Rachel Marsden.- Sin duda, es una extraña coincidencia que el secretario de Estado de Estados Unidos, Antony Blinken, sostuviera conversaciones oficiales con el liderazgo de Kosovo justo antes de que comenzaran los problemas allí el fin de semana pasado. Se produjo justo cuando los funcionarios de Pristina se prepararon para negarse a reconocer las matrículas o los documentos emitidos por el gobierno central serbio (antes de posponer la medida justo antes de que entrara en vigor el lunes por la noche).

También podemos preguntarnos cuáles son las probabilidades de que el «Presidente» del estado parcialmente reconocido, Vjosa Osmani, esté hablando ahora de Rusia, diciendo que «continuaremos necesitando el apoyo firme de los Estados Unidos, así como de nuestros aliados europeos, para asegurarnos de que se detengan los planes de Rusia, así como sus representantes en la región». O que Blinken también está evocando el «firme apoyo de Pristina a Ucrania«, lo cual es divertido ya que Ucrania ni siquiera reconoce oficialmente la independencia de Kosovo de Serbia.

Sin mencionar que Kosovo es el hogar de una gran base militar de la OTAN, y que la OTAN ha emitido una declaración oficial citando su interés en «intervenir« en Kosovo, si es necesario. Qué conveniente.

Probablemente también sea solo un accidente total que Serbia se niegue a retroceder en su apoyo a Rusia, busque un mayor comercio con Irán y la cooperación militar con Bielorrusia, aliada de Rusia. Y que su ministro del Interior, Aleksandar Vulin, dijo la semana pasada que no se uniría a las sanciones contra Rusia por Ucrania, y que no sería el «soldado de a pie» de la OTAN contra Rusia. O que la OTAN, a finales de los años 90, bajo el liderazgo «moral» del entonces presidente estadounidense Bill Clinton, forjó la provincia serbia de Kosovo por motivos «humanitarios», y la ha estado utilizando como una herramienta para aumentar o disminuir la presión sobre Serbia (y, hasta cierto punto, sus amigos en Moscú) desde entonces.

Pero si no todo puede ser el resultado del azar, entonces un plan occidental para el cambio de régimen se convierte en una explicación plausible.

Ese plan implica la creación de un estado proxy y / o combatientes que los funcionarios occidentales venden al público como víctimas del «régimen» en cuestión, es decir, el rival geopolítico que Occidente tiene en su punto de mira.

El mismo patrón se está desarrollando en Asia en este momento, ya que la presidenta demócrata de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, se muestra tímida sobre cualquier plan para viajar a Taiwán en medio de su gira por Asia. Solo 13 países reconocen a Taiwán como independiente de China, y Estados Unidos no ha estado entre ellos desde 1979. Pero la Ley de Relaciones con Taiwán de 1979 ha sido un caballo de Troya para la militarización estadounidense dentro de China desde entonces. La ley requiere que Washington «ponga a disposición de Taiwán los artículos de defensa y los servicios de defensa en la cantidad que sea necesaria para permitir que Taiwán mantenga una capacidad de autodefensa suficiente según lo determinado por el Presidente y el Congreso«, lo que explica por qué los neoconservadores en el establecimiento político occidental y el complejo industrial militar han tenido un fetiche de Taiwán durante décadas.

No solo es un cliente de armas, sino que saben que cada vez que Washington cumple con su obligación de tratado, lo que hacen en cada oportunidad por una suma de miles de millones de dólares, molesta a los chinos dentro de su propio país. Sería como si Pekín vendiera armas de grado militar al estado de Hawái para protegerlo de la potencial «amenaza» asimétrica de una «invasión» de Washington.

Por supuesto, probablemente sea solo otra coincidencia total que la visita del tercer funcionario de más alto rango del gobierno de Estados Unidos a Taiwán en contra de los deseos expresos de Beijing se produzca en medio de mayores tensiones con China, ya que toma un martillo neumático para el orden mundial dominado por Occidente junto con Rusia en medio del conflicto en Ucrania. O que iniciar un conflicto desestabilizador dentro de China a través de Taiwán serviría a los intereses competitivos de Washington.

El mismo tipo de explotación de los representantes se puede ver en el apoyo de Washington a los combatientes neonazis Azov en Ucrania contra Rusia en el período previo al conflicto de Ucrania, o en el respaldo de la CIA y el Pentágono a los rebeldes sirios en un intento fallido de años de derrocar al presidente sirio Bashar al-Assad, o con el entrenamiento y el equipamiento de combatientes muyahidines en Afganistán en la operación dirigida por la CIA contra los soviéticos. o con el reclutamiento por parte de la CIA de 500 rebeldes nicaragüenses (conocidos como los Contras) para derrocar al liderazgo sandinista de izquierda en Nicaragua, o el intento de varios funcionarios estadounidenses durante varios años de fomentar el cambio de régimen en Irán promoviendo y apoyando al grupo de oposición iraní conocido como Mujahadeen-e-Khalq (MEK).

Varios grupos de la «sociedad civil» financiados por el gobierno de los Estados Unidos a través de programas como USAID, y ubicados estratégicamente en áreas de importancia primordial para las operaciones de cambio de régimen de Washington, también forman parte de la misma maquinaria. El gobierno ruso llamó la atención sobre el tema en 2015 a través de una legislación que prohíbe aquellos que considera una amenaza a la seguridad nacional.

Para cuando un punto caliente dado está al borde de la guerra (como Taiwán o Kosovo) o ya envuelto en un conflicto (como Ucrania), a menudo es demasiado tarde para atrapar a Washington de la mano. En cambio, vale la pena vigilar a otros representantes estadounidenses, aunque solo sea para captar cualquier vibración inquietantemente familiar que pueda tener características similares a las operaciones anteriores de cambio de régimen occidental.