¿Por qué la casta privilegia al inmigrante y desprecia al español?
Las recientes elecciones francesas volvieron a poner de relieve la onda preocupación que la inmigración sigue generando en el país vecino. Un hecho que no constituye una novedad, toda vez que dicha cuestión ha sido objeto central de su debate político desde hace lustros. A tal extremo llega su relevancia que no es exagerado señalar que dicha cuestión ha modificado decisivamente el escenario partidista.
Es el caso del Frente Nacional de Le Pen; aun cuando esta formación constituye a día de hoy una seria alternativa al tradicional turnismo del eje izquierda-centro derecha, su sólida presencia en las instituciones políticas viene marcada, en alto grado, por la amplia aceptación que sus propuestas en materia inmigratoria han alcanzado en amplios sectores de la sociedad francesa.
Esta situación contrasta radicalmente con la que se vive en nuestro país, donde cualquier intento por introducir la inmigración en el debate, se torna en baldío ante el desprecio, cuando no estigmatización, a la que le somete la clase política. ¿Significa esto que “el problema francés” no se da en España? En absoluto. Antes al contrario, si nos atenemos a las cifras, éstas son reveladoras: mientras que, tras cuarenta años de penetración extranjera, en el país galo la cifra inmigrante no supera el 6%, en España se sitúa por encima del 15%, duplicando con creces el conjunto de la media europea (6,4%). Lo cual no deja de ser paradójico.
Hace tres lustros, cuando la mayor parte la ciudadanía europea reaccionaba ya electoralmente a los flujos inmigratorios que amenazaban su identidad y su economía, en España no existía tal problema.¿Qué ha ocurrido para que, de la nada, España haya pasado a ser la nación que más inmigrantes absorbe en términos absolutos, siendo únicamente superada por EEUU? ¿A quién cabe señalar como responsables de tamaña invasión demográfica?
Con frecuencia el dedo apunta a ZP. Y hay fundadas razones para ello. Pues cómo olvidar el masivo efecto llamada que provocaron las tan irracionales como extremistas regularizaciones promovidas durante su era tiránica. Sin embargo, no solo de aquellos polvos vienen estos lodos. Conviene recordar que cuando Aznar llegó a La Moncloa la población extranjera no alcanzaba los 300.000 extranjeros. El dilema es ¿en cuánto se había superado esta cifra ocho años después, cuando abandonó el poder?
Desde el gobierno, Aznar insistió en que no se alcanzaba los 2 millones; hasta que hace apenas siete meses, en un acto celebrado en Quito, al recoger el título Honoris Causa que le concedió la Universidad de la capital ecuatoriana, el expresidente se jactaba de haber promovido la explosión demográfica, llegando al final de su mandato a los 3 millones de inmigrantes. Es decir, un millón más de lo que siempre reconoció. Aznar, al igual que su sucesor, mintió a los españoles.Y es que pese a desahuciar del necesario debate público una temática que atañe muy directamente al ciudadano español, la inmigración sigue estando bien presente en la agenda de todos los partidos parlamentarios.
Cuando PP y PSOE facilitaron la entrada masiva de inmigrantes sabían lo que hacían. España estaba a punto de llegar al pleno empleo; un contexto nocivo para los intereses de la gran empresa, ya que sin stock de mano de obra, los salarios tienden naturalmente al alza. Había que evitarlo. Y ahí es donde entraba en juego el inmigrante. El discurso esgrimido por el poder era sencillo: el extranjero llegaba para trabajar allí donde el español no estaba dispuesto. Toda una falacia, pues el español, como todo hijo de vecino desea trabajar, pero no al salario ínfimo que le ofrecían. En cambio, el inmigrante, que conocía la miseria, trabajaría por lo que fuera. Así es como los sueldos empezaron a descender en caída libre por debajo de niveles superados hacía veinte años; así es como el mileurista se convirtió en la figura predominante del mercado; y así es como del mileurismo se ha pasado a los ochocientos euros.
Con el inmigrante ya en casa, había que culminar la labor. Había que retenerlo en el país. Fue entonces cuando el discurso político comenzó a destacar su labor, a enaltecerla. A sublimarla. Por encima del español. En detrimento del español. Si España prosperaba, era gracias al inmigrante. Leamos lo que declaraba Aguirre en 2008 a un diario latino: “si mañana se fueran los inmigrantes estaríamos sumidos en la más absoluta pobreza y en el subdesarrollo”. ¿Increible? Para nada. Hay que partir de la premisa de que el político no valora la situación humana, tampoco su desgracia; valora su voto. Única y exclusivamente. Y todo vale para conseguirlo. Aguirre lo tiene claro. Solo entre 2009 y 2012, en plena crisis, se gastó en integración 7.400 millones. La propia Aguirre se jactaba de ello: “doy 100 € de integración por cada 1,2€ de Zapatero”. Ahora recorta a los madrileños en sanidad, educación, les sube el transporte público, y les cobra peaje por el privado. Indignante, toda vez que entre los años 2006 y 2008 se gastó en la sanidad, transporte, vivienda y educación del colectivo inmigrante 4.400 millones. Ella es la más generosa, pero no la excepción.
El caso es que hoy esta fiesta no la pagan los extranjeros. Si como se afirma habitualmente los inmigrantes son los peor pagados ello quiere decir que, en un sistema impositivo de carácter progresivo, aportan menos de lo que reciben. ¿Por qué entonces PP y PSOE desprecian los intereses del ciudadano español de a pie? Sencillamente porque les sale gratis. El votante del PSOE odia demasiado al PP como para votarlo. Lo mismo sucede a sensu contrario. Ambos partidos tienen amarrado su voto. En cambio, el inmigrante aún circula libre. En consecuencia, no se trata de una cuestión de xenofilia o xenofobia, sino del particular interés de un poder que actúa para sobrevivir por encima de todo y de todos. Incluso de su nación.
¿Quien, sin atentar contra el sentido común, puede inferir que la presencia de más de siete millones de extracomunitarios, entre ilegales o ilegales, no guarda relación alguna con los casi seis millones de parados que hay en España? Nadie. Solo la necedad o el interés.
MAGNÍFICO artículo que apunta y describe la realidad y los intereses asociados al sin sentido de la inmigración masiva.
Detrás de la inmigración masiva solo está el interés del capital apátrida y amoral.
La derecha y la izquierda ya no exiten, solo existen globalizadores capitalistas marxistas culturales.
porque los emigrantes son candidatos nuevos para ser engañados mediante ayudas y subvenciones y asi asegurar el voto de ellos.
“doy 100 € de integración por cada 1,2€ de Zapatero”. Pero , no es la defensora del liberalismo?
Qié sinverguenza la condesa liberal ! Ella y su gobierno se ha gastado un pastón y ahora, a pagar todos.
Claro y diáfano el artículo, pero esto es lo que hay, en España Falta un líder como LePen y sobran partidos de esa índole, con uno basta, ese es el problema, aparte que la gente es así, se han vuelto comodaticia, si hay paro es que sobra gente, y si sobra gente, los sueldos bajan y bajan y ya solo se trabaja por la comida, no nos engañemos, estamos criando un nido de víboras, ya entran delinquiendo, ¿ que harán cuando tengan el DNI? no quiero ni pensarlo, pero lo sé.