Luis Ventoso.- En España sucede algo singular. Los estudios demoscópicos más amplios (el CIS) señalan que el político más popular es el comunista Alberto Garzón, mientras Rajoy se pierde en las aguas abisales y da repelús a los españoles sondeados. Pero en la prueba del algodón de las urnas, Garzón no rasca pelota y el abominable Mariano ya ha ganado tres veces las elecciones.

Rajoy no es Cicerón. No lo ha llamado Dios por el camino de la oratoria (su balbuciente discurso de anoche en el balcón de Génova fue un recital de dialéctica pedestre). Pero algo debe tener más allá de la caricatura de las siesta y el puro cuando ha sorteado todo tipo de operaciones en su contra y cuenta con el beneplácito de la mayoría. Aguirre, que amagó con echarlo en 2008, ya está prejubilada. Aznar acumula rencor, no sé sabe muy bien por qué, y lo desahoga en conferencias cada vez menos escuchadas. Periodistas de referencia, que intentaron derribar a Rajoy aprovechando la vergüenzas ciertas del caso Bárcenas, navegan por el olvido del ciberespacio. Las operaciones meninas pueden acabar ahora con la menina chamuscada por haber maniobrado antes de tiempo. Rajoy sigue porque frente a la efebocracia Pepito Grillo de Rivera -lecciones magistrales sin haber empatado con nadie- y el peligroso tele-populismo marxista de Iglesias, un tipo con canas que no rompe la casa ya supone todo un alivio.

El secreto de su triunfo radica también en que el otro gran partido español, el PSOE, está de baja por enfermedad: todavía no se ha curado del sarampión revanchista y filonacionalista del zapaterismo y tiene un líder que ronda lo ridículo al no haber dimitido tras firmar por segunda vez el peor resultado de la historia de su formación.

Mariano flota en medio de la galerna. Algo tendrá. Habrá que ir aparcando el cliché del “Marca” y el puro.