El bulo de los caramelos envenenados por las monjas

Milicianos comunistas posan junto a algunas calaveras, sacados posiblemente de las tumbas donde se enterraban a las monjas.
JF.- Así se titula el librito de la ex marxista Regina García García, Publicaciones Españolas, 1953, 31 páginas incluido Índice. Regina García es una de las personas que han sido borradas de la historia por los “historieteros” paniaguados. Nacida en la Coruña en 1898, fallecía en Madrid en 1974.
En las páginas 9 y principio de la 10, se lee:
“Sin embargo, los comunistas no se conformaron con esta platónica actitud de Azaña. Bien aleccionados por la experiencia, sabían que la lucha contra la Religión no era cuestión de palabras más o menos teatrales; que la Religión constituía el nervio del sentir español. También sabían los comunistas que en los barrios populares los hijos de los obreros seguían educándose en escuelas regidas por religiosos de ambos sexos, pues la enseñanza oficial estaba muy descuidada, sobre todo en el suburbio, y allí era, precisamente, donde había que operar, según opinaban los dirigentes de Moscú, que sabían lo que decían y cómo se debían hacer las cosas. ‘Todos los medios son buenos para triunfar’, era la máxima comunista.
La mentira, el fraude, habían dado excelente resultado en la última contienda electoral. ¿Por qué no emplearlos de nuevo, para terminar de una vez con la «malvada» influencia de la Iglesia? Solamente había que tener en cuenta la importancia de la empresa. Dado el arraigo de las ideas católicas, una equivocación en el planeamiento o en la ejecución del ‘trabajo’ podría dar sorpresas contraproducentes”.
“Se examinó la situación minuciosamente por los dirigentes, y se perpetró el más tremendo engaño de las masas.
El bulo de los caramelos
Se buscaron agentes entre los más fanáticos, se les retribuyó espléndidamente el día de ‘faena’ y se enviaron piquetes de dos o tres mujeres y uno o dos hombres a los barrios extremos, dándoles la seguridad de que no habría ningún choque con ‘los del Orden’, sobre todo si andaban listos, pues una vez realizado el ‘trabajo’ debían esfumarse con habilidad y disimulo, dejando a la gente terminar el asunto como quisiera.
Y así se hizo.
El día 3 de mayo de 1936, en las primeras horas de la mañana, Julia ‘la Caballo’ y Antonio ‘el Miseria’, acompañados por Palmira ‘la Platanera’, irrumpieron entre las pobres casas de la calle de Baracaldo, de Tetuán de las Victorias.
Julia se mesaba los cabellos desesperadamente y gritaba sin cesar: ‘¡Asesinos! ¡Asesinos!… ¡Mi hijo!… ¡Ay, mi hijo!’. Antonia y Palmira intentaban, en vano, calmarla.
Se arremolinó la gente; salieron de sus tabucos las comadres, e inquirieron la causa de la desesperación de aquella mujer, a la que nadie conocía. Palmira y el hombre explicaron que Julia era vecina del barrio de las Ventas, y que venía buscando un hijo suyo, de corta edad, que se había escapado. A la madre le dijeron que lo habían visto por la calle de Pinos Altos, de Tetuán, pero no lo encontraban, por más que lo habían buscado en toda la barriada.
La causa de la fuga del pequeño era lo terrible, según decía Antonio. El niño se había escapado del colegio de monjas, al que asistía, porque éstas y las ‘señoras de la Doctrina’ los obligaban a tomar caramelos envenenados, y había en las Casas de Socorro cientos de niños ya muertos y otros muy graves por envenenamiento.
La noticia llenó de horror a los que la escucharon. Entonces, ‘el Miseria’ amplió la referencia: dijo que en las Ventas ya habían empezado a hacer justicia, pues a una de las monjas envenenadoras, llamada ‘madre Delfina’, la cogieron y le hicieron ‘cantar’, y declaró que ‘en todos los barrios’ obreros de Madrid se haría lo mismo, ‘para acabar de una vez con la simiente marxista'”.