El caso Las Casas (II)
Las fabulosas virtudes de los indígenas aumentaban si cabe el horror de las atrocidades hispanas: “Y a estas ovejas mansas y de las calidades susodichas por su Hacedor y Criador así dotadas, entraron los españoles (…) como lobos y tigres y leones cruelísimos (…) Y otra cosa no han hecho de cuarenta años a esta parte (…) sino despedazarlas, matarlas, angustiarlas, afligirlas, atormentarlas y destruirlas por las extrañas y nuevas y varias y nunca otras tales vistas ni leídas ni oídas maneras de crueldad, de las cuales algunas pocas abajo se dirán”.
En Nueva España habrían matado “a cuchillo, y a lanzadas y quemándolos vivos, mujeres y niños y mozos y viejos, más de cuatro cuentos [millones] de ánimas (…) Y esto sin los que han muerto y matan cada día en la susodicha tiránica servidumbre”. En Nicaragua, “cincuenta de a caballo alanceaban toda una provincia mayor que el condado de Rosellón, que no dejaban hombre ni mujer, ni viejo, ni niño a vida”. Pero en 400 leguas a la redonda de Santa Marta (actual Colombia) los crímenes de conquistadores y encomenderos habrían superado lo anterior, nos advierte el fraile, aunque es difícil imaginar cómo. El total de indios exterminados lo cifra Las Casas en hasta quince millones y más, seguramente tres o cuatro veces más que los habitantes admisibles previos al descubrimiento. Además de increíblemente sanguinarios, los españoles serían no menos increíblemente estúpidos, pues estarían matando la gallina de los huevos de oro, es decir, exterminando a aquellos de cuyo trabajo pretendían vivir. Lo único que cabe deducir de tales parrafadas es un odio ciego del fraile hacia sus compatriotas, pues los calumnia con verdadera saña, una saña a su vez algo estúpida si se analiza racionalmente.
Sin embargo esta sistemática falsedad por la exageración ha tenido un éxito inagotable. En una historia del mundo escrita para niños, el historiador austroinglés del arte Ernst Gombrich resume: “Los primeros barcos españoles con Colón y sus compañeros solo habían descubierto islas con una población de indios pacíficos, pobres y sencillos. Lo único que los aventureros españoles querían saber era de dónde habían sacado sus adornos de oro (…) Los hombres que marcharon de España a los países aún no descubiertos a fin de conquistarlos para el rey de España eran unos individuos feroces, crueles capitanes de bandoleros, increíblemente despiadados y de una inaudita falsedad y malicia para con los nativos, impulsados por una codicia salvaje hacia aventuras cada vez más fantásticas. Ninguna les parecía imposible, ningún medio les parecía demasiado malo si se trataba de conseguir oro. Eran increíblemente valerosos e increíblemente inhumanos. Lo más triste es que aquellas personas no solo se llamaban cristianos sino que afirmaban continuamente que cometían todas aquellas crueldades con los paganos a favor de la cristiandad”.
Estas frases condensan la leyenda negra nacida de Las Casas, cuyo ecos perviven con fuerza hasta hoy, renaciendo cada vez que parecía superada.
Algo de justeza muestra Gombrich al mencionar “las aventuras más fantásticas” y “ninguna les parecía imposible”, pues rebasan cualquier novela del género, y sus protagonistas así lo entendían: “Hay algunas cosas que nuestros españoles han hecho en nuestros días y en estas partes, en sus conquistas y encuentros con los indios, que como hechos dignos de admiración sobrepasan no solo a los libros [de caballerías] sino también a los que se han escrito sobre los doce Pares de Francia”.
La referencia a los libros de caballerías indica lo popular de ellos entre los conquistadores, y a ellos, precisamente, debe su nombre California. Las aventuras causaban los destinos personales más varios: andanzas como las de Cabeza de Vaca, abandonos de las ganancias para meterse a monjes, “robinsones” como Pedro Serrano, sobreviviente ocho años en un islote arenoso 300 kilómetros al este de Nicaragua, naufragios como el de Gonzalo Guerrero, que se convirtió en jefe militar maya y se casó con la hija de un cacique; o Gonzalo Calvo, primer europeo en Chile después de huir de sus compañeros junto con su mujer inca, y superar el terrible desierto de Atacama, para adoptar el modo de vida de los araucanos; muchos terminaron torturados y devorados por caníbales, o transformado su triunfo en desgracia por querellas internas o intrigas cortesanas… Lo importante de Las Casas y lo difícil de explicar es cómo ha disfrutado de tanta atención. Porque nada demuestra mejor su falsedad que el balance de la conquista, conocido desde muy pronto.











