Es impensable que una monja llegue a blasfemar con blasfemia heretical, en público, pero no es increíble. Como es impensable que los ángeles, que son inteligentísimos por su naturaleza, se pudiesen revelar contra su Creador; pero no es increíble, porque la soberbia del ser inteligente, puede, de hecho, pretender ocupar el lugar del Creador y llegar a situaciones tan absurdas como la del gusano que desafía al elefante.

La religiosa argentina, que negó la virginidad de María Santísima y la de su esposo San José, en primer lugar miente, pues no puede creer lo contrario de lo que siempre ha creído y llegar a ese estado de profanación de sus votos religiosos. Pero en segundo lugar blasfema, porque blasfemar es decir o hacer gestos injuriosos contra Dios, los santos y las cosas santas. Añadiendo a esta manifestación en medios públicos la gravedad consecuente del escándalo, que es inducir a seguir el mal ejemplo del escandalizador y devaluar erosionando la moralidad pública. Las causa de la acción no puede ser otra que la soberbia contra su fe, unida a la vanidad del protagonismo como forma de hacerse notoria a falta de méritos propios, de los que carece. Podría ser también inducida por algún espíritu diabólico humano, cosa menos probable porque tal encargo es instintivamente rechazado por quien tenga un mínimo de rastro de pudor en la conciencia.

Lo raro del caso es que, habiendo ya tenido estos antecedentes conocidos por la jerarquía eclesiástica, no se aparte y margine automáticamente a esta rara especie de religiosos/as desesperados o renegados de su profesión. Puede haber responsabilidades del “voluntario en causa” aún por omisión. El fenómeno actual de la blasfemia consciente o aceptada como muletilla de taco sólo demuestra la incultura general en materia religiosa, la descristianización galopante, la falta de respeto a Dios y a los semejantes, que no tienen por qué soportar las formas injuriosas a quien es Padre nuestro, que sólo merece las gratitudes y alabanzas de sus criaturas. Respetar los oídos ajenos, también es deber  ciudadano. Quien blasfema se descalifica de la urbanidad y de la cultura, deshonrándose a sí mismo. ¿Qué tiene que ver la sagrada Hostia con los golpes y bofetadas? ¿Qué tiene que ver Dios con las culpabilidades personales? ¿Por qué echar culpas a quien va a ser el Juez Supremo de quienes le injurian?

En el lenguaje ya se muestra y demuestra la catadura moral de cada quien. El libro del Levítico 24,15 dice: “Quien blasfemare en nombre de Yahvé será castigado con la muerte; toda la asamblea le lapidará. Extranjero o indígena quien blasfemare en nombre de Yahvée morirá”.

San Pio V estableció que pudiera ser perforada la lengua del blasfemo (Constitución cum pridem de 1566).