LTY.- Siempre el islam, a menudo el Profeta, de tanto en tanto unas caricaturas que ofenden, unas cruces que molestan, ayer el pañuelo islámico, después el burka, de vez en cuando una película, las mezquitas siempre, mañana horarios musulmanes para las piscinas municipales, cada dos meses un grupo terrorista desmantelado… y las calles que se parecen cada día más a Tánger, Bengazi o Mogadiscio: enjambres de moros, moras, morillos y moracos por doquier.

No hay duda de que estamos ante una ofensiva islámica organizada y promovida, que se va desarrollando según una agenda preestablecida. Recordemos el caso de las viñetas de Mahoma: varios meses después de su publicación, las caricaturas fueron de repente objeto de un furo planetario. ¿Cómo no ver en esa reacción retardada el efecto de una manipulación destinada a movilizar las masas musulmanas contra un Occidente odiado y codiciado, que se presiente débil y suicidamente pacifista? Desde aquel episodio se han vuelto a repetir varias veces hechos similares, el último de la serie por la película “La inocencia de los musulmanes”, producto de serie B de dudoso gusto, que ha vuelto a encender las llamas de la indignación islámica.

La novedad es que ahora, haciendo costado a los “indignados”, se alzan voces en el bando occidental que se suman no sólo a la condena por esa “provocación” (que se troca siempre en “creativa libertad de expresión” cuando es el cristianismo el blanco de esas ofensas y caricaturas) sino que además piden la instauración del delito de blasfemia y a la imposición de la sharia en Occidente, que no son otra cosa las llamadas a limitar la libertad de expresión en lo concerniente al islam para no ofender ni herir los sentimientos de los sensibles musulmanes. Mientras tanto, en el mundo islámico la sangre de los cristianos corre como por una acequía, pero eso no es motivo de alarma ni razón suficiente para cuanto menos manifestar un principio de indignación o un mínimo de preocupación por los mismos que se rajan las vestiduras por las ofensas al islam, a Mahoma o a su camella favorita.

Pero todo esto que nos alarma justificadamente parecerá un juego de niños comparado con lo que está por llegar. Sólo estamos en los prolegómenos de una gran catástrofe.

La verdad aparece a plena luz a las pupilas más cerradas, a los ojos más reticentes a verla: hemos entrado en una confrontación duradera, y sin duda en cualquier momento, de manera más directa de lo que ha sido hasta ahora, con un islam cada día más entregado al fundamentalismo y a sus traducciones políticas radicales. En efecto, hay choque de civilizaciones, mal que les pese a algunos. Si, hay una guerra que los yihadistas le quieren hacer, le hacen ya, a Occidente, a sus valores, a sus tradiciones, a su civilización.

En cuando llegue el fatal momento de la contienda abierta y frontal, unos se posicionarán en virtud de su fe, los otros en nombre de los valores de la democracia y la libertad, otros en defensa de su raza y estirpe. Ya es hora de que España y Europa tomen consciencia del proceso ampliamente empezado que pone en peligro mortal nuestras naciones, nuestras sociedades europeas, nuestro modo de vida y nuestro derecho a un lugar en el mundo, un lugar que nos ha costado siglos de esfuerzos y luchas construir: la islamización de Europa, la esclavitud de los europeos, el yugo de una barbarie medieval. La cosa va en serio.