BD.- El 20 de enero de 2014, durante la Jornada Mundial de los Migrantes y los Refugiados, el Papa Francisco se dirigió a un público mayoritariamente musulmán en una sala de la iglesia del Sagrado Corazón, cerca de Rimini. Las palabras del Sumo Pontífice fueron sorprendentes.

“Debemos compartir nuestra experiencia llevando esta cruz para arrancar de nuestros corazones la enfermedad que envenena nuestras vidas: es importante que hagáis eso durante vuestras reuniones. Que aquellos que sean cristianos lo hagan con la Biblia y aquellos que sean musulmanes lo hagan con el Corán. La fe que os han inculcado vuestros padres os ayudará siempre a avanzar.”

Estas palabras resultan chocantes a poco que conozcamos el contenido del Corán, que es una constante llamada a la violencia y al asesinato. Es un escándalo porque esas palabras salen de la boca del Vicario de Cristo, cuyo papel es confirmar a sus hermanos en la Fe. El Papa no debe anunciar la Verdad, ya que es la Iglesia la depositaria de ésta. Fuera de esta Fe y esta Verdad no hay salvación eterna posible: todos los Papas nos lo han recordado, así como los concilios antes del Concilio Vaticano II.

Éste punto de doctrina provoca a menudo la incomprensión de nuestro mundo relativista. Hay que precisar que la doctrina católica no convierte a todos los no católicos en unos condenados, sólo Dios sondea los instantes últimos de un corazón. Si buscando la Verdad sin posibilidad de adherir a ésta integralmente, un hombre se encuentra en lo que en teología se denomina “ignorancia invencible”, Dios puede ofrecerle la Salvación (a condición que siga de manera recta su conciencia para conformarse a la Ley natural). No es “gracias” a sus errores que un hombre así encuentra a Dios, sino “a pesar” de sus creencias erróneas. Si Dios quiere abrirle el cielo, será sin duda en la unión con Jesucristo, por lo tanto en el seno de la Iglesia.

Lamentablemente, el pensamiento del Papa queda muy lejos de la doctrina católica. Sin embargo, hay que reconocer que las palabras del Papa no tienen nada de inesperado ni de espectacular si nos reportamos a la doctrina contenida en Nostra Aetae del Concilio Vaticano II.

“La Iglesia mira también con estima a los musulmanes que adoran al Dios único, viviente, misericordioso y todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, que ha hablado a los hombres. Buscan someterse con toda su alma a los decretos de Dios, aunque estén ocultos, como se ha sometido a Dios Abraham, al que la fe islámica se refiere a menudo. Aunque no reconozcan a Jesús como Dios, lo veneran como profeta, honran a su madre virginal, María, y a veces la invocan con devoción. Además, esperan el día del juicio final cuando Dios retribuirá a todos los hombres después de haberlos resucitado. Por eso tienen estiman la vida moral y rinden culto a Dios, sobre todo por la oración, la limosna y el ayuno.”

Habría mucho que hablar acerca de la confusión y el relativismo engendrados por esta afirmación: ¿El dios de los musulmanes sería el mismo que el de los muslmanes, cuando éste ni es Trinidad ni Amor? En cuanto a afirmar que la Virgen María es honrada en el islam es desconocer el odio que sienten gran número de musulmanes hacia la Virgen, como lo demuestran las profanaciones recientes en Siria contra imágenes y estatuas de la Virgen, por ejemplo, a manos de los islamistas que luchan para implantar la sharia en ese país.

¿El Cielo de los cristianos puede ser comparado al de los musulmanes? La retribución del cristiano es la contemplación y la posesión eterna de Dios, mientras la del musulmán es el goce sensual en medio de no sé cuantas vírgenes (¡incluso de efebos!).

Los musulmanes “buscan someterse con toda su alma a los decretos de Dios”, dice el Concilio Vaticano II. Al parecer eso es lo que vemos todos los días en los países en que nada los retiene. Ahí todo son discriminaciones y persecuciones de los cristianos. No podemos dejar pasar tales afirmaciones falsas sin dejar de manifestar nuestro escándalo y nuestro dolor por nuestros hermanos bautizados que padecen ese baño de sangre que parece no tener fin.

Estas palabras del Papa son objetivamente escándalosas: el Concilio Vaticano II es la fuente envenenada de esta doctrina que no es católica. La supervivencia de la Iglesia está en juego si no se tira a la basura la doctrina de ese concilio, porque la Iglesia está corroída por el relativismo tanto como nuestras sociedades están cangrenadas por el multiculturalismo y el islam. Occidente no cuenta ya con la ayuda de la Iglesia, esta Iglesia conciliaria y relativista sometida a fuerzas anticristianas. La auténtica Iglesia, autodenominada Maestra de Sabiduría y de Verdad, ha forjado nuestra civilización y ha cobijado a las generaciones europeas durante dos milenios. Esa es la única con la que podríamos contar para la misión de salvar a nuestra civilización. La otra, la actual Iglesia del Papa Francisco se ha pasado al enemigo.