Si por “memoria histórica” se entiende la conservación justa y la reivindicación de determinados símbolos artístico-culturales en los anales de nuestra historia , me parece que algunos políticos y ONG se vienen equivocando últimamente, al pasar la rosca de vueltas.

En mi ciudad, sin ir más lejos, Santander (Cantabria), hace años se “extirpó” la estatua ecuestre de Franco del centro de la ciudad, cuando, en realidad, venía últimamente cumpliendo una función social, la del desahogo de sus detractores mediante huevos o tomates estrellados. ¿Por qué enterrar boca abajo símbolos que son historia, símbolos cuasi arqueológicos que son la memoria histórica, agradable o desagradable? Para empezar. Y se trata tan sólo de las extirpaciones, como si nos mencionan en Moscú la estatua de Lenin, por megalómano y totalitario que hubiere sido.

Para continuar, una cosa es <> y otra <>, como el caso de una calle hasta poco hace denominada “Falange Española”, cuyo nombre, aparte de los trastornos ocasionados a los usuarios de la misma y de los gastos administrativos ocasionados, como siempre, a nuestra bien ponderada Diputación, sería sustituido por el de “Eulalio Ferrer”, activista mejicano prorrepublicano de izquierdas durante la Guerra Civil española: si se trata de aportar neutralidad a la nomenclatura de un callejero urbano, no pequemos de movimiento pendular; y, de lo contrario, se me antoja, de NO RESPETAR REASLMENTE LA MEMORIA HISTÓRICA, una solución neutral: la numérica al estilo de las avenidas neoyorkinas.

Señores: memoria histórica, en primer lugar, exige respeto material a los preopios monumentos, tediosos o alabados; en segundo lugar, rigor interpretativo (bien está condenar los delitos antisemitas de los nazis, pero no obviemos los diez millones de muertos soviéticos durante el mismo conflicto mundial, de los que nada se ha dicho y sobre los que nadie ha hecho justicia ni ejercido la memoria histórica).

Y, fuera de la esfera política, la memoria histórica va más allá: ¿por qué los vivos dolientes han de sufrir el abandono de las sepulturas de su memoria familiar? No se trata de llevar flores, se trata de rectificar losas, de ahuyentar la falta de respeto hacia nuestros muertos en los cementerios, y lo han de hacer los familiares, para evitar que el moho se filtre en la raigambre de sus recuerdos, sin necesidad de que se trate del Valle de los Caídos.

Memoria histórica es un concepto reflexivo que implica respeto y conservación, más que manipulación oportunista: memoria histórica colectiva, como la “intrahistoria” colectiva tan escrita por Unamuno, o privativa e individual. Todos tenemos derecho a morir y a que nuestra huella, menos ridícula que las de Hollywood, quede impresa de alguna manera.