En memoria de Giovanni Sartori
Jesús Banegas.- La Europa y la España de nuestros días, sus perplejidades, sus problemas y sus dilemas fueron lúcida y perspicazmente analizados por Giovanni Sartori recién cumplidos sus noventa años y apenas uno antes de fallecer hace poco mas de un mes.
El autor es un grande del pensamiento político occidental, que sin complejos planteó en su último y muy recomendable libro –oro molido en apenas 100 páginas- titulado La carrera hacia ningún lugar, las siguientes ocho lecciones políticas –contiene dos más teológicas– para nuestra sociedad en peligro:
Todo el saber del homo sapiens se desarrolla en la esfera de un mundus intelligibilis –de conceptos y constructos mentales– que no es en modo alguno percibido por nuestros sentidos. La televisión invierte el progreso de lo sensible a lo inteligible y lo destruye mediante el retorno al puro y simple ver. La televisión y el mundo Internet producen imágenes y borran conceptos, pero así atrofian nuestra capacidad de entender. La democracia liberal –producto del pensamiento abstracto- no está perdida si somos capaces de contraponer a la democracia distributiva la democracia protectiva del habeas corpus.
La primera auténtica revolución –asalto-conquista desde abajo del poder– fue la francesa de 1789, que desbloqueó la sociedad del absolutismo monárquico para bloquearla de nuevo por el Terror. El marxismo añadió dos nuevos conceptos: la revolución es de izquierdas –si no, es contrarrevolución– y no acaba con la conquista del poder, debe implantar un nuevo orden económico y social. El emblema de la revolución comunista es el mito de Saturno. La borrachera revolucionaria insensata del siglo pasado medía la revolución por la sangre derramada: cuánta más mejor. Ni Lenin, ni Stalin ni Mao eran necesarios, todo empeoró con ellos. La “Restauración Meiji” de Japón –que no restauró absolutamente nada sino que lo revolucionó todo– consiguió en el lapso de veinte años, entre 1868 y 1889, pasar de su Edad Media a la modernidad. Esta transformación ilustrada –que es lo que significa el término meiji- se hizo sin recurrir en ningún momento a la violencia.
El sistema electoral perfecto existe: el mayoritario a doble vuelta. Es el que funciona en Francia: en la primera vuelta es proporcional, en la segunda hay que elegir al candidato que sea la segunda preferencia o el que menos desagrade. La premisa del sistema electoral perfecto es que deben estar prohibidas las coaliciones.
¿Estamos en guerra contra el Islam?: la respuesta es sí. Se trata de una guerra terrorista que “aterroriza” al enemigo matando indiscriminadamente;es global, a diferencia de la de Irlanda o el país vasco; es tecnológica pues usa bombas humanas y bacteriológicas; y es religiosa porque se alimenta de un fanatismo religioso que está protegido por una fe religiosa. Hay un Occidente agredido y un Islam agresor. Existe un conflicto de civilizaciones y tratar de demostrar lo contrario es un ejercicio evasivo de cobardía y ceguera.
La consigna “democratizar el Islam” es un pretexto retórico. Tanto el cristianismo como el islam son religiones fuertes: monoteístas y totalitarias. Sus diferencias son las siguientes: en el cristianismo el derecho romano y el canónico coexisten, en el islamismo el derecho es siempre religioso; el cristianismo no ha sido nunca una religión armada –aunque el “poder de la espada” se le prestaba de vez en cuando a la Iglesia de Roma- mientras que los ejércitos del islam eran auténticos; el islamismo brota en la nada del desierto, mientras que el cristianismo debe superponerse a una civilización grecorromana preexistente; el Renacimiento implanta valores pluralistas y el rechazo de cualquier poder único; el constitucionalismo liberal se basa en la separación entre la política y la religión, en una convivencia pluralista laica, la autonomía y la libertad individual y la legitimación democrática del poder. Turquía no demuestra que el Islam sea democratizable sino, en todo caso, hasta qué punto no lo es. Marruecos es el mejor ejemplo democrático del Islam y el mas inmune al asalto del fundamentalismo.
La ciudadanía –concesión de residencia permanente– debería ser transferible a los hijos pero siempre revocable y concedida a cualquiera que entre legalmente en un país con los papeles en regla y un puesto de trabajo prometido o creíble.
Los musulmanes de tercera generación no solo no se han integrado, sino que son los más rebeldes, los más extranjeros. Los Estados atacados deben declarar la guerra al terrorismo islámico: inutilizando los barcos antes de que se hagan a la mar (en la guerra no hay aguas territoriales protegidas).
Max Weber formuló la distinción entre “ética de la intención” –que persigue el bien sin tener en cuenta las consecuencias- y la “ética de la responsabilidad” que tiene en cuenta las consecuencias de las acciones. La primera puede ser destructiva: perjudicando a todos sin beneficiar a nadie. En la India todavía quedan catorce millones de musulmanes –extremadamente pobres y maltratados– que resisten y no se integran.
Las sabias reflexiones del maestro Sartori tratan de asuntos políticos y sociales de verdadero interés y calado intelectual, ninguno de los cuales ocupan espacio alguno en el debate político en España; tampoco en Europa. Y así nos va.