Por qué hay que entregar Sigena
Xavier Rius*.- Si reclamamos los Papeles de Salamanca, las obras de Sigena las teníamos que entregar. Ya sé que no es lo mismo. Los papeles fueron botín de guerra. Las obras de arte fueron adquiridas. Pero en este caso hay una decisión judicial de por medio. No es culpa del 155. Las decisiones judiciales deben cumplirse.
Siempre he pensado que la Comisión de la Dignidad, presidida por Josep Cruanyes, hizo en el fondo un flaco favor a Catalunya. Sentó un precedente. Y seguramente hubiéramos podido recuperar los papeles por la vía de la copia. En papel o digital.
Era la época del talante -Zapatero había ganado en 2004 contra pronóstico y en la Generalitat mandaba el tripartito- fue un guiño. Esquerra presionaba a los socialistas. Después de aquel “apoyaré el Estatuto que apruebe el Parlamento”, en un mitin electoral en el Palau Sant Jordi en 2003, fue el segundo gesto del PSOE hacia Catalunya.
Aunque recuerdo que La Vanguardia publicó unos años después -el 14 y el 25 de julio de 2015- un comunicado del Departamento de Cultura con todos los nombres de la gente que no encontraban para poder devolvérselos. Tampoco los habían reclamado.
Suerte que en Europa nos mira poco porque, por este procedimiento, el British Museum debería devolver un montón de obras a los griegos. Probablemente, también el Louvre. E incluso los alemanes que tienen el famoso busto de la Nefertitti en un museo de Berlín.
Otra cosa es que la devolución muestre la pérdida de influencia de la Iglesia catalana pero para ello tienen un magnífico libro de Eugeni Casanova ( “El Complot”) que lo explica con pelos y señales. En 2010 tuve ocasión de entrevistarle y ampliaba la tesis.
Desde Pedro el Católico (1178-1213), que fue excomulgado a pesar de su apodo, o la Cruzada contra la Corona de Aragón (1283-1285) parece que siempre hemos tenido los asuntos de la Iglesia en contra.
La reclamación de la Conferencia Episcopal Catalana (1995) todavía duerme en algún cajón de su homóloga española. Y la división de la archidiócesis de Barcelona en dos más (Terrassa y Sant Feliu de Llobregat) pareció una especie de castigo.
Es evidente también que una generación de obispos catalanistas -Antoni Deig, Joan Carrera, Francesc-Xavier Ciuraneta- fueron sustituidos a su muerte o jubilación por otra menos inclinada al catalanismo: José Ángel Sáiz Meneses (Terrassa), Agustín Cortés (Sant Feliu) o Jaume Pujol (Tarragona), entre otros.
Con la excepción del obispo de Solsona, Xavier Novell; el abad de Montserrat, Josep Maria Soler; y trescientos sacerdotes que se significaron a favor el resto se mantuvo en silencio.
De hecho, el pasado mes de mayo difundieron un comunicado en el que pedían que fueran escuchadas las “legítimas aspiraciones del pueblo catalán”, aunque también insistían varias veces en el “diálogo”. A pesar de que en TV3, con Toni Cruanyes de presentador, lo vendieron como si estuvieran a favor del referéndum. No era verdad.
El propio arzobispo de Barcelona, Juan José Omella, estaba en contra del proceso como destiló en alguna homilía o en el funeral por las víctimas de los atentados. Omella habla catalán, pero nacido en un pueblo de Teruel no se le puede pedir que esté a favor de la independencia.
*Director de e-noticies