Pedro llora, Rajoy sonríe y los violentos fracasan
Paloma Cervilla.- Hace ahora un año, o quizás más, nadie habría podido imaginar lo que se vivió ayer en el Congreso de los Diputados. Eran tiempos en los que en todas las conversaciones se hablaba de la defunción de Rajoy, de la eclosión de la nueva política y del futuro prometedor que le esperaba a líderes como Pedro Sánchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias.
Las proclamas sobre la muerte del bipartidismo y el regocijo ante una nueva política que se resumía en 140 caracteres, inundaban la vida política española. Empresarios, medios de comunicación y gran parte de la sociedad en su conjunto había quedado seducida por una corriente de aparente modernidad, que iba a dar un vuelco en el establishment que había proporcionado a España tantos años de estabilidad.
Los que hablaban conmigo entonces, saben que nunca comulgué en su totalidad con esa tesis, y me costó más de un desprecio de los que se rendían ciegamente a semejante interpretación de la realidad. Es cierto que la sociedad va cambiando, y que es bueno que emerjan nuevos políticos, pero todo ello, para que se sustancie en un cambio político, necesita su tiempo y unas circunstancias de estabilidad económica, que en este momento no se dan.
Y es precisamente esa interpretación del tiempo, ese valor que en política es tan importante, o mejor dicho, el saber interpretarlo, lo que ha terminado por enterrar, de momento, ese aire de modernidad mal entendida en la política española.
En este manejo de los tiempos solo ha sobrevivido Mariano Rajoy, un hombre corriente de Pontevedra, un político sesentón, que no se maneja en Twitter, pero que conoce todos los resortes de la política, sin necesidad de bucear en Google para buscar el último manual del perfecto dirigente.
Ayer, este hombre sonreía mientras otros lloraban, precisamente el que, en su ambición por atrapar rápidamente el tiempo, se atragantó por no saber manejarlo. Las lágrimas de Pedro Sánchez supongo que serían las de la frustración, las de la rabia, las de la impotencia de ver cómo se esfumaba su sueño de ser presidente, cómo su ambición desmedida había sido el peor de sus enemigos.
En su lento, 351 días, camino hacia un segundo mandato como presidente del Gobierno, Rajoy también ha silenciado a los violentos. Apenas tres mil se acercaron ayer a rodear el Congreso, y en el futuro serán menos, porque supongo que cada vez más la gente de izquierdas se apartara de los insultantes discursos de Pablo Iglesias y su tropa, de su gestión cada vez más sectaria y dañina para la convivencia en aquellas instituciones donde gobiernan.
Solo una minoría secundó sus proclamas golpistas intentando deslegitimar la investidura de Rajoy. En España se vota y hay que aceptar el resultado de las urnas, le guste a Pablo Iglesias, o no. Y si no quiere, que se vaya a Venezuela o a Cuba, pero que nos deje en paz.
Parece que fue ayer pero ha pasado ya casi un siglo desde que el homónimo (curiosa casualidad… o quizá no) de este payaso de Pablo Iglesias lanzara este incendiario discurso en las cortes: “El partido que yo aquí represento aspira a concluir con los antagonismos sociales,… esta aspiración lleva consigo la supresión de la Magistratura, la supresión de la Iglesia, la supresión del Ejército… Este partido está en la legalidad mientras la legalidad le permita adquirir lo que necesita; fuera de la legalidad cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones” (Diario de Sesiones del 5 de mayo de 1910).… Leer más »