He sufrido una terrible pesadilla, supongo que directamente relacionada con las luchas emocionales que todos tenemos. Las mías, por fortuna, hace ya tiempo que dejaron de ser de índole personal. Supongo que están ligadas fuertemente a la negatividad del entorno. Soñé, o al menos así lo creo, que la invasión africana que padecemos estaba siendo deliberadamente promovida, organizada y financiada por las instancias globalistas.

Surgió en mi pesadilla un escenario socioeconómico apocalíptico, similar al de esas películas futuristas donde la violencia arrasa con todo, liberando a las ciudades norteamericanas de su opresivo orden blanco. En mi inquietante sueño, los protagonistas del caos eran los mismos. Los amos del dinero habían provocado antes una gran crisis económica que provocó el colapso de Europa. Millones de extranjeros y una legión de antisistema, psicópatas, okupas y delincuentes de toda laya, se lanzaban frenéticos contra las grandes superficies comerciales en busca de alimentos, en medio de una sociedad en descomposición.

El dinero había dejado de tener valor y los bancos cayeron uno tras otro, como una baraja de cartas. Miles de personas se agolpaban impotentes ante sus puertas pretendiendo recuperar sus ahorros. Tarea inútil. La desesperación lo inundaba todo.

En mi pesadilla alguien susurraba, como una voz en off, que los sucesos violentos en Venezuela, con una población en permanente penuria, carente de todo, no era más que el ensayo de lo que las elites mundialistas pensaban poner en práctica en España.

En mi terrorífica vigilia, las superficies comerciales fueron arrasadas y el hambre terminó haciendo estragos. Una masa extraña, portando hachas y machetes, allanaba las casas en busca de alimentos o de cualquier cosa que tuviese un valor material canjeable. Los asesinatos y violaciones se contaban por miles.

Los medios de comunicación, entre tanto, seguían con sus trapaceras interpretaciones de la realidad y aseguraban que la normalidad en las calles era absoluta, que en cuestión de días se restablecería el suministro de alimentos y que los clientes de los bancos recuperarían pronto sus depósitos. Ajeno al multicultural caos, Antonio García Ferreras seguía informando del master de Casado.

Alguien que no pude identificar se atrevió a relacionar el climax de violencia con las oleadas de hombres africanos, fuertes y violentos, llegados por miles los años anteriores. De hecho, aseguraba que ésa y no otra fue la razón de que Carmena desmantelara unidades antidisturbios en Madrid, al mismo tiempo que el gobierno jubilaba a los militares al llegar a a los 45, dejandolos en la calle, con el objetivo de hacer inoperativa cualquier tipo de defensa futura, cuando las elites decidieran el hundimiento de la economia mundial para hacer efectivos sus propósitos genocidas.

En mi pesadilla, los españoles carecían de cualquier defensa para proteger a sus familias, mientras los que se atrevían a criticar el nuevo orden terminaban siendo condenados por delitos de odio y recluidos en enormes campos de concentración construidos en Los Monegros.

En mi terrorífica somnolencia recobraron forma las advertencias de Pedro Sánchez y de Pablo Iglesias a favor de abrir las puertas de par en par a la inmigración africana. Y eso fue exactamente lo que terminaron haciendo con la mascarada de la ayuda humanitaria, promoviendo la llegada ingente de ilegales a traves de las mafias dedicadas al tráfico humano.

Una voz punzante alteraba mi pesadilla apuntando machaconamente que no eran refugiados, sino el futuro ejército de la izquierda y los mundialistas para arrasar con España a la par que con lo que quedase de Europa.

Cuando la pesadilla era más turbadora, me desperté jadeante y encendí la televisión para evadirme de la macabra modorra. Con mi estado de conciencia ya recobrado, aunque lejos de la lucidez de Segismundo, apareció en pantalla Pedro Sánchez para anunciarnos la reconversión del Valle de los Caídos en un Centro de Acogida de Inmigrantes. ¡Pues qué bien!

Y desperté, qué bueno que desperté. ¿O no?