¿No tienen sentido del ridículo?
Enrique Clemente.- Se cumplen tres meses desde las elecciones, ni siquiera se negocia y continúa en funciones un Gobierno que no se quiere dejar controlar por el Congreso. Pero, entre tanto, nuestros líderes siguen haciendo aportaciones extraordinarias a la teoría política. Pablo Iglesias daba a conocer Defender la belleza, más que un manifiesto un autorretrato impagable del personaje, en el que decía cosas como «(…) a nosotros nos brillan los ojos cuando hablamos de ciertas cosas. Nuestros adversarios no soportan esa belleza (…). No soportan que nuestras sonrisas, nuestros besos y nuestros abrazos sean de verdad».
Supongo que Sergio Pascual lloraría de emoción al leerlo, con la cabeza en la mano, mientras lo consolaba Íñigo Errejón. Ambos muertos de amor. No se puede negar que el fundador de Podemos ha traído un aire nuevo de cursilería insoportable a la política española junto a la muy vieja costumbre de liquidar sin contemplaciones al compañero de partido. Por su parte, Rajoy nos dejó dicho eso de que «por las carreteras tienen que ir los coches y de los aeropuertos tienen que salir aviones», porque si no es así «algún problema tenemos». Ya antes nos había advertido que «tenemos que fabricar máquinas que nos permitan seguir fabricando máquinas porque lo que no va a hacer nunca la máquina es fabricar máquinas».
Sentido común en estado puro, empleo magistral de la reiteración y profundidad. Para completar el cuadro, Pedro Sánchez ponía en práctica otra innovación en la negociación: pedir a un mandatario extranjero, Tsipras, que mediara con Iglesias para ser presidente. ¡Qué hallazgo! ¿Cómo no se le había ocurrido a nadie antes? El calificativo patético se queda corto. Y me pregunto: ¿Nuestros líderes no tienen sentido del ridículo?
En efecto no, no tienen sentido del ridículo. Será porque saben quienes son los votantes.
Estos “líderes” son una auténtica plaga bíblica. Sin duda que son la adaptación al siglo XXI de las famosas siete plagas de Egipto. Forman parte de nuestra penitencia por el abandono de nuestros valores y tradiciones. Por nuestra indolencia ante la decadencia occidental.
Ni tienen sentido del ridículo y mucho menos un asomo de dignidad. Son lo peor que ha pasado por la poltrona castuzera desde que el infame Fernando VII pusiera España a los pies de las botas napoleónicas. Son en pocas palabras, un cáncer corrosivo que mata todo lo que toca. Son, la casta del 78.