Camisas sucias
«Decir que estamos luchando por un gobierno mundial es exagerado, pero no completamente desacertado. Nosotros pensamos que no podemos seguir luchando para siempre unos contra otros para nada y matando a gente o dejándola sin hogar. Por ello, creemos que una comunidad única a lo largo del mundo sería algo positivo» (Denis Healey, miembro fundador del Grupo Bilderberg)
La Nueva realidad
Resulta fascinante constatar cómo la mayor parte de los gobiernos mundiales se refieren a la lucha contra el Covid-19 como si se enfrentasen a un conflicto bélico. Se dirigen a sus comunidades respectivas con interminables discursos, no exentos de términos castrenses, e incluso, como ocurre en España, sitúan a militares de alto rango como portavoces. Se desvela reiteradamente, en efecto, que la epidemia causará daños económicos y sociales comparables a los de una guerra. Y, para que este aserto se grave a fuego en la mente de los ciudadanos, apelan a una especie de “nueva realidad”, algo etéreo que, sin embargo, nadie se ha atrevido hasta ahora a definir en qué consistirá, ni siquiera como hipótesis de trabajo. Sin embargo, hay quien ya define ese paradigma como el cambio hacia el gobierno mundial al que se refiere Denis Healey en el párrafo que inicia este artículo. En realidad ya hace dos siglos, Karl F. Krause, bendijo esa solución para el mundo.
¿El Covid-19 es un cisne negro o un rinoceronte gris?
Ello invita a suscribir que podemos estar frente a uno de esos sucesos que el profesor libanés-estadounidense, Nassim Taleb, bautizó como “cisne negro”. Convergirían para ello un proceso vírico muy poco probable, con una inesperada Gran Depresión, como amenaza al sistema capitalista. Aunque es el propio doctor Taleb quien, en este caso, niega la mayor, pues afirma que el Covid-19 no encaja en su definición de cisne negro. Y no es de extrañar si nos hacemos eco de quienes aseveran que se trata de un virus de laboratorio, o sea, fabricado ad hoc para desestabilizar al mundo occidental. De ser así, es evidente que no contaría con los atributos de “inesperado, o improbable” que caracterizarían a los cisnes negros del profesor. De hecho, al mezclar realidades con conjeturas, se activa la imaginación de quienes buscan la oscura mano conspirativa que mece la cuna del mundo.
También podríamos asimilar esta situación a lo que, Michele Wucker, denominó “rinoceronte gris”. Se refería a aquellas circunstancias de riesgo que calificamos como problemáticas, altamente probables, y de alto impacto, que son conocidas por todos, pero, al mismo tiempo, absurdamente ignoradas. Nadie hace nada para prevenirlas, porque no ayudan a la imagen política las medidas correctoras que imponen sacrificios. Es lo que suelen hacer los gobernantes baratos y cortoplacistas, que tanto abundan por estos lares.
¿Cisne negro o rinoceronte gris? Qué más nos da ahora quién tenía razón. Lo que causa mayor pavor es que al hilo de todo esto surgen voces, en uno y otro bando, tratando de arrimar el ascua a su sardina para ocultar errores. La cuestión es que en ese camino se pueden cometer otros más graves. Uno de ellos tiene que ver con la Deuda Pública.
¿Son los United States Treasury camisas sucias?
Pues esa es una pregunta que habrá que hacérsela a los chinos en unos meses. Tradicionalmente se ha considerado que el mayor nivel de garantía de una inversión era la deuda pública del Tesoro de Estados Unidos. Un activo que a menudo se denomina simplemente “treasury” y que cuenta con la máxima calificación, la AAA, entre dos de las tres principales agencias de rating. Claro que, miren por dónde, con esto de la teoría de la conspiración y el enfrentamiento del señor Trump con sus fantasmas chinos, parece que se está formando una larga cola de reclamaciones billonarias entre instituciones y colectivos de afectados en EE.UU. por el Covid-19, para reclamar daños a China, con argumentos tan baladíes como: el de ocultar o distorsionar información sobre la pandemia. Como obviamente se presume que no será fácil cobrar esas reclamaciones, una de las opciones que se baraja, sería compensar la indemnización con el impago de parte de los treasurys que el régimen de Beijing atesora. Recordemos que cuentan con las mayores reservas del mundo en bonos de EE.UU.
¿Qué ocurriría entonces? La pregunta desconcierta a muchos inversores de deuda pública, no sólo en tresaurys de EE.UU, sino de cualquier país. Evidentemente, si esas reclamaciones por daños y perjuicios contra China, se llevaran a término de ese modo, se daría rienda suelta a que cualquier otra nación pudiese argüir motivos interesados, para rechazar el pago de sus bonos soberanos. Asusta ver que, entre la cola de reclamantes, se encuentran ya los estados americanos de Missouri y Mississippi.
¿Y la Deuda Pública de España?
El problema de excesos en la deuda pública es general, aunque evidentemente no afecta por igual a todos los países: Japón, Italia, EE. UU. y España serían, por este orden, los países con mayor deuda pública respecto al respectivo P.I.B. Claro que, con porcentajes inferiores, existen otras muchas “camisas sucias”, como, Bill Gross, el legendario fundador de Pimco, calificó los títulos que ofrecen los gobiernos menos solventes.
El nivel de endeudamiento de muchos países aumentó considerablemente tras la crisis de 2008. En España casi se triplicó al pasar del 36% hasta el entorno del 100% actual. Y el futuro no es en absoluto halagüeño pues se estima que supere el 120% tras el Plan de Reconstrucción de la economía. Habrá inevitablemente un doble efecto: mayor gasto para atender las nuevas demandas sociales, y una disminución dramática de ingresos fiscales. O sea, más déficit y mayor Deuda Pública. De no abordar ese proceso con prudencia y austeridad convertiría nuestro crédito en “camisa sucia”, nuestros hijos y nietos vivirían las consecuencias, y tendrían que asumir, salvo declaración de insolvencia, su pago.
La U.E. tabla de salvación
¿Imaginan qué ocurriría si no contásemos con el paraguas de la U.E.? Con seguridad, el mercado nos demandaría ya unos intereses más altos –recuerden que nos hemos beneficiado de tipos negativos-, entonces, la deuda se tornaría directamente impagable. Algo parecido a lo que ocurre en Venezuela o Argentina. El peso de los intereses de una deuda tan elevada sería demoledor y empobrecería a España durante décadas.
He titulado el artículo con el singular apelativo de “camisa sucia” que Bill Gross dio a los Bonos Públicos poco fiables. Me llama la atención esa curiosa coincidencia que fija en esa prenda, valores y símbolos: la camisa de fuerza para controlar la locura, la camisa de lágrimas del Temple, o variopintos colores políticos que se han visto en la historia: rojos, pardos, negros, o azules. Hoy les he traído al vestidor las que necesitan una lavandería, pero preferiría acabar sin ninguna camisa, como la de aquel hombre feliz sobre quien León Tolstoi construyó un hermoso relato con moraleja.
Quedémonos con esa camisa del hombre feliz que no quita la libertad, no tiene color político, ni produce lágrimas, y lavemos cuanto antes la que representa nuestra Deuda Pública, para que esté limpia y, a ser posible, encoja.
La solución del mundo sería realmente la constitución de un gobierno mundial. Claro que, no de patricios, sino con igualdad de derechos para todos.