Alma recobrada
Antonio Fernández-Figares Morales.- Tenemos una sociedad, sobre todo en el mundo desarrollado, con cada vez más normas de convivencia. El comportamiento, los impuestos, la conducción de vehículos, la sanidad, la educación, ….. cada vez son más cosas las que están protocolizadas, siguiendo una estructura de actuación. La solidaridad y el altruismo también se ha institucionalizado de forma que hay en el mundo más de un millón de ONG que mejor o peor, practican la encomiable labor de ayuda al prójimo, a socorrerle en caso de necesidad más o menos extrema. Y la civilización a pesar de los deleznables atentados y guerras va avanzando en el mundo.
Sin embargo ha decrecido la calidad de la convivencia con nuestros semejantes. Tener buenos, auténticos y leales amigos se está convirtiendo en una rareza, las relaciones afectivas están perdiendo su valor transcendente, y ya no se plantea el “para toda la vida” sino como una aspiración más o menos utópica. Los vecinos, sobre todo en las ciudades se conocen muy poco, o nada, y se ayudan y colaboran entre sí muy escasamente: se ha impuesto el individualismo de supervivencia. Pero esta actitud deja al alma, a la entraña humana, seca, carente del alimento que el afecto, la atención y la colaboración con sus congéneres puede darle y pierde el sentido de pertenencia, que queda relegado a las peñas deportivas o a las cofradías religiosas de forma eventual.
El alma debe ser recobrada, y el único camino es utilizar la sinceridad, ver al otro ser humano no como algo que nos quita, nos asusta, nos impide o nos molesta, sino como un compañero de camino con el que tenemos que ser comprensivos, de forma que nos apoyemos los unos en los otros utilizando las virtudes más que la estrategia y la táctica. Y no medirnos con los otros por lo que tienen sino intentar ver lo que no tienen a nivel humano para ayudarles. Eso hará más conexa nuestra sociedad, e impulsará a sus miembros más lejos y más alto. No todo puede ser la búsqueda de lo lúdico, hay que encontrar la íntima y profunda satisfacción en el deber cumplido y en la buena acción realizada. La vanidad proviene de una herida, y está sociedad está llena de ganchos que tratan de atraparnos a través de ella, prometiéndonos que seremos más felices por banalidades o por resultar vencedores en la competición con los demás. Pero solo la colaboración en algo enriquecedor produce satisfacción real y duradera.
La distancia entre hijos y padres, y entre las familias en general también habla de esta precariedad de no darle importancia a lo que nos enraíza y de no tener las habilidades necesarias para resolver los conflictos, sin que vaya aumentando la distancia emocional. El alma necesita ser alimentada con lo valioso y lo entrañable además de por las metas y objetivos. Siempre el conjunto es más que la suma de sus miembros.