AD.- Las imágenes del video evocan la frase de Oswald Spengler: “Al final a la civilización siempre la salva un pelotón de soldados”. Reconforta que a estos caballeros legionarios les haya sido otorgado defender nuestra libertad en su hora de máximo peligro. No rehúyen esa responsabilidad. La aceptan con beneplácito. Y nos alegra que en esta época de pleonasmos, de discursos buenistas, de ideologización del lenguaje, los legionarios de la imagen nos trasladen de acera, al unir, en sagrado compromiso, la integridad territorial de España con el protocolo de La Legión que para todo lo tiene, y más para la muerte, su más leal compañera.

El desacomplejado canto de los legionarios habrá reconfortado a ceutíes y melillenses mucho más que las declaraciones impostadas de los randas de la patria. Ninguno de estos soldados se cambiaría por alguno de esos políticos taimados y felones que venden a su pueblo por mucho menos de las 30 monedas de plata que significaron la traición y la muerte de Cristo.

Tras el vibrante eco de la estrofa legionaria, al calor de los hechos que han tenido lugar estos días en Ceuta, es oportuno recordar que siempre ha habido fronteras, como hay puertas en las casas. El limes diferencia la civilización de la barbarie, como en la antigua Roma. Hay vallas que diferencian la luz de las tinieblas, que distinguen la libertad de la esclavitud y el vecino Reino de Marruecos no es otra cosa que esclavitud, satrapía, miseria e indignidad.

Las vallas no están para saltarse. Si alguien quiere proponer que España abra sus fronteras para subvencionar a todos los desheredados del mundo que lo diga, pero será tan estúpido como Sánchez. Ni España tiene esa capacidad, como es dramáticamente notorio, pues según UNICEF hay 2,2 millones de niños españoles con desnutrición, ni hay economía que lo sostenga, ni tiene lógica alguna destruir España en aras de los sentimentaloides complejos de culpa de los denominados progres.

Estamos hartos de esos progres. La gente sensata está harto de esos irresponsables progres demoledores de nuestra sociedad, frívolos enemigos de nuestra civilización. La gente sensata se ha hartado de los políticos que siguen los dictados de esos progres sin cordura ni ilustración. Los españoles no somos ni responsables, ni mucho menos culpables, de los problemas de las poblaciones de otras naciones. Deben resolver sus problemas, no crearnos a nosotros otros, que ya tenemos bastantes. Cuando el imperio romano relajó su limes, se vino abajo.

La gente sensata está con estos corajudos legionarios. Está por el sentido común. Las fronteras y las vallas se defienden con las armas, por supuesto, no con mantequilla de Burgos, ni con soflamas de meapilas laicos, casi siempre subvencionados. Con el dinero de otros hacen fiesta los devotos.

Nadie, nunca, debe saltar las vallas de Melilla y Ceuta. Y el que lo intente debe saber a qué se arriesga. Una frontera no es un juego, ni un capricho, ni un coladero, como no lo es la puerta de las casas. Sería ocioso explicar que la fortaleza es siempre, a la postre, más humanitaria, que la compasión peligrosa. Pues una actitud débil incrementa las avalanchas y sus riesgos.

Ante esta situación límite que vive España, unimos nuestras voces al clamoreo de nuestros legionarios de Viator. En esa breve estrofa se condensa la solución al vacío existencial y a la crisis terminal de la civilización occidental, tal y como acertó a afirmar Spengler: menos progres y más soldados.