Hay muchos indicios en el horizonte inmediato de que 2015 será el año del cambio, en Europa, en España y en el mundo. La crisis económica ha ido embalsando una fuerte crisis política que está en el fondo de la crisis sistémica que padecemos.

Sin duda, el primer reto inmediato son las elecciones griegas del 25 de enero para las que las encuestas dan la victoria a la ultraizquierda de Syriza, quien lleva en su programa como bandera una renegociación de la deuda adquirida en los sucesivos rescates, lo que situaría a la Unión Europea, a la zona euro, ante tensiones de alto voltaje.

La casta europea ha paliado los efectos más demoledores de la crisis mediante el recurso al endeudamiento. La deuda griega es ya del 175% del PIB y la española se aproxima al 100%. La doctrina Merkel de la austeridad no ha sido la austeridad de los Gobiernos –las castas no han recortado ni sus dimensiones ni sus privilegios- sino la de los pueblos, de modo que la paulatina profundización en la crisis, con exclusión de sectores crecientes de la población (hay comedores sociales como en épocas de postguerra), se ha acompañado del intento de mantener unos niveles de consumo que permitan funcionar a la industria alemana y que, al tiempo, la banca alemana sirva como refugio al dinero del conjunto de Europa, de modo que Alemania pueda mantener su Estado de bienestar mientras el resto lo desmantela o lo cuartea.

Ese esquema está en su fase terminal. Recibió ya un duro varapalo en las elecciones europeas, aunque la propia inoperancia del Parlamento europeo, una institución manifiestamente prescindible, ha restado contundencia al voto de castigo, incrementando en una abstención elevada. El crecimiento de los populismos, de diverso signo, apunta a que o la Unión Europea en sí o la burocratización de su tramoya en Bruselas, está finiquitada.

La idea filtrada por el gobierno alemán de que la UE está preparada para el impago de la deuda griega parece fundamentada en un alto componente de voluntarismo. Se establece que las economías de Portugal e Italia han mejorado lo suficiente para que Grecia no provoque un terremoto. Ello es muy dudoso.

Es cierto que hasta el momento, de forma desesperante, la crisis política, subyacente a la económica ha funcionado según los esquemas del conde de Lampedusa: que algo cambie para que todo sigue igual. Y también es cierto que muchos ciudadanos consideran que nada se puede hacer porque la casta tiene todo controlado, los tres poderes clásicos y el mediático, que debía servir como contrapoder. Pero también es cierto que el desapego de los ciudadanos hacia la casta política es cada vez más intenso y extendido.

La Unión Europea burocratizada, bajo la estrategia de austeridad para los pueblos de Merkel, tiene dos talones de Aquiles: Grecia y España, en ambas el sistema ha apostado por la extrema izquierda, por el retroceso al comunismo. En ambas, una parte de las sociedades está harta y quiere cambiar a cualquier precio y otra parte, considera ese precio muy alto. En Grecia ha entrado en crisis como recambio del sistema Amanecer Dorado, cuya dirección ha sido encarcelada y dos de sus militantes, asesinados. Es posible que se hayan cometido errores estratégicos. Ese papel ha sido ocupado por Syriza, aunque tanto ésta opción como Podemos representan fuerzas conservadoras que quieren mantener el sistema, aunque carecen de esa posibilidad, por lo que es previsible una inmensa frustración. Es decir, el proceso de cambio no va a ser inmediato, sino por etapas, aunque es muy previsible que 2015 sea el inicio.

En España, con elecciones municipales y en trece autonomías a finales de mayo, la irrupción de Podemos va a cambiar el mapa político de manera sustancial. Si bien el PP ha oscilado en las encuestas entre el primer y el tercer puesto, lo cierto es que sus expectativas no le permiten, ni de lejos, mantener su poder actual y su enorme oficina de colocación, por lo que la inmensa mayoría de ese partido se encontrará en una situación laboral delicada, lo que abrirá un debate cainita muy acusado. Lo mismo cabe decir del partido socialista, aunque éste desde hace tiempo ha dejado de ser un partido nacional, para sostenerse únicamente en Asturias, Extremadura y Andalucía.

El problema de Podemos no es su falta de estructura, que está generando mediante los criterios del centralismo democrático leninista, de arriba abajo, sino lo periclitado de su programa, que parte de la falsa idea de que el sistema es mantenible pero que lo han gestionado mal los políticos, cuando es el sistema el que ha generado la casta con, por ejemplo, la parlamentarización de ayuntamientos y diputaciones y la suicida generación de diecisiete miniestados autonómicos.

Podemos es el último estertor del sistema, su excrecencia.