La Iglesia española española nos vuelve a fallar. Predecible y previsible, siempre políticamente correcta, sus palinodias en contra de las cuchillas en las vallas fronterizas de Melilla resultan ya tan falsas como el resto de su discurso insustancial y hueco. La Iglesia española ha puesto el grito en el cielo tras conocerse la utilización de recursos medianamente eficientes para disuadir a las personas a entrar ilegalmente en territorio español. La Iglesia española no desconoce que muchos de esos ilegales que entran en España son musulmanes procedentes de Nigeria. Hace poco, quinientos cristianos fueron quemados vivos en el interior de una iglesia de aquel país. La Iglesia española mantuvo un elocuente y sospechoso silencio.

En un nuevo acto de tancredismo pastoral, la Comunidad del Centro Pastoral San Carlos Borromeo de Madrid ha remitido una carta al Papa pidiendo la “excomunión ferendae sentenciae” de Mariano Rajoy y de los miembros de su Gobierno declarados católicos que respaldan el uso de cuchillas en las vallas de Melilla. Yo también creo que Rajoy y sus cuates deben ser excomulgados, pero no por los hechos que menciona este sector de la Iglesia católica en España. Hace tiempo que los intereses de esta Iglesia postconciliar y mundialista no coinciden con los intereses de España. Lo que está pidiendo la Iglesia española es que se incumpla la legalidad y que se ponga tasa al principio elemental de cualquier nación a preservar sus fronteras. Para ello apelan a la caridad cristiana. Yo también apelo a la caridad cristiana y pido la excomunión de los representantes oficiales de la Iglesia española por impedir la libre entrada de esas turbas de supuestos hambrientos africanos en sus emperifollados templos, sus palacetes diocesanos y sus empresas informativas. Yo también exijo la excomunión de Rouco Varela por impedir a sus amadísimos hermanos africanos el disfrute y solaz de las confortabilísimas instalaciones con que cuenta la sede de la Conferencia Episcopal.

Lo irritante no es que un sector de la Iglesia pida la excomunión de Rajoy por el asunto de las cuchillas, y no por mantener las leyes abortivas aprobadas por los gobiernos socialistas, pese a contar el PP con mayoría suficiente en ambas cámaras legislativas. Lo execrable de esta Iglesia es su fariseísmo ramplón, su laxitud moral, su doble vara de medir, su fulanismo arbitrario. La Iglesia española cree profundamente anticristiana la efectiva impermeabilización de nuestras fronteras y en cambio esa misma Iglesia mantiene una actitud perruna, rastrera y lacayuna con un rey perjuro que sancionó con su firma las leyes favorables al aborto y que mintió deliberadamente el embarcarnos en esta pesadilla partitocrática, después de jurar fidelidad, en 1969, a los principios del Movimiento. ¡Miserables!

La Iglesia española clama contra la impermeabilización de nuestra frontera en Melilla y lanza anatemas contra sus promotores y en cambio comparte mesa y mantel con representantes de la casta política corrupta e inmoral y la no menos inmoral y corrupta casta real. A la Iglesia española, más falsa que el alma de Judas, le conturba el reforzamiento de nuestra seguridad territorial y no por ejemplo la depauperación de millones de familias como consecuencia de un sistema político y económico que debería reprobar cualquier cristiano con apego a su conciencia. Un sector de la Iglesia repudia la utilización de métodos de disuasión en nuestras fronteras, pero no a quienes infringen nuestras leyes, a quienes quieran imponerse a nuestras normas de concivencia y a quienes invaden nuestro territorio nacional, en no pocas ocasiones con violencia. La Iglesia española pretende desnudar con sofismas las incoherencias doctrinales de algunos mientras tapa las vergüenzas de otras a quienes ofrece amparo y comunión. Pongamos que hablo de la heredera al trono.

No debe extrañarnos sin embargo el papel infame de la oficialidad católica española en esta tragicomedia democrática. El consorcio con la castuza fue creado por el cardenal Tarancón después de que, con nocturnidad y alevosía, los curas y obispos postconciliares de entonces, devenidos demócratas de siempre, vaciaran a la Iglesia de cualquier valor espiritual vinculado a su verdadera herencia histórica. Pasar de los ‘paseos’ a curas en la España republicana a las francachelas con Santiago Carrillo, del espíritu nacional católico al laicismo liberal, de los Te Deum en honor de las tropas de Franco a las cesiones parroquiales a etarras y comunistas, fue tarea tan simple como albergar una muñeca matrioska dentro de otra.

Y ahora, para colmo de males, lo que le quita el sueño a la Iglesia española no es el gradual vaciamiento de sus parroquias sino de que se cumpla la agenda mundialista, que ha previsto la entrada en España de millones de supuestos menesterosos africanos. Tal vez no merezcamos nada mejor que esta Iglesia oportunista, entreguista y sin convicciones patrióticas a las que aferrarse de cuando en cuando. Tal vez nos merezcamos que las turbas de islamistas africanos que llegan ilegalmente se terminen enseñoreando en la debilidad de estos obispos, de estos curas, de estos laicos y de estos miserables meapilas españoles.