Es usted, Pitarch, un lacayo y un estúpido. Le apeo del tratamiento de general porque los cargos militares no son simple cuestión de escalafón sino que implican un cierto sentido del honor, de la decencia y del patriotismo, que no reconozco en usted.

No sé valorar si usted es más lacayo o más estúpido, porque en ambas cuestiones presenta usted grado superlativo. Usted no se ha enterado, por ejemplo, que el 23-F lo organizó Juan Carlos de Borbón, lo dio su mayordomo, Alfonso Armada, y lo echó abajo Tejero cuando no quiso ser utilizado para esa broma macabra del gobierno de concentración. Se lo explico en mi libro “La monarquía inútil”.

Pero es que, usted, Pitarch no se entera de nada. Usted ni siquiera se enteró, sirviendo a José Bono, que estuvo al servicio de uno de los mayores corruptos de España, lo cual no dice nada a su favor, en ningún sentido, ni en el moral, ni en el de la inteligencia. La corrupción de Bono es clamorosa, con un enriquecimiento ilícito manifiesto y eso lo que se ve, porque lo que se sabe –y le puedo contar cosas, pero no quiero perder demasiado el tiempo con usted- es mucho más. Usted, por tanto, ha sido el lacayo de un corrupto.

Usted es tan lacayo, Pitarch, que le considero indigno de vestir el uniforme español. Usted ha sido un burócrata, un funcionario de la milicia, que carece de sentimientos patrióticos mínimos. Usted no le llega a la bocamanga al general Pontijas y tampoco a la suela de los zapatos acharolados del coronel Alamán. Usted es un servidor de los políticos, de la casta parasitaria. Por supuesto, que todo soldado de España ha de estar presto a defender, con su vida, hasta la última gota de su sangre, la unidad de España y su integridad territorial. Y, por supuesto, todo soldado de España ha de ver con náuseas éticas como Artur Mas y su caverna de separatistas conspiran a la luz del día contra la unidad de España mientras el Gobierno de Rajoy se cruza de brazos.

Usted es incapaz de sentir el sufrimiento de los españoles, depredados y expoliados por una casta parasitaria a la que usted le lame el culo, y se lo digo con claridad porque eso es lo que usted hace, situándose en la desmerecida posición del meritorio chivato. Usted es incapaz de ser sensible a la corrupción de unos políticos que están arruinando a España, empezando por el Borbón, cazaelefantes a sueldo de los saudíes, tira-amantes con dinero de todos los españoles. Usted es incapaz de sentir el coraje de un español de bien, de un soldado de España, ante los males de la Patria, de los españoles, porque la Patria es ni más ni menos que los españoles. Usted no siente ni tan siquiera el mínimo de fraternidad hacia sus compañeros de armas, porque es usted un lacayo de los políticos y lo ha sido de uno de los más corruptos, sin que usted haya tenido la decencia de denunciarlo o de dimitir.

Usted no tiene vergüenza, ni honor. Usted es una vergüenza para el Ejército y para España.

Y, ¿sabe lo que le digo?, que a muchos españoles les parece lógico que, por dignidad y por patriotismo, haya ruido de sables cuando se permite a los terroristas presentarse a las elecciones y cuando el gobierno autonómico catalán proclama un día sí y otro también su voluntad secesionista y de pasarse cualquier legalidad por la Puerta de Alcalá. Lógico que haya ruido de sables cuando la corrupción generalizada se mantiene impune en esta tiranía perfecta, en la que no hay la más mínima división de poderes.

Y le digo que hay un bendito ruido de sables que es un imperativo ético del patriotismo y un magnífico ruido de sables que es perfectamente constitucional con el artículo 8, porque la unidad de España y su integridad territorial están bajo la tutela sacrificada de los soldados de la Patria.