Veinte mil asesinatos en otro país hubieran merecido la cadena perpetua y el repudio público, cuando no la vergüenza eterna. En España a Carrillo sus crímenes le han valido la concesión de una calle en la misma ciudad que hace tres cuartos de siglo fuera testigo de sus “paseos”. ¿Y gracias a quien? Gracias al PP. Porque ha sido su mayoría absoluta la que ha propiciado que un criminal figure ahora como referente callejero.

Como siempre, el PP actuó por debajo de la mesa. Por omisión, con premeditación y, por supuesto, sin dar la cara. Algunos concejales, consintieron la infamia absteniéndose; los otros, abandonando el salón de plenos. Pretendían con ello acreditar principios. ¿A quién quieren engañar? Si tuvieran principios, no hubieran huido de la quema, rehuyendo de sus obligaciones.

Si tuvieran principios hubieran votado en contra del genocida. Pero no los tienen. Son lo que son: meros títeres de un partido que lo es a su vez títere de la izquierda; objetos animados de una máquina inanimada que reclama votos de derecha para hacer políticas de izquierda.En cuanto a Willi Toledo y Bosé hay poco que decir. El primero, procastrista confeso, filoetarra convencido, hace dos meses calificaba al gobierno del PP como corrupto y criminal. Lo que no ha impedido que dicho gobierno le conceda ahora una subvención de 12.000 euros.

Por lo que respecta al segundo, Miguel Bosé, el hecho de que el aznarismo pagara a precio de lujo su programa televisivo, “El séptimo de caballería”, no fue óbice para que Bosé dijera que Aznar quería dinamitar la democracia desde dentro, reavivando el espíritu de los dos bandos.

A priori, el PP debería haber aprendido la lección. Pues no. Los actuales inquilinos del gobierno acaban de contratar a Miguel Bosé para la gala de fin de año por la módica cuantía de 500.000 euros. ¿Quién dijo crisis?

A decir verdad, la izquierda no haría lo que hace, no diría lo que dice y no sería lo que es, si el PP no obrara como lo haría el más fiel de sus vasallos, siempre dispuesto a soportar vejaciones con la misma servidumbre con la que acata sus consignas. Al PP, está visto, le pone más el palo que la zanahoria. Desprecia a quienes lo aprecian, y aprecia a quienes lo desprecian. A quienes lo votan, los castiga con su indiferencia. En cambio, a quienes repugnan de él, los colma de honores y prebendas. Lo suyo parece una cuestión de psicoanálisis, pero su mal es de otra índole.

El PP adolece de una grave falta de identidad. Si en el pasado su problema fue que renunciara a defender sus ideas, en el presente su mayor déficit es que carece de ideas que defender. Son muchos quienes hoy lamentan que el PP ejecute desde el gobierno aquellas políticas que antaño reprochaba a la oposición.

Sin embargo, este mimetismo no es sino la consecuencia de una política cultural que brilla por su ausencia. A quien se le ocurriera aquello de que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces en la misma piedra es porque no conoció a los populares. Estos podrían tropezar no dos, sino dos mil veces.

Con todo, no debemos llamarnos a error. Al PP y a sus políticos les va bien. Hagan lo que hagan, ganan elecciones. Con crisis o sin crisis, mantienen sus privilegios y acrecientan sus patrimonios. Mientras tanto, a su electorado, de quien solo se acuerdan cuando llega la hora de votar, no les va tan bien. Si la moraleja es que, ya sea el PP, ya el PSOE, quien gobierne, los beneficiarios siempre serán los mismos: la clase política y los titiriteros de izquierda, entonces ¿para qué votarles? El votante del PP debería hacérselo mirar. Sus dirigentes no le respetarán hasta que no les castigue, dejándoles de votar. Por aquello del palo y la zanahoria.