Nuestro incómodo vecino del sur
Desde hace más de treinta años, cada vez que se forma un nuevo gobierno democrático en España, la primera visita que hace el flamante nuevo Presidente es a Marruecos y, en concreto, a presentarse ante su Rey, que es referido como “mi hermano” por el nuestro cuando habla del primero en público.
Es curioso porque, en mi opinión, cualquier observador imparcial que, sin más datos añadidos, observara el fenómeno, podría deducir una clara relación de sumisión y pleitesía por parte del Gobierno de un país democrático y europeo hacia una Monarquía que en nada es homologable a la española, y ya que los intentos democratizadores son más para cubrir el expediente sobre los requerimientos de los países occidentales para acceder a ayudas y a financiaciones privilegiadas que para otra cosa, y porque la modernización aún está lejos de extenderse en la medida de lo deseable a lo largo y ancho de tal país.
Y para este mismo observador imparcial, sería aún más curioso e inaudito cuando aprendiera que España es un estado soberano perteneciente a la Unión Europea. Que cuenta con cerca de 47 millones de habitantes, que se encuentra entre las doce economías más desarrolladas del planeta, y cuyo idioma es el tercero más hablado en el mundo, esto último gracias a una larga historia. Que cuenta actualmente con un ejército moderno en términos relativos, con una marina que es de las primeras del mundo y una fuerza aérea sólo un poquito menos potente en los mismos términos.
Y sería aún más absurdo el hecho para tal observador si investigase sólo un poco en las relaciones económicas bilaterales, y descubriera que España es el segundo país inversor en Marruecos, y también el segundo socio comercial después de Francia. Además, el número de inmigrantes marroquíes en España supera el millón de personas, y es el colectivo más numeroso junto a los rumanos.
Precisamente, una parte sustancial de las rentas que tales inmigrantes marroquíes reciben por sus trabajos en España son transferidas a sus familiares en Marruecos, que obtiene, como país, unas divisas que necesita febrilmente para sostener su moneda, y además tales transferencias sirven para generar una sustancial demanda interna y, por tanto, empleos y rentas en Marruecos que serían, por otra parte, difíciles de obtener. Además, en el caso que tal inmigración no existiera, el problema sería inmenso para Marruecos dado el consiguiente crecimiento del desempleo y la posible convulsión social derivada de la muy escasa protección a los desempleados allí.
Bueno es recordar, aunque de forma resumida, todo lo anterior, porque la forma en que se producen las relaciones entre España y Marruecos se alejan de toda lógica, y no sólo por los aspectos descritos sino por la forma de responder ante las continuas agresiones de nuestro incómodo vecino del sur. Cierto es que el análisis anterior ha sido muy simplista, ya que olvida la importancia otorgada a Marruecos por países tan poderosos como los EE.UU. o Francia; o el potencialmente peor escenario para España que se produciría con la caída del régimen actual marroquí y su sustitución por otro, tal vez de carácter fundamentalista; o, principalmente, las propias debilidades internas de España, sobre las que Marruecos viene tratando de incidir durante décadas mediante un conjunto de agresiones periódicas, previamente planificadas, y finalmente ejecutadas siempre en los momentos de mayor debilidad española.
No hace falta relacionarlas, porque cualquiera las podemos recordar sin muchos problemas, como también podemos hacerlo con las correspondientes respuestas por parte de nuestros gobiernos que, excepto en el conocido caso de la isla de “Perejil”, decidieron tragarse el sapo y aceptar pagar, con generoso dinero público de los españoles, por el mantenimiento de la situación anterior a cada una de las crisis. Es decir: siempre ha habido un vencedor moral, que ha sido Marruecos, y un perdedor, España, cuando, por todas las razones que anteriormente he enumerado, la pura lógica llevaría a un resultado, no ya beneficioso, pero sí al menos neutro para España. No es sorprendente. Marruecos, como ha hecho siempre, está tensando la cuerda para comprobar la voluntad de España de defender sus derechos.
Y esa es la cuestión. Es una cuestión de voluntad. De voluntad política, pero también de la voluntad de la sociedad española de no dejarse presionar ni chantajear por una nación extranjera, que hoy tal vez amenaza a ciudades españolas del norte de África, pero que es tan voraz y expansiva que después vendrían islas en el mismo continente y luego…
Luego nada, siempre y cuando pongamos fin, de una vez por todas, a esta pantomima de “relaciones privilegiadas”, de “países amigos”, de “inmejorables relaciones”, y de “Reyes hermanos”; y nos llevemos con ellos de la mejor y más amigable forma posible, pero dentro de un respeto mutuo; cooperando al máximo en intereses comunes y para el desarrollo y la prosperidad de ambos países, pero dentro de la debida reciprocidad, la cual, si no es un cumplida por una parte, en términos de agresiones injustificadas y hechos injustificables, España tendría, como lo tiene, todo el derecho del mundo a defenderse porque no habría sido la agresora sino la agredida.
Porque una cosa es mantener unas provechosas relaciones mutuas de cooperación y una amistad, pero otra es la sumisión, y eso no lo merecemos los españoles ni la dignidad de España, y, por cierto, a mí, particularmente, me gustaría que, a partir de las próximas elecciones, nuestro Presidente fuera primero a Méjico y a Colombia, por poner ejemplos de naciones verdaderamente hermanas; y luego a los EE.UU. por motivos obvios; y después, en sexto o séptimo lugar, a Marruecos si quieren, pero no antes.
*Portavoz de Populares en Libertad (PPL) en la Asamblea de Melilla.
Será usted gilipollas??