Casos cada vez más frecuentes de pederastia y pedofilia, son el signo inequívoco de la podredumbre en que se ven inmersas las sociedades occidentales que se dicen a su vez con madurez democrática. En España, las agresiones sexuales a menores y las detenciones practicadas por la Policia Nacional y la Guardia Civil de canallas malnacidos que se dedican a estas prácticas y que son paseados con los grilletes puestos ante las cámaras de las televisiones, se han convertido ya en algo puramente rutinario. Contra más aumenta el número de detenidos, estos hijos de puta se multiplican como ratas en el basurero en el que se ha convertido nuestra sociedad ¿Por qué? ¿Quién alimenta algo tan execrable? ¿Es acaso el sistema el verdadero caldo de cultivo de esta pandemia?

La prostitución infantil, de la que no hay que culpar únicamente a las mafias y a los proxenetas sino también a los clientes de países occidentales cuya demanda es cada vez mayor, marcan el grado de putefracción social latente, principalmente en estos países del llamado primer mundo o mundo libre. El turismo sexual es un ejemplo. Cientos de miles de turistas viajan a Cuba y a otros países del tercer mundo, no precisamente para contemplar su historia y su arte, sino en busca de chicos y chicas, apenas niños para el vicio y el fornicio, por una pastilla de jabón, unas medias o un pintalabios.

Desde el momento en que hay que aumentar los efectivos policiales y los medios de represión que éstos utilizan para perseguir este tipo de delitos, se está diciendo paladinamente que se ha puesto la segur en las raices vivas del orden moral. Por lo tanto, cuando una sociedad llega a esta dramática, trágica y caótica situación, hay que decir alto y claro que esa sociedad no adolece de una falta de vigilancia policial, sino de un rearme moral que comience en las escuelas.

¿Qué falla en el mal llamado mundo libre y civilizado, incapaz de reaccionar ante una situación de tan vil naturaleza? ¿Cómo puede permitirse la comercialización de seres humanos inocentes para prostituirlos, sin que se tenga la firme voluntad de erradicar esta lacra pese a quien pese y cueste lo que cueste? ¿Acaso no sería lícita la pena capital aplicable a los responsables, en éstos como en otros casos? ¿Por qué los medios de comunicación sensibilizan a la opinión pública con programas y documentales sobre esta lacra social, y a continuación, sin escrúpulos morales, éstos mismos medios –con escasas pero honrosas excepciones- son los primeros en provocar comportamientos reprobables por medio de la “telemierda”, incitando e invitando a un sector de la sociedad a este tipo de perversiones?

Basta echar un vistazo a diarios de tirada nacional, donde bajo el falso señuelo de “ANUNCIOS DE RELAX Y CONTACTOS”, subyace una clara publicidad de prostitución encubierta con textos que deberían horrorizar a sus propios hijos. Publicidad, a la que pueden tener acceso facilmente menores de edad, ya que no les está prohibido adquirir un ejemplar en cualquier quiosco. Esto lo saben los redactores de periódicos; lo sabe la Fiscalía de menores, y lo sabe también hasta el mismísimo “sunsuncorda”. Pero nadie hace nada.

Las masas son convocadas y movilizadas por ejemplo, para rodear el Congreso, contra las corridas de toros, contra un campo de tiro, contra el racismo y la xenofobia, contra las guerras, contra los vertederos de basura, contra las centrales nucleares, etc. Pero nunca contra la pedofilía y la pederastia y, mucho menos, contra aquellos que demandan y controlan esa prostitución infantil utilizando el poder y el dinero.
¿Quién está detrás de todo este comercio milmillonario? ¿Quiénes son los que deciden la incorporación creciente de prostitutas/tos con marchamo exótico como asiáticas/os, latinas/os o negras/os, destinadas/os a países europeos y norteamericanos cuya demanda va en aumento, y exigiendo que la “mercadería” sea a su vez cada vez más joven?

Pues sencillamente los poderosos que mueven los hilos con el fin de la degradación de los seres humanos, y millones y millones de clientes imbuidos por una propaganda puramente liberticida de los mercaderes insaciables de la globalización, que tienen como misión acabar con nuestra identidad nacional, con la familia cristiana, y con la moral de nuestros pueblos. Millones y millones de clientes adictos a una propaganda que los atonta y ensordece, dispuestos a pagar una cantidad de dinero para practicar el fornició con estas/os jóvenes apenas niñas/os en función de su poder económico, su grado de perversión o su nivel degenrativo, y, en último extremo y si se carece de recursos, por la fuerza.

Insisto, poner el foco en las mafias que controlan este comercio, penalizando a su vez a los proxenetas, está muy bien, pero sin olvidar que se debe acometer y frenar también la fuerte demanda de esos/as jóvenes apenas niños/as, para satisfacer el vicio que no para en barras. Una sociedad, un Estado y un gobierno, que eluden la responsabilidad que recae sobre aquellos que solicitan, sostienen y refuerzan éstas prácticas, es una sociedad, un Estado y un gobierno, cómplices de uno de los delitos más graves, repugnantes y execrables que hoy se cometen.

Cualquier intervención para atajar el problema debería tener en cuenta también a los que incitan mediante la publicidad a que los pedófilos y pederastas vayan en aumento. Los clientes demandan, y las mafias internacionales perfectamente organizadas complacen sin pestañear. Miles y miles de millones de dólares y de euros están en juego.

Y por ultimo, lo más importante, las legislaciones estatales y los tratados internacionales son necesarios, pero inoperantes cuando lo que hace falta con urgencia en Europa y por tanto en España, es un realme moral de nuestros pueblos. Tengan la completa seguridad, de que sin valores y principios morales, cualquier política para atajar el problema será un rotundo fracaso.