El peluquero de Hollande
Edurne Uriarte.- Tan solo unas horas antes del brutal atentado terrorista de Niza saltaba en Francia el escándalo del peluquero de Hollande. O de los 10.000 euros mensuales que los contribuyentes franceses pagan por el peinado de su presidente. El asunto dio para algo de humor –”vamos a votar por Juppé y ahorramos en peluquero”, escribía un ciudadano en la web de Le Figaro– y, sobre todo, para comprobar el radical contraste entre la claridad moral y la indignación social por el peluquero y la confusión y los titubeos ante el hecho realmente grave que ocurría justamente después, el atentado yihadista de Niza.
El primer problema es sencillo, y el segundo, de una inmensa complejidad, y nada tienen que ver sus dimensiones. Pero su coincidencia en el tiempo tiene interés para poner de relieve ese habitual contraste entre la sociedad, los medios de comunicación y algunos políticos que tienen sus indignaciones y respuestas preparadas para asuntos como la corrupción política o los excesos del Estado y, sin embargo, prefieren la confusión analítica y moral y la huida ante otros que requieren de decisiones difíciles y de compromisos dolorosos.
Asombroso ha sido comprobar de nuevo la resistencia de algunos a admitir el carácter terrorista de la matanza y su vinculación con Daesh. En España más que en Francia. Creo que nadie ha llegado en Francia al extremo de Podemos-Vallecas, que lo ha calificado de “accidente de tráfico instrumentalizado mediáticamente como ataque terrorista para infundir miedo”. Pero bastantes han jugado durante días con la teoría del desequilibrado, del odio individual, de la locura o, incluso, del lobo solitario sin vinculaciones claras con un grupo terrorista. Ya lo hicieron con la matanza de Florida, y, en ese caso, hasta contribuyó el propio presidente Obama, deseoso de evitar el reconocimiento de la vinculación con el terrorismo organizado que le obliga a unas políticas militares diferentes y le coloca ante parecida tesitura política de ese antecesor, Bush, las Torres Gemelas, que quiere olvidar.
Cierto que, en Francia, el propio presidente Hollande reconoció la misma noche del atentado su carácter terrorista y su determinación de combatir a Daesh tanto en el interior como en el exterior. Pero esa pretensión de crear confusión sobre la naturaleza del atentado ha ocurrido allí como aquí. Hasta tal punto que el presidente de Los Republicanos, Nicolas Sarkozy, pidió el domingo que se deje de llamar “desequilibrados” a estos terroristas y que se “reconozca al enemigo” porque “estamos en guerra, en guerra total, y nuestros enemigos no tienen ni tabús, ni fronteras ni principios”, y esto será “o ellos o nosotros”.
Es el problema de Occidente, que hay un afán precisamente por no reconocer el problema, y no porque sea mucho más complejo que el del peluquero de Hollande, sino porque el reconocimiento obliga a determinadas respuestas. Por eso ha interesado tanto el Informe Chilcot sobre la guerra de Irak y sus críticas a Blair, Bush y Aznar. Se trata de encontrar razones para no asumir la guerra y cualquier medida impopular. Pero interesa menos, por ejemplo, el informe sobre los atentados de noviembre de París que se pregunta, entre otras cosas, de qué sirve tener al Ejército desplegado delante del Bataclan si no puede disparar.
“No se agotaron las opciones pacíficas”, dice ese celebrado Informe Chilcot. Y no han agotado las excusas para evitar el reconocimiento de la guerra terrorista. Prefieren hablar del peluquero.