Guy Sauvage.- Creo que uno de los puntos fundamentales de una cultura se caracteriza por sus códigos de relaciones superficiales con los desconocidos, esos intercambios automáticos que se dan con ocasión de los pequeños contactos cotidianos con personas que cuentan poco en el plano afectivo.

Es el terreno de la cortesía, del mínimo respeto debido a los demás, la sonrisa y la distensión…, en definitiva, todos los códigos que expresan lo que se puede decir así: “No deseo ser agresivo con usted” y “tengo en cuenta su existencia”.

Estamos en el mes de los cerezos en flor en Japón. Acabo de estar allí en el mes de abril y he recorrido el país con curiosidad y atención, consciente de mi impregnación imaginaria algo negativa de este país. He vuelto de ese viaje cambiado por lo que allí he visto.

El Japón actual presenta tres excepciones mundiales:

1) Un modo de relación con los demás, incluso el desconocido no japonés: una extrema civilidad de los habitantes, el sentimiento de un respeto de todos en los intercambios comunes del día a día. El espacio exiguo de las viviendas es sin duda una de las causas de la preocupación de no molestar la distancia respectada por y para todos. Las personas ceden con celeridad su sitio en los transportes a las personas en dificultad. No se tocan, la inclinación delicada del cuerpo hacia delante evita el contacto de la mano en un respeto mutuo muy agradable (muy distinto de otros que consideran que el contacto físico social es impuro, sobre todo con las mujeres).

Los japoneses esperan en los semáforos, incluso si la vía está libre de todo vehículo. Existen 9 niveles de cortesía en función de la edad, de la posición social y de otros criterios sofisticados. Esto no impide la calidez de los encuentros, sobre todo si los japoneses hablan nuestro idioma.

2) Una limpieza del conjunto del país realmente sorprendente: ni un papel en el suelo, ni una pintada, personal de los transportes públicos que esperan a los pasajeros para recoger sus desperdicios a la salida de los trenes. Todo ello en medio de un genio organizador aceptado por la inmensa mayoría de los japoneses. Este es un aspecto sorprendente que contrasta con la realidad de nuestras ciudades donde las “incivilidades” (eufemismo que utilizan las autoridades francesas para hablar de los actos de vandalismo y la suciedad generada por los llamados “jóvenes”) y demás agresiones se han vuelto banales.

3) Por fin y sobre todo, un país sin el peso del islam.

Los primeros contactos entre Japón y el islam sólo remontan al siglo XIX. A esto hay que añadir unos pocos centenares de musulmanes rusos que llegaron a Japón huyendo de la Revolución de Octubre (favorables a la extrema derecha japonesa durante la guerra).

A pesar de las tentativas de acercamiento cuando la crisis del petróleo en 1973, los contactos no tuvieron consecuencias, ya que las dos civilizaciones están demasiado alejadas la una de la otra como para apreciarse mutuamente.

Al parecer hay un millar de musulmanes en Japón, aunque estos dicen alcanzar la cifra de 100.000. Hay una mezquita en Tokio y algunas más en todo el país, bastante invisibles en las grandes ciudades. No hay pues ninguna posibilidad para estos musulmanes de intimidación, de expansión, de arrogancia, de desprecio, de violencias , ningún privilegio, ninguna complacencia, sólo una forma de contención controlada, la obligación de respectar las leyes japoneses… A este precio, los problemas relacionados con esta religión reaccionaria e intolerante no se notan por ninguna parte, su influencia es nula en el país, a pesar de las finanzas islámicas exteriores prácticamente ilimitadas.

No se les facilita la nacionalización, y como su imagen es muy negativa no les queda más remedio que tener un perfil bajo, bajar la cabeza y no levantar el tono. Todos los japoneses con los que he tenido ocasión de hablar de este tema subrayan que su seguridad está asegurada de esta manera.

La vida monocultural les parece a los japoneses tener un valor de relación y convivencia muy superior al multiculturalismo conflictual, peligroso y en realidad empobrecedor, sobre todo cuando el islam reclama un lugar que no le corresponde, con su vocación siempre expansionista y dominadora, en detrimento de los autóctonos.

Es cierto que no todo es idílico en Japón. Los problemas existen, como en cualquier comunidad, por muy sólida que esta sea. Algunos aspectos de su modo de vida no nos convendrían sin duda a los europeos por razones culturales (supersticiones, rigorismo, apariencias…), pero los puntos positivos (alegría de vivir, intercambios sociales agradables y respetuosos, finura cultural y gastronómica, etc…) superan ampliamente los inconvenientes.

Japón: un país hermoso y apasionante.