Falta que Chiquito de la Calzada se anime y monte también su propio cotarro identitario para que al menos el chiste sea más auténtico. Éramos pocos y la abuela sigue pariendo. El registro de partidos políticos del Ministerio del Interior no da abasto ante tanto jefecillo identitario suelto, sin oficio ni beneficio, sin nada destacable en la mochila, sin nada genial que los alumbre, sin nada original que los amamante, salvo los cuatro lugares comunes que cualquier lector de AD podría desgranar de memoria.

Sostenía José Flores, el competente portavoz de la Asociación Catalana de Padres Separados (ACAPASE), que la proliferación de don nadies que pretenden vendernos la misma mercancía averiada, en el fondo se debe a una cuestión de egos. La menudencia de esos egos es lo que hace ya insoportable la situación. Dirán que más vale ser cabeza de roedor que cola de un gran mamífero. Más de veinte testas ratoniles se han registrado como partidos políticos en los últimos cinco años, para mayor gloria del dogma gubernamental que, en el fondo, sólo persigue el ancestral ‘divide y vencerás’”..

Algunos los hay de larga data, como Democracia Nacional o la Plataforma de Josep Anglada, que se crearon cuando en este país el identitarismo era a la mayoría lo que la batalla de Samotracia o la lista de los reyes Godos a un estudiante de la ESO. Sólo por eso hay que concederles el beneficio del respeto. A partir de ahí todo han sido oportunismos infames, desquites personales y trocear la menudencia en pedacitos de nada. Si en los partidos tradicionales que tanto aborrecemos imperara tan escaso sentido del juicio, hoy tendríamos decenas de insignificantes partiditos creados por antiguos y resabiados militantes del PSOE, del PP o incluso de Podemos. Al menos en eso han sido mucho más saludables.

Aquí en cambio somos muchos para tan poco puchero, y no parece que la lista vaya a menguar, antes al contrario. Conozco a muy pocos que estén dispuestos a someter su ego al propósito de crear lo más parecido a un Frente Nacional. La gente eso lo percibe y de ahí los magros resultados electorales endémicos que conocemos. Por eso ya es hora de dejar de reírle a esa gente la gracia de la que carece. Y no es sólo una cuestión de gracejos: la mayoría carece de cualquier peso intelectual para despertar conciencias y aglutinar voluntades. Estamos hablando de una colección de nulidades que, sin embargo, deambulan políticamente con ensoberbimiento y ridícula autosuficiencia, como si el resto del mundo les debiera algo. Se trata de un resumida forma de describir la penosa crisis intelectual y de sentido común que sufre el identitarismo en España, que se debe conformar con estar representado por un puñado de feos y oscuros gañanes, algunos literalmente semianalfabetos, que creen haber sido alertados por la Providencia para no se sabe qué.

Sin pertrechos culturales, sin argamasa intelectual, sin dotes oratorias, sin base más amplia que la de media docena de correveidiles que les siguen al acecho de que les caiga algo jactancioso que poner en las tarjetas de visita, sin medios económicos, sin carisma, sin una vida profesional lustrosa, sin sentido de la lealtad, sin ningún talento, sin nada que destacar, esta colección de prendas cantinflescas, henchidas de soberbia, sin grandeza humana, irrelevantes hasta decir ‘basta’, acaso no pretendan otra cosa que malgastar la última bala de la que disponemos para hacer diana en medio del fuego cruzado del enemigo.

Lo natural, señores, cuando se confunde un Browning Colt con una carabina de aire comprimido.