Afganistán y Argelia
Hay semejanzas notables entre la derrota francesa en Argelia, que tras décadas de lucha causó el asesinato de más de cien mil argelinos profranceses –algunos elevan la cifra hasta un millón–, y la derrota de Usa en Afganistán, que previsiblemente redundará en un número no menor de afganos masacrados. Hay también diferencias de fondo: los rebeldes argelinos no eran yijadistas, sino socialistas, y la derrota francesa encubría el designio de De Gaulle de abortar una Argelia francesa, es decir, la prolongación de Francia en Argelia: él, mirado a largo plazo, vio claramente que a la larga ello daría lugar a una Francia islamizada en gran parte, que perdería su cultura y su espíritu: porque los tenaces intentos de desislamizar el norte de África habían fracasado, y aquella población crecía con más rapidez que la francesa y se instalaría en gran medida en la propia Francia. De Gaulle tuvo éxito, aunque a un precio terrorífico en vidas humanas (y no pudo evitar que sus sucesores favoreciesen una creciente asentamiento islámico en la propia Francia). En ese aspecto las dos experiencias han sido contrarias, pues Usa y la OTAN pretendían algo semejante a los partidarios de una Argelia francesa: si no una prolongación directa de Usa o la UE, al menos un Afganistán prouseño, incluso democrático, y campo de acción económico para sus grandes empresas.
La derrota useña (de la que participa España) ha sido tan humillante, que el yijadismo en general solo podrá verlo como una victoria propia y un potente estímulo para proseguir sus acciones. También es difícil que los talibanes se estabilicen y controlen todo el país, y puede surgir una guerra civil, explotable por otras potencias; pero esto es secundario, pues el factor más profundo es el repudio radical del islam a la cultura de occidente, sea en su versión cristiana o laicista. Un rechazo que ha venido reforzándose tras décadas de intentos modernizadores y laicistas como el “socialismo árabe” y otros, iniciados por Turquía hace mucho. El triunfo de Jomeini sobre el Sha en Irán marcó el primer gran éxito de la corriente belicosamente antioccidental. Aquella victoria islámica, saludada en casi todo occidente como si fuera propia, mientras al derrocado y modernizador Sha, enfermo de cáncer, se le negaba el pan y la sal y la acogida en los países democráticos, fue el primer gran paso en las nuevas orientaciones del islam.
Occidente intentó luego también el juego de las “primaveras árabes”, mediante la técnica subversiva de provocar en algunos puntos céntricos de ciudades manifestaciones en gran parte pagadas, sobre las que concentrar el foco de los medios de masas mundiales hasta hacer caer las “dictaduras”. Aquellas “primaveras” resultaron en la casi islamización yijadista de Egipto, evitada en último extremo por un golpe militar, en la destrucción de Libia o la conversión de Siria en una segunda Libia, solo impedida por Rusia.
Lo que podríamos llamar “la empresa de Afganistán” se inició en una época de enorme euforia: la caída de la URSS daría a Usa y su tutelada UE una fuerza de imitación ideológica imbatible, sustentada por una potencia militar y económica sin semejante histórico. Veinte años después, a la euforia le ha sucedido la depresión y la crisis. Crisis de la que Afganistán es el reflejo, no la causa: en este blog vengo analizando cómo viene años deteriorándose la democracia en el seno de Usa y la UE.












Bravo, don Pío. Adelante. Siga iluminando nuestros pobres conocimientos de estrategia. Es muy útil para entender todo lo que está pasando. La tenemos encima. Y ya no hay Pelayo, ni Jaime, ni Alfonsos. Tenemos un pope pampero del peor jesuitismo necrófilo que aspira a la Paz coránica y a que su casa sea convertida en cuadra de sus caballos. Caeremos, sin duda, si no hacemos frente a estos sátrapas. Y no esperemos ayuda de nuestros gobiernos.
Excelente artículo de Moa y excelente comentario de Faisán.
¡Por qué no dice el número aproximado de muertos argelinos NO profranceses que ocasionó esa guerra colonialista?