David Beriain y Roberto Fraile

AD. Finalmente, el vil asesinato de los periodistas David Beriain y Roberto Fraile no lo han realizado cazadores furtivos o traficantes de marfil. El ínclito servicio secreto español, el inteligentísimo CNI, lo atribuye ahora al yihadismo, al mahometismo radical y violento, pues “la capacidad de fuego y los medios desplegados en el ataque” así lo indican. La autoría del asesinato de los dos periodistas y del conservacionista irlandés ha sido asumida, a través de un mensaje de audio cuya autenticidad se investiga, por el “Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes” (JNIM), una federación de grupos yihadistas liderada por el terrorista Iyad Ag Ghali y vinculada a Al Qaeda.

Poco falta para que el suceso quede enterrado en la multiplicidad de noticias epidémicas y los eventos que se suceden a una velocidad vertiginosa, pero siempre sujeta a los dictados de los plutócratas que dominan los medios de comunicación.

Cuando en 2003 José Couso murió en Bagdad a consecuencia del impacto de un proyectil de un tanque americano, se montó una tangana descomunal. Desde la habitación del Hotel Palestine de Bagdad, filmaba el buen hombre los combates de una columna de tanques yanquis que era hostigada desde el otro lado del río Tigris, donde estaba el hotel precisamente. Tras el escándalo producido por la brutalidad del ejército estadounidense, la mismísima Audiencia Nacional, en la persona del juez Pedraz, se embarcó durante más de cinco años en varios procedimientos para empurar a los soldados americanos presuntamente responsables. El asunto quedó en nada, pues “una zona de guerra es un lugar potencialmente peligroso”, al decir del presidente George Bush. Sin embargo, la progresía mediática hizo su agosto a costa de la “potencia imperialista”.

Poco después murió también en la guerra de Irak Julio Anguita Parrado, vástago de ex alcalde comunista de Córdoba. El pobre estaba en un puesto de mando a retaguardia, pues no había podido acompañar a la 3ª División Infantería americana en su avance hacia Bagdad al carecer de chaleco antibalas. Un misil iraquí impactó contra el centro de mando destruyéndolo completamente. Murieron Julio Anguita, un reportero gráfico alemán y dos soldados. Rápidamente el caso se archivó y su memoria perdura en un premio de periodismo que lleva su nombre.

Quedó claro entonces que las víctimas acaban siendo valoradas no por sí mismas, sino por quién es el verdugo. El pepino americano y el misil iraquí parece que tuvieron consecuencias bien distintas. Nadie buscó a los responsables del misil y todos quisieron endiñársela a los tanquistas americanos…

En el tristísimo caso que nos ocupa hoy, parece que los yihadistas acaban siendo inimputables. Se pierden en el anonimato que ofrece el desierto o la selva al fanatismo islamista. Tampoco se puede demonizar a la comunidad musulmana, cada vez más numerosa en España, a costa de unos asesinos. Díganselo si no a la malagueña fiscal de odio María Teresa Verdugo, siempre atenta a nuestros artículos…

Las declaraciones de la ministra de Defensa no pueden sonar más huecas: “Haremos todo lo posible para aclarar y ver quienes han sido los autores de estos execrables hechos. Vamos a ser implacables. Queremos que se haga todo lo posible para esclarecer lo ocurrido”. ¡Implacables! ¿A más de cinco mil kilómetros? No saben hacer la O en un canuto en su casa y van a ser implacables en Burkina Faso…

La Cruz del Mérito Civil para los dos infortunados periodistas y a otra cosa mariposa, hombre. El yihadismo es demasiado escurridizo y pringoso. No son la manada de violadores nacionales que hace las delicias de las feministas empoderadas. Los muertos acaban quedándose siempre solos, como decía en su rima Gustavo Adolfo Bécquer.