Problemas de la neutralidad
La neutralidad es la mejor tradición de política exterior española, que no solo permitió al país librarse de baños de sangre, y probablemente también de disgregarse, sino que también salvó en cierto modo el honor de Europa en las dos guerras mundiales en las que, según suele decirse, Europa se suicidó y en todo caso acabó con los cuatro siglos y medio en que había sido el motor de la historia mundial.
La neutralidad fue abandonada en el franquismo ante la amenaza del expansionismo soviético, pero una vez caída la URSS y su Pacto de Varsovia, la política a seguir debería ser la vuelta a la neutralidad, para la que España tiene las mejores características. Sin embargo, la política seguida por los gobiernos de PP y PSOE ha sido la contraria:
enfeudar más y más a España con potencias de intereses distintos y en muchos aspectos opuestos, formar un ejército cipayo al servicio de esos intereses, bajo mando ajeno y en lengua ajena, y a provocar a potencias con las que no tenemos el menor conflicto. Esa política ha ido acompañada, y no es casual, por el apoyo a los separatismos y por una auténtica colonización cultural, con desplazamiento progresivo del español como lengua de cultura en beneficio del inglés en la propia España.
Claro está que una política de neutralidad solo podría plantearse como ruptura con la política satelizadora y proseparatista de la casta política. Y sería un proceso que incluiría muchas otras cosas, como una nueva doctrina militar, clara disposición a defender el territorio frente a países amenazantes (Marruecos es el único, actualmente), presión para recuperar Gibraltar, cierre de bases useñas, etc. Muchos creen que tales cosas son imposibles, porque la OTAN respondería con medidas para arruinar el país, fomentar (¿aún más?) la disgregación nacional, apoyo a Marruecos, etc. Esta mentalidad presenta a la OTAN como un grupo mafioso al modo de los que ofrecen protección… contra ellos mismos, y propugnan seguir así indefinidamente, en unas relaciones de poder cambiantes en el mundo.
Es obvio que los países dirigentes de la OTAN podrían demostrar cierta hostilidad inicial hacia una España neutral, pero no todos los países integrantes estarían de acuerdo, y por lo demás sus posibilidades serían mínimas en la práctica, ya que perderían mucho más de lo que podrían ganar. Y, naturalmente, neutralidad no significa hostilidad por parte de España hacia la OTAN. Solamente eso: distanciamiento de aventuras como las de Libia, Siria, Ucrania, arruinamiento de Rusia o cualesquiera otras. España no puede impedir tales acciones, pero puede negarse a participar en ellas, lo cual ya es mucho.












De llevarse a efecto las proposiciones de don Pío, la pérfida Albión sería
nuestro enemigo más encarnizado.