J.L.R/Reproducido.- Como de costumbre, la izquierda y los ecologistas españoles ven la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Abonada a la gran mentira, la civilizada y “democrática” Europa, que una y otra vez protesta y promueve campañas contra las corridas de toros con la coartada del animalismo, tolera luego casos de tortura animal que, sin embargo su extraordinaria crueldad, no son políticamente discutidas. Hace unos días, los histéricos ataques de grupos ecologistas y de un sector de la izquierda española contra la fiesta del toro en Tordesillas, han alcanzado cotas paroxísticas.

Lo que ven en las imágenes que ilustran este texto sucede en Dinamarca. El mar se tiñe de rojo, pero no se debe a un efecto climático de la Naturaleza, no. Se trata de la crueldad con la que los civilizados demócratas de pedigree matan por placer a centenares de los famosos e inteligentísimos delfines calderones.

Todo esto sucede cada año en la Islas Feroes. En esta masacre participan principalmente jóvenes. ¿Por qué? Porque forma parte de la bacanal de sangre. Tienen que demostrar de esa forma que han llegado a la edad “adulta”, a la madurez. Se trata de un ritual salvaje, un desenfreno criminal a costa de una de las especies animales más pacíficas y empáticas que existen. Sostienen los partidarios de esta incalificable matanza que forma parte de la tradición danesa. Como si a los despreciables daneses, después de permitir la sodomización de su país por el islam, les interesara algo la tradición.

Para no perderse la “diversión”, nadie falta a esta ‘celebración’ anual. Todos participan de una manera u otra, matando o presenciando la matanza. Ninguna organización ecologista europea ha puesto el grito en el cielo ni protestado con la contundencia, por ejemplo, que lo hacen contra la fiesta brava española.

Es necesario señalar que el delfín calderón, como casi todas las otras especies de delfines, se acerca al hombre únicamente para interactuar y jugar con él como gesto de amistad. De esta forma “juegan” los detractores de nuestras corridas de toros, los demócratas europeos, cuyas vidas estoy seguro que muchos lectores de AD no cambiaríamos por la de uno solo de estos entrañables mamíferos (parafraseando a Armando Robles en una de sus más controvertidas y rotundas manifestaciones en el programa ‘La Ratonera’).

Estos animales no mueren al instante, ya que son penetrados una y otra vez, con especial saña, con afilados ganchos. El sufrimiento del delfín no puede describirse con palabras. Emiten unos sonidos similares al del bebé cuando llora desconsolado. Para ellos, no hay compasión posible. El ritual es el ritual. La muerte de los inofensivos cetáceos llega tras desangrarse lentamente por las mortales heridas. Sobrecoge verlos abatidos en medio de un mar de sangre.

Finalmente, tras la orgía sanguinaria, los ‘héroes’ daneses demuestran que ya son adultos y están preparados para enfrentarse a la vida. Lástima que la vida en Dinamarca sea ya una cruda metáfora de la putrefacción anunciada por el centinela Marcelo en ‘Hamlet’, la legendaria obra de Shakespeare.

Y, entre tanto, los izquierdistas radicales españoles guardan silencio ante este abominable y repugnante espectáculo. Se camuflan como siervos mudos tras las imperativas órdenes de quienes en Europa, y en el resto de Occidente, deciden lo que es bueno y lo que es malo, lo que es moral y lo que no. No es extraño en almas de sepultureros, como las que tiene esta gente. Todo ello demuestra que cuando atacan las corridas de toros, no lo hacen porque les preocupe la defensa de los animales y sí porque odian a España, su cultura y a sus mismísimos compatriotas. Nada que la historia de España no haya anotado en sus registros innumerables veces.