La Fórmula 1 tiene estas cosas. Tras dos carreras decepcionantes, sin adelantamientos ni emoción y con los jefes del cotarro quejándose del invento, apareció Bahréin y los focos alumbraron un espectáculo redondo, digno de los años dorados de esta competición. Además, en plena celebración del gran premio número 900 de la historia.

Lewis Hamilton ganó su segunda carrera consecutiva y de nuevo hubo doblete de Mercedes, con Rosberg segundo tras un competido duelo entre ambos, preámbulo tal vez del intenso pique que se avecina. El inglés atrapó la primera posición tras una buena salida pero, al contrario que en las carreras anteriores, eso no resultó definitivo. Al contrario, los dos compañeros de equipo rodaron a la par durante casi toda la carrera, con varios enfrentamientos rueda con rueda y en el que las órdenes de equipo cayeron en el olvido. Los dos Mercedes estuvieron a punto de tocarse en varias ocasiones y solo la pericia de sus tripulantes evitó el drama en el garaje alemán. Brillante gran premio, en cualquier caso, de ambos, con una superioridad más bestial, si cabe, que la mostrada en Australia y Malasia.

Pero la sustancia de la carrera se situó, una vez más, por detrás del paseo militar de las «flechas de plata», con décenas de batallas y adelantamientos, cambios de estrategia forzados e incertidumbre por conocer al último inquilino del podio. El gato al agua se lo llevó el mexicano Sergio Pérez tras un último golpe de efecto.

Porque para que el espectáculo fuera completo entró en acción también el coche de seguridad. Fue tras un aparatoso accidente entre Esteban Gutiérrez y Pastor Maldonado, que acabó con el Sauber del mexicano dando varias vueltas de campana sobre el asfalto. Por fortuna, el piloto salió del coche por su propio pie y sin daños.

Tras el accidente y a falta de once vueltas se reagrupó el pelotón, lo que dio pie a una nueva carrera al sprint. No peligraron las posiciones de Hamilton y Rosberg, pero sí incendió a la retaguardia. Tras Pérez, que suma el cuarto podio de su carrera, terminó el Red Bull de Daniel Ricciardo. El australiano se subió a las barbas del tetracampeón Vettel y le adelantó a falta de siete vueltas; después se quitó de encima también al Force India de Hulkenberg para sellar la cuarta plaza en una carrera para enmarcar.

Alonso, nada que hacer

En esa batalla sin tregua que involucró a doce pilotos estuvo también el Ferrari de Fernando Alonso, aunque claramente diezmado por culpa de un motor que no chuta. El asturiano terminó noveno, incapaz de pelear con la potencia de las escuderías propulsadas por Mercedes y con la buena suerte de los Red Bull, los más beneficiados por la salida del coche de seguridad.

El asturiano, en cualquier caso, demostró que no se rinde y que seguirá peleando con todas las armas a su alcance en espera de que el Ferrari dé un salto de calidad. Por tercera carrera consecutiva quedó por delante de Kimi Raikkonen, que sufrió de lo lindo para acabar décimo y sumar otro punto para la escudería italiana.