Miembros de una banda juvenil marroquí en una imagen de Facebook

Por José L. Román.-A usted le pueden asaltar y okupar una vivienda de su propiedad, y no tendrá posibilidad de defenderse con el uso de la legítima defensa sin que después no caiga sobre su cabeza todo el peso de la ley.

Le pueden también reventar su negocio mediante el método del “aluzinaje” y sustraerle hasta el papel higiénico que por ley, deberá tener dispuesto en el inodoro.

Usted y sus hijos, quizás apenas niños, pueden ser víctimas de una brutal agresión por una banda de independentistas de extrema izquierda, por el solo hecho de enarbolar una bandera española o vestir la camiseta de nuestra selección de fútbol.

Su hijo puede ser víctima de “bullying” durante años y finalmente acabar suicidándose, cuando no asesinado por sus compañeros por el solo hecho de ser un buen estudiante.

Usted puede ser avisado un sábado de madrugada por la Policía, para informarle de que su hija ha sido violada y asesinada por una banda de “mascachapas”, incluso menores de edad, a los que la Justicia, los partidos, el gobierno y la democracia, darán todo tipo de protección mientras se carcajean de su víctima, de la Justicia, de los partidos y del gobierno.

Usted mismo, agricultor, profesor de instituto, médico de familia, profesor de auto-escuela, camionero, empleado de gasolinera, o enfermera en un ambulatorio, puede ser víctima de una brutal agresión por cualquier macarra con pedigree, y quedar discapacitado de por vida.

Puede incluso ser abordada en una entidad bancaria por el empleado de su máxima “confianza”, y, a pesar de ser clienta de toda la vida, ya jubilada, podrá ser estafada con algún producto “preferente” y perder el patrimonio de toda una vida de trabajo y de sacrificio.

Lo mismo da que sea juez o fiscal, lo más probable es que usted tenga que salir huyendo de Cataluña o Vascongadas por la presión independentista, y víctima del desamparo más absoluto de su órgano rector.
Ser una pobre anciana incapacitada residente en un barrio cualquiera de la gran urbe, no detendrá al hijo de puta de turno que quiera propinarle una brutal paliza para robarle su pensión, huyendo después a cara descubierta sin el más mínimo remordimiento de conciencia.

Todo esto es tan real y tan cierto, como que los autores de todos estos delitos, si son identificados y detenidos, serán puestos a disposición judicial y tendrán que ser los jueces quienes determinen si deben quedar en libertad o enviados a prisión a espera de juicio.

Pues bien, mientras cualquier contribuyente honesto que paga a duras penas sus impuestos e intenta cumplir las normas establecidas por nuestra democracia, sea víctima de todas estas tropelías y canalladas, contarán con el auxilio puntual y desinteresado de la Guardia Civil, Policía Nacional y Policía Local. Estos no les fallarán y estarán ahí a las duras y a las maduras. También recibirán el estímulo y apoyo moral de familiares, vecinos y amigos que, por desgracia, ya van quedando pocos.

Ahora bien, de una cosa deberán también estar seguros, no esperen que nuestra clase dirigente llame a su puerta para interesarse por su estado de salud o el de su familia, ni para ofrecerse en la medida de lo posible para paliar el sufrimiento. Nada de esto sucederá. Y si sucede, si alguno/a de ellos acude a título personal al margen de los medios, sepan que será muy puntualmente y por razones que seguramente marquen algún otro objetivo.

No hay que olvidar que los individuos de nuestra clase dirigente son profesionales de la política. Una vez pisan alfombra o moqueta, milagrosamente se transforman; pasan a estar en otra onda y preocupados por problemas de mayor calado, como su futuro político y su estabilidad económica. Mientras nosotros estamos a merced de que cualquier navajero quiera caprichosamente quitarnos la vida, ellos duermen pierna suelta sin pensar en absoluto en el final de cada una de esas tristes historias que tienen lugar a diario en los barrios de nuestras ciudades o pueblos de la España rural.

Nuestros dirigentes políticos residen en lugares vigilados y protegidos, y hasta con escolta las veinticuatro horas del día. Leen la prensa, van al gimnasio o juegan a pádel, esperando que el coche oficial los recoja y los traslade hasta el despacho donde tienen que estampar la firma correspondiente, o a la Cámara de turno para asistir a alguna de sus sesiones. Y mientras, 7.000 euros mensuales en el peor de los casos, son transferidos por Hacienda a sus cuentas corrientes llueva, truene o relampaguee.

Mientras esta realidad, no cale en la mente de los buenos españoles que sostienen y vertebran esta gran nación, España no estará preparada para emitir el sufragio seleccionando con rigor para que ocupe la Moncloa, a un verdadero estadista que no necesite vivir de la política. Un cirujano de hierro que extirpe de raíz el tumor cancerígeno que nos devora, y barra del espectro político a toda la chusma que hace y deshace en nombre de la democracia, a espaldas de quienes les pagamos el sueldo.

Si el objetivo de la democracia es la libertad real, y la libertad real origina derechos, por encima de todos los derechos y todas las libertades formalistas y huecas, está el derecho a vivir en paz. Si ustedes, defensores de la democracia pero profesionales de la política, no nos garantizan esa seguridad y ese derecho a vivir en paz del que a nuestra costa gozan ustedes, sencillamente nos están engañando.