Factoría de estúpidos
Daniel Rivallo.- Atomizada, laminada, troceada, cuarteada en obleas de sentido común la estupidez se vehiculiza mediante un cableado de risas sardónicas y cristaliza en ídolos vertebrados por quillas de espuma.
Lo que está en juego es nada menos que la introducción de un contrabando necesario ceñido con hilo de bramante: el “despotismo de lo normal” y pobre de aquel que se sitúe fuera del apero de la “normalidad” y esté al margen de la tiranía del homo normalis.
Lo “normal” es aquello que se encuentra en un estado plenamente natural, actúa como regla o modelo indicando el recto camino, discerniendo entre aquello que puede o no transitarse y se adecúa a un precepto anterior o norma, cuyo significado más inmediato se encuentra en la escuadra, regla utilizada por los carpinteros para verificar que las piezas se hallasen en ángulo recto y cuadradas.
O se está dentro de la norma y en consecuencia se es cuadrado o se está fuera de la misma y se es anormal porque hay alguna pieza díscola que no esta cuadrada.
El hombre normal es una pieza congelada, sin designios propios ,convertida en una aguja que sobre una posición establecida en un cuadrante, marca con la proyección de una sombra medida la hora exacta. El anormal o des- cuadrado que de forma consciente ralentice o acelere el curso natural de un tiempo prefijado, tendrá firma propia y será condenado al ostracismo, ese tejuelo en forma de concha que era el lugar donde los antiguos griegos establecían el recuento de los votos de aquel ciudadano que menos gustaba al pueblo demócrata. El bicho raro des-encajado estará abocado a la desaparición con la palmada que lo arrastre a un fuera de campo y le prive incluso de su propia voz en off fuera de cuadro.
La estulticia nunca se presenta con carácter extraordinario, adopta el ropaje y se mimetiza con la normalidad, se banalizará a través de las corrientes de lo cotidiano, la punción será indolora, el émbolo silencioso, el néctar ; mortal.
El hombre normal, depositario de todos los malestares, reivindicaciones y desafectos del pueblo baqueteado y fabricado ad hoc en los laboratorios de las redomas transparentes, será sobreexpuesto como un artista de la prestidigitación y el trampantojo inocente.
La normalidad ha de ser una transparencia sin paliativos, todo cuanto aparece y comparece ante nosotros de un lado a otro, mientras el pensamiento permanece sentado. Aquello que no aparezca y no sea trans-parente como lo que se deja ver al servicio de una retina, será oscuro, opaco, el lugar donde no penetra la luz, aquello que se sitúa en frente como obstáculo imposibilitando la visibilidad de lo que esta obligado a mostrarse.
Contrariamente al artista de Kafka que decide morir de inanición en el interior de una jaula como un animal olvidado por los espectadores que ya no prestan atención a la voluptuosidad de su ayuno como forma de arte, el estólido será presentado de forma iterada en continuas emulsiones en las primeras parrillas informativas, hasta que aquello que fue diseñado como un simulacro y algo irreal con la intención de dinamitar cualquier intento de lógica discursiva estableciendo una brecha entre la palabras y aquello que significan e inventando nuevas genealogías de lenguaje, llegue a convertirse en un producto natural, en la presencia de una voz amiga, en lo que siempre estuvo allí, borrando las huellas que llevan hasta él como producto histórico y convirtiéndolo en origen.
A partir de ese momento llega a todos nosotros a través del pistón de un dedo, al encender un televisor, conectando un aparato de radio, en letras en redondilla impresas sobre papel verjurado, pegando la oreja a conversaciones de velador, auscultando voces en diálogos de vagón de metro,de forma silenciosa y lúdica, con amables palabras, juegos inofensivos, repeticiones aparentemente inocuas. La estupidez se ha normalizado. Llega a través de las estáticas de un micrófono,una amable sonrisa, el gesto medido, un guiño de complicidad, dedaleras en palmadas de hombro y créanme, el encuentro con el estúpido tiene lugar con carácter de inmediatez, es de pleno pornográfico, consiste en observar un vendaje, una mascara que se pegó tanto al rostro que se olvidó de la cicatriz debajo de la tirita.
Pero para llegar a ser consciente del choque con esta pared invisible y sentir el bofetón recibido, un uppercut directo como un salivazo, es necesario un ejercicio casi brechtiano de distanciamiento, para una vez situados fuera del plano directo de la representación llegar a comprender la escenificación de una farsa de bajo coste intelectual.
Debemos ponerla en suspenso, congelarla, ejercer una suerte de fenomenología de la prevención antes de que atraviese nuestro sistema parasimpático y forme parte de nosotros de forma involuntaria. La tarea no es fácil pero si necesaria.
El “stultus” o necio comparte con el ” stolidus” la necedad o tontería pero además este se emparenta con el primero añadiendo una importante acepción: la inmovilidad. El estúpido aparte de ser un necio es alguien con la mente cerrada a cualquier cambio, varado en una posición fija y paralizada ejerce la tiranía del yo en la medida en que no cambia de opinión desestimando la variedad de los hechos. Al pensamiento del estúpido le falta la dialéctica: el movimiento. Sin discurso dialógico es de todo punto imposible la formación de un pensamiento crítico y reflexivo que se vuelque sobre sí mismo, algo así como una gota de sal que no llega nunca al mar trabada en un hilo de fluorocarbono.
Si la estupidez se fabrica, el arte se estupidiza.
El verdadero arte al que tanto le hacen gritar hoy en día sólo se manifiesta a través del silencio, detesta los primeros planos y los flexos de una iluminación cenital, prefiere los apliques y las luces indirectas y auxiliares, pantallas que cubren luces desnudas buscando una erótica del velo, intuyendo pero no viendo la existencia de un hemistiquio oculto. El arte consiste en una exhortación a la elipsis y las insinuaciones, promoviendo la reflexión y la imaginación que es una forma de pensamiento ,a través de la dialéctica de la interpelación entre autor y receptor, necesita un” entre” , un tiempo de espera, la formación de un precipitado.
La estupidez busca el ahora con un apretón de manos y promete el después como un fuerte abrazo. Pero el después será exactamente igual que el ahora, una ilusión óptica, el ahora que promete ampliarse en un después será lo único que haya, solo la estupidez convierte el spoiler en su único contenido.
El artista estúpido prefigura un único plano consistente en un acercamiento progresivo que se cierra en un close-up sobre una máscara de Moebius, sin la doblez de la ambigüedad , sin el equívoco del personaje que vela el verdadero rostro. Sólo un primer plano, y dentro del cuadro, que es un cuadrado donde asienta lo normal, alguien que es nosotros, tan cercanos nos sentimos el uno del otro,nada más allá de él, la propuesta dirigida a la atención de una mirada única, comunitaria, universalizada, compartida por todos, ahora ya convertidos en un único ojo.