Carlos Esteban.- “No es ninguna locura preguntarse si esto [la tragedia de los refugiados] tiene algo que ver con unos ataques que humillan y vuelven impotentes a jóveces seguras de sí mismas y aparentemente afortunadas”. Uno tiene que leerlo dos veces para asegurarse de que el redactor de The Guardian, el diario de referencia del progre británico, está diciendo lo que parece, es decir, que las injusticias sufridas por los sirios explican y atenúan sus multitudinarios abusos sexuales de Nochevieja en Colonia, Hamburgo, Düsselforf, Fráncfort, Stuttgart, Salzburgo, París, Helsinki, Zurich, etcétera sobre unas privilegiadas occidentales. Rima perfectamente con el “van como van y luego pasa lo que pasa” de la alcaldesa de Colonia.

Nos hemos movido a la velocidad de la luz del “ninguna mujer miente jamás cuando denuncia un abuso” de ayer mismo al “estas europeas se lo estaban buscando y a saber si no serán todas unas xenófobas” de hoy mismo.

El progresismo es un juego a la carta más alta, pero no es siempre fácil saber cuál manda en cada ocasión. Si los inuit canadienses cazan orcas con fusiles, ¿qué puede más, el sacrosanto derecho a la propia cultura indígena o el venerable respeto a la biodiversidad? Si un rapero negro suelta barbaridades sobre los gays, ¿qué prevalece, la expresión genuina y transgresora de una minoría racial oprimida o la exaltada causa LGTB? Es importante mantener un ojo en el marcador, porque un fallo puede resultar fatal para el aspirante a vocero progre, y el valor nominal de las cartas cambia con frecuencia según los intereses de nuestros mandarines.

Este juego masoquista lo hace posible la connivencia de nuestros líderes, que están demostrando ser nuestros peores enemigos, y unos medios convencionales al servicio de similar ideología. Al final, la conspiración era cierta, aunque no la impenetrable y perfecta de los paranoicos con gorritos de papel albal, sino una torpe y precipitada, aunque de indudable eficacia. “¿Qué puedes hacer para impedir que la gente escriba comentarios contra la inmigración en Facebook?”, preguntó Angela Merkel, la mujer más poderosa de Europa, al fundador de la red social más ‘habitada’ del planeta, Mark Zuckerberg, cuando se reunieron recientemente.

Los grandes medios no lo dan, no lo van a dar, están comprometidos con no darlo. Son ellos los que nos han vendido a Aylan Kurdi y un montón de niños ahogados o sufrientes por culpa de Viktor Orbán et al. en patéticas fotografías o ‘testimonios’ que, por lo que vemos en las fotos de masas o en las estadísticas de ACNUR, se debieron seleccionar con no poco trabajo. De hecho, los medios tardaron cuatro días en informar de los asaltos masivos, y eso solo porque las redes sociales ardieron con los comentarios de víctimas y testigos. La próxima vez lo harán mejor para que usted no se entere, créanme.

También, y esto es más grave, porque la policía tiene instrucciones de callar, ocultar, minimizar los delitos cometidos por los ‘refugiados’ cuya entrada masiva en la UE tanto ha costado hacer admitir al electorado reacio. Oh, sí, el comisario jefe de la policía de Colonia ha caído, pero no tanto por haber ocultado los desmanes como por haberse dejado pillar. Ahora el popular diario sensacionalista alemán Bild se pregunta en primera: ‘¿Se prohibió a la policía decir la verdad?’. Y es que sí, claro. Un oficial de policía lo aclara: “Hemos recibido órdenes estrictas de nuestros jefes de no informar sobre ataques cometidos por los refugiados”.

El Gobierno alemán está tan inextricablemente enredado en su ‘venta’ de los beneficios que reportarán los recién llegados y su negativa a considerar efectos secundarios negativos de la avalancha que proteger a sus compatriotas ha pasado a ser una preocupación menor, y así la noche de los ataques las fuerzas policiales se vieron inmediatamente superadas por la magnitud de los hechos, desplegando menos efectivos para detener los ataques de los que un día después emplearon -1.500 policías- en reprimir las protestas por esos mismos ataques.

No es que sea cosa de Alemania, aunque este país está más comprometido que la mayoría en la invasión. En Suecia esa censura criminal viene de largo. Como informa el diario Dagens Nyheter, bandas de jóvenes llevan varios años seguidos atacando y acosando a chicas en un festival musical de Estocolmo mientras la policía informaba de que todo había transcurrido pacíficamente. Hasta el primer ministro ha tenido que declarar que lamenta profundamente lo ocurrido, como si fuera una ocurrencia extravagante de su policía. ¿Y por qué iban a ocultar una cosa así? Hasta el diario que denuncia la censura se autocensura en esto y los “jóvenes” son solo “jóvenes”, ya saben, Peterson, Soerenson, Johanson y así. Hasta que, bien avanzado el texto, aparecen como “jóvenes afganos”. Oh, vale.

Nuestros líderes no van a reconocer en ningún momento que su política ha sido desastrosa y que la multiculturalidad, lejos de fortalecer y enriquecer a las sociedades que la padecen, son una fuente histórica de fragmentación social y conflicto, con lo que los lectores pueden esperar que se produzcan nuevos incidentes y que las autoridades y los medios afines sigan ocultándolos, cada vez con mayor eficacia.