Comprendo que a muchos lectores de AD no les haya afectado la derrota de España contra Rusia más allá de un leve contratiempo. Fuera del estricto marco deportivo, ambas selecciones representan a dos sociedades antagónicas. La española nos repugna cada día más. Los éxitos del combinado nacional habrían sido también los de la dirigencia española que propaga el caos y que tanto aborrecemos. La diferencia entre el ni-ni David De Gea, espectral y pasota, y el guardameta ruso Akinfeev, resume la misma distancia que existe entre el estercolero español y una nación sana y pujante donde no hay alianza posible entre una fe y una duda.

La Historia nos enseña que las civilizaciones no mueren cuando decae su poderío económico, sino cuando pierden su alma. España se ha rendido al más estúpido de los dogmas: el multiculturalismo, según el cual cualquier cultura es tan válida como cualquier otra, con el añadido tácito y masoquista de que cualquiera es mejor que la nuestra.

Rusia nos ha vencido en un estadio de fútbol. Hace tiempo que nos derrotaron por goleada en otros campos. Lo lamento por lo que nos toca de cerca, pero al mismo tiempo lo celebro por un pueblo con alma que ha sabido conservar, con orgullo y esmero, la riqueza cultural, espiritual y antropológica de la madre Rusia, mientras aquí celebramos con grandes fastos el día del Orgullo Gay.