Foto (La Vanguardia)

A. Robles.- Reconozco que desde anoche me encuentro en estado de ‘shock’. Creía estar preparado para soportar cualquier cosa, pero admito que las decenas de miles de personas abarrotando las calles de Barcelona, un tercio de ellas musulmanes, y dando vivas a las “caenas”, me han mudado el ánimo de general optimista hasta el punto de verlo hoy todo mucho más negro, nunca mejor dicho. Desde su tumba, Almanzor se debe estar desternillando de risa. Lo que hace mil años no pudo lograr ni aún causando estragos en la vida de tantos catalanes dispuestos a inmolarse antes que rendirse en nombre de su fe, hoy se lo ofrecen en bandeja los estrogenizados herederos de aquellos valientes.

La idiocia de los progresistas y los separatistas catalanes merecería un capítulo aparte en todos los manuales de la psiquiatría moderna. Sobre todo la de estos últimos. Vale que la progresía, sierva de los dueños del cotarro mundialista, funde su estrategia sobre el reemplazo de la población nativa europea, pero lo de los separatistas nos lo tendrían que explicar muy bien y muy despacito para que lográramos entenderlo. Lo explicaba muy bien un colaborador nuestro: se supone que el nacionalismo catalán tendría que defender que un grupo humano, para ser un pueblo, deberá compartir unos valores, unas costumbres y unos comportamientos comunes. Eso supone la asimilación. El comunitarismo étnico y religioso de los refugiados musulmanes a los que pretenden dar entrada se opone precisamente a eso. No hay un lugar en el mundo donde no pretendan imponer sus costumbres y su forma incivilizadora de vida. ¿En qué mundo de ‘yuppies’ viven los separatistas catalanes para creer que cortejando a los refugiados van a lograr que el medio millón de musulmanes que vive en Cataluña termine abrazándolos a ellos? ¿Acaso lo que buscan es el abrazo del oso?

AD lleva meses desgranando los gravísimos problemas que está suponiendo la presencia de millones de refugiados en Europa. No es preciso insistir en el cúmulo de hechos criminales que muchos de ellos han protagonizado. España es un país con una economía precaria y con una población en creciente pobreza. Acoger y atender a más personas de fuera agravaría nuestra ya deficiente balanza de pagos y precarizaría aún más el empleo. No es extraño que muchos dirigentes empresariales catalanes apoyasen el acto de ayer en Barcelona. Tampoco es extraño que se viera a centenares de magrebíes, muchos de ellos portando esteladas en actitud triunfal. Los magrebíes residentes en Cataluña miran a Bélgica y Holanda, países de la extensión aproximada de Cataluña y en trance de ser fagocitados por la cultura islámica, y se envalentonan al pensar que un Estado catalán sería fácil presa para ellos. Si en el camino logran una presencia significativa en las instituciones y salpicar de mezquitas las grandes ciudades, tanto mejor. La batalla demográfica la tienen ganada. Es cuestión de tiempo que sustituyan la estelada por la bandera del nuevo califato catalán.

La cabecera de la manifestación pedía que se dejaran de dar excusas ante el incumplimiento de las promesas de acogida (Foto La Vanguardia)

Al mismo tiempo, nada debería extrañarnos la no presencia de banderas españolas. Tanto unos como otros saben que los símbolos de España son la expresión de una toma de control histórico de los valores culturales y la identidad colectiva del pueblo español, que no es ni será nunca la de los ‘nous catalans’ ni la que representa la progresía xenófila. La presencia de miembros de PDeCAT, de ERC y de la CUP, junto a potenciales yihadistas, nos diagnostica la esquizofrenia política que se ha instalado en el separatismo catalán, que acaso les lleve a imaginar que sus eventuales compañeros de trincheras se limitarán a ser ‘convidados de piedra’ y que no exigirán nunca un razonable tributo por los servicios prestados a causas como las defendidas ayer en la capital catalana, que a los moros les viene además como anillo al dedo.

Si fueran personas sensatas y normales, si fueran hombres y mujeres con honor, si no estuviéramos hablando de auténticas heces humanas, deberían preguntarse a quién le interesa que la exigencia ética para con los refugiados sea un deber para los europeos y no para los israelíes o para los países islámicos del Golfo Pérsico, con recursos económicos muy por encima de los nuestros.

El clima de putrefacción en el que se ha instalado una gran parte de la sociedad catalana no nos augura nada bueno. Lleva años prisionera de la dictadura de la corrección del pensamiento único. Muchos imanes lo saben y por eso llevan tiempo lanzando un órdago tras otro al mismísimo ordenamiento legal español. Las únicas reacciones oficiales a las que se enfrentan no son más que mediocres requisitorias, llenas de eufemismos y tópicos, sin atreverse a lesionar susceptibilidades que posiblemente les inspiran terror.

El progresismo, aliado casi siempre del separatismo catalán en su odio común a España y al Cristianismo, funciona en Cataluña como una secta: con altas dosis de manipulación social, con objetivos siempre contrarios al interés común, con la amenaza sistemática al discrepante y con la corrupción institucional como modo de financiar su chantaje al Estado. A ello coadyuvan, como herramientas determinantes, TV3 y el entramado de medios audiovisuales catalanes, o canales privados entregados a la Generalitat, que ayer se dedicaron a celebrar la pulsión suicida de decenas de miles de catalanes con el mismo entusiasmo que el lobotomizado rebaño del reverendo Jones ingería las dosis de veneno letal en una selva de la Guyana. Estos al menos tenían la certeza de un paraíso mejor que la vida. Los otros lo que buscan es convertir en un infierno la de todos nosotros .

Y la pregunta del millón:¿cuántos de los que se dejaron ver ayer tarde por las calles de Barcelona estarían dispuestos a llevarse a un refugiado a sus casas y costear sus gastos? ¿Por qué lo de predicar y dar trigo no tiene su corolario en el refranero catalán?