Sergio C.- Generalmente los nacionalismos suelen utilizar amplios altavoces para difundir sus mensajes excluyentes, pero lo vivido anoche en el Camp Nou fue absolutamente esperpéntico. Las agrupaciones pro-independencia y demás estamentos políticos catalanes prepararon el terreno, los medios de comunicación afines aleccionaron a la masa y el Barcelona, en un ejercicio que deja por los suelos su imagen como club, se prestó a ser el anfitrión de una patraña infame. Porque ese es el único calificativo que pueden recibir los hechos de ayer. En un deleznable ejercicio de utilización política de un club de fútbol, el Camp Nou pasó anoche de ser un campo de juego a convertirse en un manifestódromo que dio cobijo a las posturas más sectarias y rancias del nacionalismo catalán.

Y lo peor de todo, es que nadie pedirá responsabilidades por ello. No se hizo ante la infame afrenta al Rey y al Himno Nacional en la pasada final de Copa, así que no esperamos reacciones de nadie ahora. Pero que no nos lleven a engaño.

La imagen de ayer muestra una enorme fragilidad de España hacia el mundo exterior, una imagen de un país roto en el que nadie es capaz de poner orden y cordura. Una verdadera pena que el magnífico espectáculo ofrecido ayer por Barcelona y Real Madrid quede empañado por unos hechos tan desafortunados.

El Barcelona, como institución, ha perdido la poca credibilidad que le quedaba abrazando de forma tan bochornosa la bandera del independentismo. De un plumazo ha borrado ese carácter integrador que siempre ha tenido el club culé, decepcionando a sus miles de seguidores en toda España. En cuanto a la casta política catalana, hay que reconocer que han hecho bien su trabajo. Su objetivo era seguir calentando a la masa de cara a las elecciones de Noviembre y hay que reconocer que lo han conseguido. El mar de esteladas y los gritos de independencia así lo atestigüan. Pero alguien debería pedir responsabilidades a un ejecutivo que se mueve entre deslealtades y desafíos continuos al Estado, en este caso politizando un partido de fútbol como anteriormente se hizo en otros lugares con resultados catastróficos.

Pongámonos en situación. Partido de fútbol entre los dos máximos rivales históricos del país, en un ambiente enrarecido debido a las proclamas separatistas de uno de los contendientes, en el contexto de unas elecciones generales presentadas como un plebiscito acerca de la independencia de la región y con la amenaza de secesión unilateral por parte de diversas autoridades políticas y agrupaciones sociales. Era 13 de Mayo de 1990 en el Estadio Maksimir de Zagreb.

Aquel día, se enfrentaban en la Liga Yugoslava el Dinamo de Zagreb frente al Estrella Roja de Belgrado, los dos ancestrales rivales
del país. Una semana antes, Franjo Tudjman, líder nacionalista croata, había ganado las primeras elecciones libres en 50 años en la Federación Croata, unas elecciones presentadas como un referéndum sobre la independencia de Croacia de la República Federal Yugoslava. Se agitó tanto el avispero nacionalista, se enardeció de tal forma a la masa, que lo que debía ser un partido de fútbol y sólo un partido de fútbol, se acabó convirtiendo en una batalla campal que puso de manifiesto los profundos odios étnicos existentes
entre las comunidades serbia y croata que un año más tarde desembocarían en una atroz guerra civil, aunque para la Historia la guerra se inició en ese mismo terreno de juego. Les suena? El contexto en el que se celebró el partido de ayer guarda bastante parecido con el caso yugoslavo, si bien las consecuencias, por suerte, no han sido las mismas, quizás simplemente porque, lejos de lo que la sociedad política catalana nos quiere hacer creer, el sentimiento independentista no es tan fuerte como
ellos piensan.

En cualquier caso, el fútbol ya tiene de por sí suficiente carga emocional como para encima dotarlo de un componente político que puede actuar como una bomba de relojería. Son de una irresponsabilidad de dimensiones colosales los gritos de independencia
y provocaciones a España alentados por parte de los medios de comunicación catalanes, responsables políticos, asociaciones civiles
y el propio FC Barcelona. Alguien debería tomar cartas en el asunto y los responsables tomar nota del ejemplo yugoslavo, de las consecuencias que tamañas irresponsabilidades pueden acarrear.