“Por la mirada se reconoce a un hombre, y por su aspecto, al hombre sabio”. “La vestimenta del hombre, su manera de reír y todo su porte revelan lo que él es”. Eclesiástico, 19; 29-30

Nos recuerda una lectora que corría el año 2007 cuando Hugo Chávez perdió el referendum con el que pensaba hacerse con el control de la justicia venezolana. El señor Monedero, entonces un mandamás chavista y asesor del ya fallecido presidente bolivariano, apareció en la televisión venezolana para increpar a los que no habían votado la iniciativa de Chávez. Los llamó “pendejos y flojos”. Que no rebuzne supone la mejor constatación de que Dios es bueno.

El señor Monedero fue uno de los fundadores de Podemos y su principal arquitecto ideológico. Su impronta “chavista” se ha vuelto a manifestar desde las elecciones del domingo. La suya y la de otros destacados miembros de la formación morada. Sobrados como estaban ante la apabullante victoria de la que estaban convencidos, la respuesta de millones de electores les ha sumido en la depresión y el desconcierto. Se preguntan qué ha pasado para que hayan quedado tan alejados de las triunfales previsiones que ellos mismos hicieron. Si no fueran tan engolados, tan estúpidamente narcisistas y pisaran más la calle, se tendrían que preguntar qué mal hemos hecho nosotros para espolear el voto de casi ocho millones de españoles a favor de Rajoy. Tienen un concepto tan elevado de ellos mismos y, consiguientemente, se sienten tan por encima del aire que respiran como el gañán que es incapaz de admitir que la guapa del baile se vaya con el más guapo. O con el menos feo, según se mire.

El mal perder de los podemitas y su apabullante falta de autocrítica están siendo muy reveladoras del concepto autocrático que esta banda tiene del poder político. El partido con más politólogos por metro cuadrado fue incapaz de detectar, y mucho menos de prever, los síntomas que la polarización de la campaña estaba provocando entre la gente normal y sencilla; la que prospera y saca adelante un país sin remilgos demagógicos, trabajando duro. Acudí al mítin de Rajoy en Málaga. El perfil de todas las intervenciones era tan bajo, la sincronización de los tres o cuatro mensajes nucleares tan clara, que me terminé de convencer de que los populares tenían las elecciones muy bien encarriladas. Tanto que al terminar el acto llamé a Honorio Feito, colaborador de esta casa, para decirle: “Estos tíos tienen datos que no son los que están sacando las encuestas, y apuesto a que están más cerca de los 140 escaños que de los 125”, que era la cifra que les otorgaban los sondeos más generosos. No había que ser ningún experto demoscópico para llegar a tal conclusión. Muchos de mis amigos y familiares, durante años en permanente divorcio con las urnas, de súbito parecían haber encontrado una poderosa razón de peso para romper esa tendencia: el temor a un gobierno comunista de Podemos. Era algo que estaba en el ambiente y no era necesario ser un lumbreras para olfatearlo.

Hoy los dirigentes de Podemos siguen sin caerse del guindo y se preguntan por qué, sin atreverse a observar la respuesta en ellos mismos. Algunos incluso han optado por zanjar el enigma de sus magros resultados llamando “mierda” al país que no los ha votado.

Me habría gustado escuchar alguna opinión crítica de este tenor: al vernos con estas pintas y estos roñosos atavíos, la gente que más tiene que perder se siente dichosamente encauzada a votar por lo más distinto a nosotros. Pero no. La estupidez conceptual de estos progres de moqueta y platós de televisión es mayor de la que suponía. Están tan ensoberbecidos que ya habían zanjado la cuestión electoral repatiéndose ministerios, prebendas y socaliñas. En cualquier caso, si tanto les intriga la razón de que el país que decían conocer tanto les haya dado la espalda, yo, que no soy politólogo, ni falta que me hace, les ofrezco la respuesta definitiva, y sin pedirles nada a cambio:

La gente de este país no ha perdido la cabeza ni el instinto hasta el punto de concederle la presidencia del Gobierno a un tío con coleta y pinta de guarro, que además canta “La internacional” con el puño en alto. Tan sencillo y simple como eso.