El señorito andaluz
José Manuel Montes López.- De entre los tantos clichés inyectados en nuestras mentes encontramos preconcepciones para gusto y disgusto de todos, siendo el sur de España el que se ha distinguido por uno que marca una separación social motivo de constante disputa, difiriendo entre el “pueblo llano” y el “señorito”.
El elemento separador en cuestión tiene varios siglos de existencia, haciendo necesario para su entendimiento una pequeña reminiscencia histórica en pos de hallar la tan siempre categórica verdad. En este sentido, se ha de comprender la Reconquista como momento histórico en que la imperiosa necesidad de ocupación de los nuevos territorios invitaba al encumbramiento de ciertos señores feudales por parte del rey, señores que ejercían un papel indispensable en el proyecto reconquistador.
La otrora división feudal degeneró en lo que conocemos, especialmente desde hace unas décadas, como una separación clasista que ha pretendido tornar en una reconciliación mistificada, que se encarga motu propio de demostrar los intereses inherentes a los clichés creados por ella misma: Llegado el SXIX, el señorito ya se olvidó de los valores superiores que le habían encumbrado como señor para pasar a ser un arma reaccionaria, distinguiéndose por una acumulación de valores que aceptaba en pro de mantener sus prebendas, explicando el por qué se destacaba por su pasión monárquica, su catolicismo y, ante todo, su déspota actitud para con compatriotas de no tan rancio abolengo.
La perversión del carácter noble desembocó en la creación de asociaciones de terratenientes que aportaron su granito de arena al sórdido SXIX español, durante el que tuvieron lugar guerras civiles, “turnismo caciquero” y tantos otros vergonzantes sucesos que instituyeron los mimbres necesarios para ser lo que somos hoy en conjunto. El cariz histórico-social en que se desenvolvía el señorito tenía que acabar en enfrentamiento y, de hecho, lo hizo, después de que el llamado pueblo llano, representado por un compendio de planteamientos clasistas -esta vez de izquierdas-, se desentendiese de sus antiguos postulados y arremetiese por quienes creían sus seculares enemigos.
La democracia vino a cambiar España hasta el punto de que no se conociese ni ella misma, encerrada en un concepto vital que escondía una vileza moral acuciante, disimulada con una paz social anhelada y evitada; donde el hombre es cada día menos hombre, a base de traicionarse a él y al resto, época en que los traidorzuelos, vividores y trápalas campean con una preocupante carencia de reproche popular. El estilo de vida actual invita que esa clase de hombre, en el que las virtudes nobles no tienen cabida, haya impregnado todo.
Y como la historia es una, no podemos cambiar ser hijos de nuestro autodestructivo SXIX, encargado de cercenar las antiguas élites, con la misión ulterior de hacer florecer, en nuestra época contemporánea, a señoritos nuevos, con las mismas consignas. El cliché del señorito de derechas-reaccionario no se sostiene en la actualidad, porque la vorágine de embaucadores y encantadores de serpientes ha permitido su expansión a todas las capas sociales y políticas. Las ideas anti-nobles acarrearon la desaparición de lo que una vez representara una élite defensora y respetable, alcanzándose a fuerza de convertir las ideas nobles en ideas por y para la masa.
El lector, que experimenta la realidad, ya habrá percibido que, ahora, se suceden los señoritos con chaquetas de distinto color, sin que se pueda condenar a una facción u otra de la sociedad como plena ostentadora del peyorativizado apelativo. Los señoritos ya no sólo se pavonean por las fincas y fiestas, lo hacen por los parlamentos nacionales, siendo particularmente sangrante el caso de los andaluces, nido de señoritos financiados por un pueblo al que someten a base de palabras manidas: democracia, tolerancia y demás expresiones que ya han perdido su sentido por mor de quienes las utilizan como método de defensa y ataque.
El señorito andaluz decimonónico sabía que lo era y, en su afán de supuesta superioridad, no dudaba en mirar por encima del hombro a quienes creía inferiores. El de hoy, el parlamentario socialista andaluz, ya no puede criticar las ideas y formas que querían extirpar en pos de la conquista del poder, pues son ellos mismos los que detentan tal condición.
El señoritismo se ha convertido en una dudable virtud endogámica de la sociedad andaluza. La dictadura andaluza se ha encargado de desmontar el cliché y el mito del señorito apoltronado en el sillón de su finca señorial y, para deleite del pueblo, ha añadido la hipocresía como condición sine qua non del hombre que hoy quiere ser alguien y que no es nada, a fuerza de querer ser señor de bolsillo y hombre anti-noble en valores. Es la enfermedad de nuestro tiempo, una consecuencia más de la decadencia.
El que escribe cree igual de imprecisas ambas apuestas, ya que, a base de dividir terminaremos por desaparecer, de hecho, nuestra existencia tiene las horas contadas. Los conceptos inicuos son los que perduran. El nuevo golfo de Andalucía no milita ya exclusivamente en las filas de las denominadas derechas sino que los “defensores del pueblo”, a base de mangazo, han logrado convertirse en eso que su discurso mistificador tanto odiaba. El desplume del pueblo andaluz de estos cuarenta años se ha sustanciado desde el odio a un vecino al que se ha emulado, en base al descrédito a una clase que pierde sus privilegios para que la adquieran otros. La envidia era lo que les movía, olvídense de una supuesta persecución de ideas excelsas. A los socialistas y sus aliados comunistas nunca les congregaba el afán de conseguir un mundo nuevo sino de dominar ese mismo mundo. Su idea primitiva y actual ha de desmarcarse de esa idea de justicia social, porque tan repetida expresión ha servido de acicate para la toma del poder y la sustitución de una élite por otra.
Los privilegios económicos, sociales y políticos de los señoritos decimonónicos se han concedido a los nuevos señoritos de camisa y sonrisa forzada en tasca de pueblo y de prostitutas y cocaína en lujosos restaurantes. Si eso no es aún más deplorable que los señoritos tradicionales que venga Dios a verlo porque, los nuevos, en su objetivo máximo de mangar todo lo mangable y de imitar lo que deploraban de palabra, se han encargado de desplumar las arcas de la región durante cuarenta años, época en que el pueblo llano está sufriendo merecidamente su propio despelote.
La desamortización deMendizabal y demás medidas de la masonada liberal contribuyó al establecimiento y acaparación mayor de poder de”señoritos” terratenientes de corte burgués.
Las revoluciones liberales-que con tanta alegría miran algunos por atacar a la iglesia- sólo hicieron que fortalecer-en España y en otros países europeos- a la burguesía.