Era Valls no Macron
Mayte Alcaraz.- Nada tengo en contra de Albert Rivera. Es más, como soy de los que creen que con lo de comer no ha de jugarse, aprecio que el líder de Ciudadanos mantenga un discurso responsable e inalterable en aquello que no debe llamarse a engaño: los pilares del Estado de Derecho, la defensa de la unidad de España y de los valores europeos y, en suma, la lucha contra los totalitarismos, muy especialmente el de los nacionalismos y comunismos que en el mundo todavía son y amenazan con imponerse a través de métodos asamblearios o consultas ilegales. Sin embargo, uno de los mejores atributos humanos -y no necesariamente contradictorio con el márketing político- debe ser la humildad. Y en ese terreno el político de Ciudadanos tiene la EGB por hacer, o la ESO, o como diantres se llame ahora.
No hay centímetro libre en el pecho de Rivera para colgarse más medallas, tan malbaratadas al cabo en este tiempo de tinieblas. Sin racanearle ni uno solo de los méritos que su bien diseñado traje de regeneracionista y justiciero le ha otorgado frente a las inercias injustificables del bipartidismo respecto a la corrupción, habrá que colegir que ni el sol que sale cada mañana es obra de Ciudadanos ni el hálito cotidiano de los 45 millones de españoles (y que se preparen los franceses) se debe a la bienhechora presencia del político catalán sobre la faz política.
Digo esto porque se ha convertido en un efecto secundario casi clínico deglutir el discurso de Ciudadanos y sentir una suerte de empacho ventajista poco justificable. Que Rajoy pueda seguir desayunando con Merkel en los Consejos Europeos; que en Murcia haya triunfado la limpieza democrática (del alcalde de Granada mejor no hablar); que Cristina Cifuentes haya llevado un fajo de papeles que le quemaban en las manos ante la Fiscalía Anticorrupción… solo puede deberse a ese maná democrático y limpio que derrocha la deidad naranja. Escuchar en la fiesta del 2 de mayo esponjarse a los portavoces madrileños de ese partido, Begoña Villacís e Ignacio Aguado, venidos arriba por unas encuestas que -oh, albricias- han pasado a ser el oráculo de Delfos cuando auguran subidas a Ciudadanos, autoseñalándose como artífices de la operación Lezo suena a mascarada. Los documentos que llegaron a la mesa de Cifuentes, procedentes del Canal de Isabel II, podían haber sido guardados en un cajón (y Ciudadanos nunca los hubiera echado de menos) o ser trasladados a los órganos competentes para su investigación. La presidenta optó por la segunda opción, impelida seguramente por la lógica necesidad de marcar una línea roja contra los sucios enjuagues de su antecesor y no por el dedo inquisitivo de Aguado. Eso para poner las cosas en su sitio.
Y luego está el carácter planetario de Rivera. Hace un par de años le hice una entrevista para ABC en la que me confesó que sus referentes internacionales eran Obama, Clegg, Renzi y…. ¡¡¡¡Valls!!!! Es verdad que Macron no había saltado a los medios pero lo que es, es. Bienvenido al «macronismo», señor Rivera.