AD.- Muchos han tenido ya la oportunidad de ver lo que nunca pensaron: guste o no, la parálisis gubernativa que sufre España (sin precedentes en ningún país civilizado) coincide con la entrada en escena de partidos tan oscuros y poco fiables como Ciudadanos. La estupefacción nos cogió a todos con el pie cambiado cuando el taimado Albert Rivera defendió el apoyo de su menguado grupo parlamentario a la investidura de Mariano Rajoy… ¡pidiendo la cabeza de Mariano Rajoy! Rivera dio este viernes un giro de estrategia y declaró roto el acuerdo firmado con el PP apenas cinco días antes. El líder ‘naranja’ fue aún más allá y exigió a los populares que, en caso de querer renegociar su apoyo, les presentasen a un candidato con opciones de ser investido.

El rifirrafe entre ‘socios’ dejó momentos tensos con las intervenciones del portavoz del grupo popular en el Congreso, Rafael Hernando. En un tono elevado, Hernando se dirigió al socio que le ha otorgado el apoyo de sus 32 diputados para que Mariano Rajoy lograra ser investido como nuevo presidente del Gobierno, y, a tan solo unos minutos de que estos fueran a darle esos ‘síes’ en la votación, llegó a espetarle: “En democracia se van los que pierden en las urnas”. Esta frase del político popular fue su respuesta a la insinuación por parte del líder de Ciudadanos de que Rajoy dé un paso atrás.

Tiene gracia que los populares hayan necesitado tanto tiempo para descubrir el auténtico rostro de Rivera. Fue demasiado perceptible que Rivera se sentía tan a disgusto con el pacto obligado con el PP como el que tiene que bailar toda la noche con la que menos desea, mientras “la otra” permanece a pocos metros de distancia. “La otra” de Rivera es Pedro Sánchez. Lo que de verdad le pone al fútil “naranjito” es el amor incestuoso de Sánchez, con el que más pronto que tarde compartirá el sueño evanescente de quienes, pese a su mediocridad y mendacidad, creían estar llamados a los más altos destinos en la vida política española.

Y no sólo Rivera. No había acabado su discurso de investidura Rajoy y ya estaba José Manuel Villegas, vicesecretario general de Ciudadanos, lanzando chinitas (vía twitter) a sus socios. El poco disimulado disgusto de ambos durante la votación nominal de ayer fue el corolario a la burda farsa de estos días.

“¿Cómo fiarse de alguien como Rivera? Es imposible”, se preguntaba a la salida del hemiciclo un dirigente popular de alto nivel. Si este dirigente leyera más las reflexiones de este medio, no habría necesitado de este debate para concluir que sus elásticos principios (los de Rivera) le lleven a sostener una cosa hoy y la contraria al día siguiente. Debería haber sabido tanto él como los de su partido que Albert Rivera es uno de esos políticos capaces de poner una vela a Dios inmediatamente después de haber vendido su alma al diablo. Ya se sabe que el cantamañanas es una especie de fiduciario del relativismo moral como concepto político. Ya se sabe que un tipo así carece de convicciones más allá de las que exija su repugnante tránsito por la vida española. Gracias al debate de esta semana hemos sabido también que esta deyección del mundialismo ha abogado por aumentar el cupo de refugiados que el Gobierno tenía previsto acoger antes de los atentados islámicos que han regado con sangre algunas ciudades europeas. El mequetrefe se ha pasado ahora al bando de los proinmigracionistas, que es una forma como otra de presentar sus credenciales para que la élite mundial alargue su infecta vida política.

Aunque ya es bien conocida que la especialidad de Rivera es ir modulando su discurso adaptándolo a las circunstancias, conviene aclarar un par de cosas. Si el catalán de origen andaluz pactó con el PP la investidura fallida de Rajoy no fue por la sarta de mentiras desgranadas en sus intervenciones parlamentarias, todas ellas teniendo como epicentro el supuesto interés por España. Ciudadanos pactó dar el “sí” a Rajoy porque cualquier otra posición les habría llevado al derrumbe en unas más que hipotéticas elecciones. Conformarse con la quema para evitar la chamuscada prueba hasta qué punto Sánchez y Rivera comparten un objetivo fundamental: su propia supervivencia política, aún cuando el interés de España aconseja en estos momentos justamente lo contrario.

Dijo Rivera que los españoles no se fiaban de Rajoy. Y lo dijo sin inmutarse, a escasos tres meses de que el poco fiable Rajoy le sobrepasara en cinco millones de votos y en más de cien escaños. Al portavoz parlamentario del PP le faltó apuntalar su enmienda al “veleta” con ese detalle: “si los españoles no se fían de Rajoy, qué decir de usted, señor Rivera, que en sólo seis meses perdió el apoyo de medio millón de sus votantes”. Y los perdió porque descubrieron la naturaleza larvada y engañosa del cuentista, su escasísima fiabilidad, su discurso cambiante, su erratismo ideológico, sus flirteos con el político más indeseable de la ya de por sí indeseable democracia española.

“No hay mentira que dure 100 años ni mentiroso que lo aguante”. En el caso del líder de Ciudadanos no deberemos esperar tanto. A la desafección de sus votantes hay que unir la de ese goteo permanente de concejales que están pasando a engrosar las filas de otros partidos, fundamentalmente el PSOE. El último caso lo ha protagonizado el concejal de Ciudadanos en el municipio malagueño de Vélez-Málaga José Antonio Moreno, quien fue sorprendido por la Policía Local cuando conducía por una vía de la localidad con una tasa de alcohol que superaba en más del triple la legalmente permitida. Al imprudente conductor le ha faltado tiempo para pasar a formar parte del equipo de gobierno municipal socialista.

De casta le viene al galgo. Los principios de los “sabuesos” naranjitos son tan versátiles como los de su propio líder. Si algo bueno tendría la celebración de nuevas elecciones en diciembre sería por la posibilidad más que real de que Ciudadanos pase a ser historia. Lo que menos necesita ahora la inquietante situación que vive España y Europa es la existencia de políticos que revolotean de aquí para allá al acecho de lo que más convenga a sus ilimitadas ambiciones. De aquellos que, como Rivera, mantienen su neutralidad en tiempos de crisis moral. Como en “La divina comedia” de Dante Alighieri, a ellos les estará reservada la parte más caliente del infierno.