‘Burkini’
Eduardo Jordá.- Ya sabemos que todos tenemos derecho a vestirnos como nos dé la gana, y si alguien quiere ir a tomar el sol a la playa disfrazado de Gallina Caponata -o de Darth Vader-, en una sociedad libre nadie puede impedírselo. En este sentido, prohibir el burkini puede considerarse una medida discriminatoria que en el fondo va dirigida contra una cierta visión del islam, la más rigorista. ¿Hasta qué punto puede el Estado impedir a alguien a que se vista como le dé la gana? Se mire como se mire, no puede hacerlo.
Pero el problema es mucho más complejo de lo que parece. En circunstancias normales, el burkini no debería preocupar a nadie. Ahora bien, el problema es que no vivimos en circunstancias normales. Cuando se cometen atentados indiscriminados al grito de “Alá es grande”, el burkini representa mucho más que el simple derecho de una mujer musulmana a vestirse como le dé la gana. Ante todo, porque los terroristas obligan a sus mujeres a vestirse con el equivalente del burkini en la vida diaria, que es el niqab, es decir, el siniestro velo integral que sólo deja a la vista los ojos de la mujer. Y nos guste o no, una mujer que se pone un burkini ha de tener a la fuerza una visión de la vida que sea rigorista, puritana y en el fondo paranoica. Y una visión así de la vida está mucho más cerca de quienes cometen los atentados que de quienes los sufren. Las cosas son así. Y en estas circunstancias, una sociedad traumatizada por los atentados tiene derecho a sentirse amenazada o cuando menos molesta ante la vista de un burkini y todo lo que representa.
Y además, ¿qué pinta en una playa una mujer que considera indecente la exhibición del propio cuerpo, si allí va a estar rodeada de cientos de personas que hacen una indecente exhibición de su propio cuerpo? Un burkini en una playa representa lo mismo que un hábito de monja en un local de strip-tease de Las Vegas: un contrasentido absoluto. Si alguien se pone el burkini para ir a la playa, y encima dice que lo hace con total libertad, está cometiendo una estupidez colosal. Si acepta el burkini, no puede aceptar la idea del aberrante hedonismo sensual que se vive en una playa. Y si acepta la idea de la playa -con todo lo que representa de exhibición indecente de sensualidad-, entonces no tiene ningún sentido que se ponga un burkini. Es así de simple, aunque haya gente tan tonta que todavía no se ha enterado.
Y ya porque no usan una manta digo yo.
Nos hacen un favor no quitandoselo, así sabremos distinguir la chusma invasora de los autóctonos, no podremos mezclarnos y no pillaremos el dengue gracias a sus fétidos trajes, no se escapará ninguna mosca ni cucaracha de dentro y no nos infectarán de pulgas a nuestros queridos animales, antes la vida de un perrito que la de un moroman
Cuando durante la segunda república y posterior guerra se asesinaba a la gente por llevar un crucifijo colgado al cuello, los asesinos no lo hacían porque la víctima llevara un trozo de oro colgado del cuello. Bien podía haber llevado un adorno en forma de perro o flor y no hubiera pasado nada. Lo hacían por lo que representaba dicha cruz. Pongo este ejemplo porque con seguridad la mayoría de perroflautas aplaudirán semejantes actuaciones y les hará entender mejor la cuestión que nos ocupa. En este caso el burkini o cualquier otra prenda similar representan una cultura y una forma… Leer más »
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