume toda la singladura de una selección repleta de niñatos zangolotinos con menos fuerza que una pavesa.
Cuando desde el poder se ha convertido al pueblo español en un rebaño de castrados, la Selección es ahora “La Roja”, somos el país preferido de los orines y vomitines de los turistas ingleses y un corrupto sistema ha destruido nuestra milenaria unidad con unos casposos indultos, no nos queda otra que alegrarnos de que Marruecos haya humillado la soberbia de aquellos que aún se creen el ombligo del mundo

No estamos ya seguros de que la afición futbolística represente un acicate para el orgullo nacional de un país que, como el nuestro, agoniza lobotomizado. Gritar desde las gradas de un estadio “¡España! España!” a once individuos millonarios en pantalón corto detrás de una pelota, se antoja ya una majadería.

El equipo español es el reflejo de un país humillado y vencido. Esta tarde, Marruecos no se ha sentido ni mucho menos inferior a España. Un equipo como el marroquí, con un fuerte sentido nacionalista, pero también con jugadores expertos y con hambre, han tenido enfrente a una España con la calidad técnica y el entusiasmo que dan las opíparas primas que se les ofrecen. Es decir, una especie de ejército nacional baqueteado por el fuego enemigo frente a un grupo de alegres mercenarios de vida muelle y costumbres relajadas.

El orgullo patrio hace tiempo que murió en nuestro corazón. La gentuza a la que votamos cada cuatro años lo ha arrastrado por el fango de la molicie y el ridículo. Los peleles de “La Roja” no han hecho más que pasear nuestra humillación en el césped del estadio. Sólo nos merecíamos una sonora y moruna patada en nuestras nacionales posaderas, que enviase a “La Roja” a tomar viento fresco. Así resonará desde la ultratumba la voz del senador romano Catón el Viejo: “Delenda est Carthago!”. No nos merecemos otra cosa… por cobardes y mierdas.

PD.- Por lo pronto, los íntimos secretos del móvil y los negocios del marido quedan bien salvaguardados.