Macarena Olona abraza a Giorgia Meloni.

Giorgia Meloni está indignada. La dirigente de Fratelli d’Italia, que se perfila como primera ministra del país transalpino, con el apoyo de Salvini y Berlusconi, se define a sí misma como “católica” y admiradora del San Juan Pablo II: “Fue el papa más grande de la era moderna y el estadista más grande del siglo XX”, señala en su autobiografía publicada en 2021

Meloni tiene en la defensa del Cristianismo uno de los pilares esenciales de su proyecto político. Este fin de semana respaldó con una intervención telemática el mitin celebrado por Vox en la capital de España. Prestó su imagen triunfadora al partido verde antes de conocer la presencia, entre los grupos musicales contratados, de “Santoflox”, el cantante blasfemo que hace referencias escatológicas a la Madre de Dios y que lleva tatuado en su brazo derecho el nombre de ‘Lucifer’. “Me follo a la Virgen en su portal por el ojal […]”, vomita en una de sus canciones.

Tras conocer la noticia, Meloni se sintió como una oveja perdida en medio de un puñado de lobos. Esas no son las bases morales que ella defiende para su país. Dios, Patria y Familia, reza el lema de su partido.

Personas próximas a Meloni se han hecho eco de la indignación de la líder italiana y recalcan que sería impensable la participación en un acto de Fratelli d’Italia de un cantante con antecedentes blasfemos.

Así las cosas, Meloni ha vuelto sus ojos hacia el proyecto político de Macaena Olona. Está dispuesta a darle su apoyo e incluso a participar en algún acto político de los que se celebren en España.

Las similitudes de Meloni y Olona en el campo espiritual son muchas. Frente al cristianismo cultural de Abascal, la líder italiana en multitud de ocasiones ha hecho gala pública de su fe, y se define a sí misma como “mujer, madre, italiana y cristiana”.

En este sentido, tanto una como otra han denunciado muchas veces el “genocidio” de los cristianos”. Fuentes del partido de Meloni han destacado que uno de los principales puntos de acuerdo con Olona radica en la supeditación del catolicismo al patriotismo. Ambas creen que la subterránea corriente del neocristianismo pagano imperante hoy en amplias capas de la sociedad, intenta socavar sus bases, lentamente pero sin descanso. Estamos asistiendo al resultado de ese largo proceso de desgaste. Las mejores y más nobles virtudes europeas (actualmente puestas al servicio del mundialismo, una cosmovisión ajena a su genio y por lo tanto contraria a sus verdaderas esencias) sirvieron, paradójica e irónicamente, para darle en su momento al cristianismo una fortaleza y una energía que al final de su impulso, donde actualmente se han impuesto las nociones apátridas y cosmopolitas, ha acabado agotando el cuerpo que las generó.

Desintegradas las nociones de vitalidad, energía y cualidades de la población que hizo de soporte deviene la ruina al ser empleadas en una causa (neocristianismo y su misión de universalismo humanitarista) destinada al fracaso desde su misma concepción, a menos que su razón de ser fuera precisamente la de arruinar el sentimiento nacional, meritocrático y toda capacidad de liderazgo y nobleza.

Como millones de católicos, Meloni y Olona rechazan que se sustituya el objetivo de la evangelización por el de la caridad mal entendida. Eso lleva al relativismo cultural que exhibe Vox, cuando por ejemplo permite a “Santoflow” participar en uno de sus eventos.

Si en algo coinciden sobre todo la romana y la alicantina es en oponerse a la tendencia ética que hace el bien y el mal dependientes de las circunstancias. Como defendía el malogrado Ismael Medina, colaborador de AD, este entendimiento del relativismo choca frontalmente con el código de valores y principios de la civilización cristiana. Y más en concreto, de la Iglesia católica, a cuya influencia y destrucción se encamina el Nuevo Orden Mundial, el cual ha elevado el relativismo a la categoría de religión mundial absoluta en la que el bien, sea individual o colectivo, no tiene cabida si condiciona u obstruye el triunfo del mal.