Globalización, globalismo y racismo en el siglo XXI (Parte II)
Guillermo Rodríguez González.- El globalismo es la variante ideológica del socialismo más a tono con un mundo en que la globalización avanzó a pasos agigantados sobre la resistencia política e ideológica más amplia y variada posible. Es, ante todo, un esfuerzo para transformar la expansión del mercado global, que globaliza el desarrollo y la prosperidad tendiendo a la mayor libertad posible, en un peculiar socialismo global que garantice transformar aquello en miseria, totalitarismo y servidumbre. Curiosamente, tal esfuerzo por destruir riqueza y libertad para hundirse en la miseria y la servidumbre es popular principal —casi exclusivamente— entre jóvenes ricos de las naciones más avanzadas, libres, pacíficas y prosperas que el mundo ha conocido. Es pues, ante todo, un esfuerzo por forzar al suicidio cultural, económico y político a occidente.
Las obscuras raíces del globalismo
Es fácil ver las múltiples y variopintas raíces de lo que hoy se denomina globalismo. Van del racista progresismo que proclamaba la eugenesia desde finales del siglo XIX. La que logró adelantar como política en buena parte del mundo hasta que la realidad de la eugenesia nacionalsocialista alemana, derrotada y expuesta como genocida, la desprestigió obligándola a enmascarase para resurgir muy bien disfrazada, a las teorías de la despoblación —que en clave neomaltusiana y seudo-ecologista empezaron con las falacias de la sobrepoblación y el agotamiento de recursos a mediados del siglo pasado con el Club de Roma— y la planificación centralizada global de la economía para detener el crecimiento ahora basada en la confluencia del neo marxismo y ecologismo con el viejo socialismo fabiano y la ultraizquierda intelectual de la socialdemocracia escandinava, en una aspiración neo-imperialista supraestatal.
El imperialismo suicida
¿Dónde está el racismo de quienes hoy se declaran los supremos campeones del antirracismo? Pues ante todo en su apelación a ser ellos quienes definen y manipulan colectivos raciales. La raza, para ellos, es la justificación de la desigualdad ante la ley. Antes en nombre de la falaz superioridad racial y ahora por la falaz justicia racial. Excusa para dividir, manipular y forzar a las personas a actuar como parte de un colectivo obediente a una agenda contraria a sus legítimos intereses individuales —e incluso a los del arbitrariamente definido colectivo— lo que no se limita al nuevo y sutil racismo “antirracista” sino que se extiende a la manipulación de conceptos de género para crear colectivos artificiosos a manipular subsumiendo conflictos reales por la igualdad de derechos en esfuerzos suicidas por la desigualdad ante la ley. Buscan desarticulan la cooperación social mediante unos Estados a los que a su vez buscan someter a un todavía difuso supra-estado más o menos global.
Ese sueño imperial en que han confluido capitales temerosos de la libre competencia, intelectuales resentidos, burócratas internacionales y la mayor parte de socialismo en sentido amplio de occidente busca adelantar la agenda de la despoblación, el subdesarrollo y la desarticulación de occidente por medio de la hegemonía cultural, la imposición de su agenda transnacional de desigualdad y subdesarrollo, destruyendo las bases culturales de la civilización occidental para substituir el libre mercado por un nuevo socialismo que finalmente comienza a confesar que su objetivo no es más riqueza, sino más y más ampliamente difundida pobreza, violencia e inestabilidad, en un imperio de despoblación y miseria.
El asunto, sin embargo, es no hay una conspiración global dirigida desde un centro, sino una confluencia de múltiples centros comprometidos con agendas antisociales y aspiraciones totalitarias, que compiten unos con otros por la influencia en la hegemonía cultural antioccidental y contra civilizatoria por la que —les guste o no— espontáneamente también cooperan entre sí. Y es eso lo que los hace tanto peligrosos en su capacidad para hacer avanzar su agenda de destrucción, como paradójicamente inviables en sus objetivos finales, y no solo en el sentido que lo es todo socialismo, sino en un aspecto geopolítico que escapa a su influencia.
En la medida que extienden el intervencionismo y destruyen el Estado de Derecho debilitan las economías desarrolladas a las que intentan desarticular. La agenda ya es transparente en imponer, en nombre de la ecología a las naciones subdesarrolladas la profundización de su pobreza. Se cierran las posibilidades de desarrollo local mediante regulaciones intervencionistas y el avance del socialismo con una agenda “verde” garantizando masas ingentes de desesperados presionando sobre las fronteras de unas naciones desarrolladas con estados del bienestar insostenibles, cuya inevitable quiebra se acelera mediante la despoblación y desarticulación moral cuando sus contradicciones se exacerban con la hegemonía cultural del socialismo en sentido amplio en clave globalista.
Así, la globalización económica hacia la que tendía el mundo nuevamente, retrocede en términos profundamente suicidas. Es, a fin de cuentas una agenda de largo plazo que empezó a confluir hacia su actual expresión largo tiempo atrás y que finalmente no pretende otra cosa que ver al mundo arder y reducir occidente a ruinas por el placer de imperar sobre las ruinas en todo el orbe. El asunto, sin embargo, es que destruir occidente y hundir al tercer mundo en la pobreza impidiendo su desarrollo capitalista no es algo que pueda elevar al poder global a quienes lo adelanten.
Existe una superpotencia socialista totalitaria con su propia agenda de largo plazo. Una que experimentó con la idea del control poblacional y descubrió rápidamente el peligro de invertir una pirámide poblacional, especialmente en la miseria de la economía socialista de comando más primitiva. Una que decidió experimentar soluciones económicas capitalistas limitadas y controladas por el privilegio mercantilista y el control totalitario del orden social para eludir un colapso como el soviético y proyectarse como un poder global ascendente. Y no está jugando por la agenda globalista, no hacia adentro de su propio territorio, y solo muy limitada y tácticamente hacia afuera. Una superpotencia que ve claramente el potencial destructivo de esas ideas en un occidente que intenta superar y sojuzgar a largo plazo.