El coste de la espantada
Rafa Latorre.- La misma biografía política de Pedro Sánchez demuestra que la traición a su palabra no le supone ningún desgaste. De ahí el garbo espléndido con el que ha anulado la cita prefijada en Atresmedia para debatir con sus adversarios políticos. Tampoco es que la instrumentalización de las instituciones le haya salido cara, de ahí el impudor con el que RTVE ha pasado de la humillación al servilismo y ha puesto su parrilla al servicio de la caravana socialista.
La campaña del PSOE transcurre con la placidez del que explota un espacio político en régimen de monopolio. Quienes habrían de disputárselo, los Iglesias Montero, se pasean por España blandiendo una Constitución como si fuera el Libro Rojo de Mao, que es como hacerse una campaña contra sí mismos. Un debate es el caos y más si el plató acoge no a dos, sino a cuatro líderes que persiguen llegar al mismo lugar por caminos distintos.
Existe el riesgo de que tras la refriega lo que quede sean dos preguntas flotando en el aire, como las que Cayetana Álvarez de Toledo dirigió a María Jesús Montero y ésta fingió no oír. ¿Cuántas naciones tiene España? ¿Indultarán a Junqueras si resulta condenado? O que lo que se recuerde sea el formidable poder de persuasión del minuto de oro de Inés Arrimadas.
No es un mitin, en fin, ese espectáculo de público pastueño donde lo que se busca no es convencer sino motivar.
Pedro Sánchez está protagonizando una campaña de un conservadurismo tan ortodoxo que cuesta imaginarlo adentrándose un entorno de incertidumbre. De hecho, las horas de vuelo del Falcon presidencial demuestran que la estrategia de Sánchez para conservar el poder siempre ha sido precisamente la huida. No dejar de moverse para permanecer siempre en el mismo lugar.
La maniobra de Sánchez desnuda toda una concepción de lo público. Quizás 85 diputados no sirvan para gobernar, pero sí para poner a tu servicio todas las instituciones del Estado. Tal es la debilidad de la institucionalidad española y tal es el escrúpulo de un Sánchez que tiene una idea tan rasa de la ciudadanía a la que pretende gobernar que ni siquiera se molesta a disimular su cesarismo en campaña.