Especial de Enrique de Diego para AD: Uclés, casa madre de la orden de Santiago, una fortaleza de frontera (II)
Las órdenes militares son parte indisoluble de la defensa y reconquista de España, nos detenemos en Uclés, casa madre de la Orden de Santiago, la única que admita caballeros casados.
“Fortún lo hubiera reconocido de no estar tan malhumorado. Los tiempos anteriores a la probación eran de preparación espiritual, mas también de tensión. No era raro que se quisiera gozar de lo que se iba a abandonar: una buena jornada de caza, un último trofeo para recordar.
– No cuando resuenan tambores de guerra, se ha convocado Cruzada y anda toda la frontera agitada, con gentes armadas yendo y viniendo por tierra de nadie.
– Exageras, Fortún. En toda la jornada, no he visto ni moro ni cristiano. Por lo que sé, llevamos días sin la más mínima novedad. Es la calma chicha que precede a las grandes tormentas. En cualquier caso, Jaime es una buena espada y en cuanto a jinete es de los mejores. ¡Cómo cabalga tu chico! Debes estar orgulloso.
En el fondo, lo estaba, mas tampoco estaba dispuesto a reconocerlo, y menos ahora cuando le había dado el disgusto de su vida.
– Por cierto que no te he dado la enhorabuena.
– Gracias, hombre, no es necesario.
– Es valiente. Desde luego, estaba seguro que haría la probación, mas lo de optar por ser caballero estrecho ha sido para mí una sorpresa.
Para Fortún también. Más aún, una aflicción, que se había tomado como una desobediencia.
– Pues ya ves.
Además, para mayor inri, había sido casi el último en enterarse. El maestre Pedro Arias le había convocado y, dando por supuesto que estaba enterado, lo cual distaba de ser cierto, había querido ser el primero en felicitarle. “Has formado bien a tu hijo. Es un buen ejemplo para los demás: entregar no sólo su alma, también su cuerpo, al Señor”. Fortún había hecho de tripas, corazón, disimulando su contrariedad. Sólo se había atrevido a apuntar: “¿no es demasiado joven para dar el paso? Sólo tiene quince años”. “Comprendo que te preocupes y quieras protegerle, más tiene la madurez suficiente para entender a lo que se compromete, incluso diría que es más maduro de lo que su edad indica. Y te puedo asegurar que está muy seguro, con una decisión muy profunda, como he visto pocas veces, en hombres hechos y derechos. Confio en que dé mucha gloria a la Orden, como corresponde a un Sánchez de Quintana. El primer caballero estrecho de la estirpe”.
La tristeza que embargaba a Fortún, y que no podía exhibir, pues nadie la comprendería, estribaba en que deseaba por encima de todas las cosas que su hijo fuera Caballero de Santiago -¡cómo no, con toda su alma!-, mas no estrecho. Había puesto a su hijo bajo la advocación del apóstol. Desde la pila baustimal, había querido asegurar su vocación, mas un caballero de Santiago que le diera nietos perpetuando su linaje y continuidad a una tradición remontada a los tiempos fundacionales. En Uclés, en San Marcos y en cualquier fortaleza o encomienda santiaguista el apellido Sánchez de Quintana levantaba admiración y respeto reverencial más que justificados. Su abuelo había sido uno de los fundadores, uno de los que habían entrado, en el año de la encarnación de Nuestro Señor, de 1170, en la ciudad de Cáceres, a las órdenes del rey Fernando II de León.
Como era habitual, la mayoría de los caballeros decidieron retornar a sus señoríos. Sólo unos pocos decidieron no mirar atrás y encastillarse para defender la villa. De esa primera decisión, impregnada de ardor guerrero y celo religioso, vinieron como en racimo de cerezas, el resto. Pedro Fernández les confió su intención de tomar votos, incluido el de dedicar su vida a la lucha por la fe contra los sarracenos. El abuelo Fortún estaba casado, con amplia prole. Otros de los que estaban dispuestos a dar el paso tenían el mismo inconveniente: eran padres prolíficos y solícitos esposos. En ninguna Orden se les aceptaría. Harían voto de castidad conyugal. ¿Admitiría la Iglesia esa novedad? Primero se constituyeron en cofradía, luego vino la ceremonia de los votos, como semillas echadas a tierra fértil, llamadas a dar fruto abundante. La Orden de Cáceres pronto se denominó de Santiago, tras el acuerdo con el arzobispado y la canonjía de la sede custodia de los restos del Apóstol, que convertía al arzobispo y a los canónigos en freires de honor. Ellos fueron los que, responsables de la guía espiritual de la nueva hermandad, aportaron los primeros capellanes: monjes de Santa María de Loyo, cerca de Puertomarín. El 5 de julio de 1175, fiesta mayor de la Orden, el Papa Alejandro III confirmó la sencilla Regla, por la que, hasta el final de los tiempos, los miembros que profesaran se comprometían a luchar contra los moros, de modo que quienes cayeran en batalla morían mártires de Cristo.
La novedad, sin parangón en ninguna otra fraternidad de milites Christi, de aceptar caballeros casados, había resultado muy beneficiosa para su rápido desarrollo. Por esa especial gracia de Dios, y con el aliento de la Santa Madre Iglesia, la Orden de Santiago había contado, desde su origen, con bullicioso y copioso vivero de vocaciones. Las hijas de los freires, casados con los nuevos profesos, vástagos a su vez de quienes habían hecho de la lucha contra el agareno el sentido de sus vidas, bordaban la cruz florlisada de Santiago con la venera del peregrino, en las capas de sus hijos cuando –cumpliendo sueños infantiles, alimentados en bélicos juegos en los patios de armas- recorrían, con gravedad litúrgica, el pasillo de la capilla para pronunciar sus votos.
– En tu familia no ha habido hasta ahora ningún caballero estrecho, ¿no es así?
– Jaime será el primero, en efecto.
– ¡Bendita novedad! –encomió el vigía.
Fortún no andaba para exultaciones. Los Sánchez Quintana habían uncido su destino a la naciente Orden y no se concebían fuera de ella. Mas todos habían seguido la vía abierta por el abuelo. El padre, los tíos y los hermanos de Fortún. Había Sánchez de Quintana diseminados por todas las encomiendas santiaguistas. En cuantas batallas había estado implicada la Orden, allí había habido Sánchez de Quintana. El abuelo no sólo fue de los primeros en formar la guarnición de Uclés, cuando la fortaleza le fue cedida a la Orden por Alfonso VIII, también participó, junto a sus hijos, en la descubierta que obligó a los agarenos a levantar el sitio de Huete y en la exitosa toma de Cuenca.
El padre de Fortún había muerto como un héroe, como un santo guerrero, como un mártir de la fe cristiana, en la corajuda defensa de la fortaleza de Abrantes contra la marea almohade que amenazaba con arrollarlo y anegarlo todo. Él mismo había estado en lo más fiero del combate de Alarcos. A su lado cayó herido Fernández de Lemos, muerto poco después a consecuencia del terrible tajo que le desfiguró la cara, y también, entre los veintidos caballeros santiaguistas que ofrendaron sus vidas –amén de sargentos y sirvientes-, se contó un Sánchez Quintana, Pedro, hermano de Fortún y tío de Jaime. Alarcos, derrota que pesaba como una losa sobre el ánimo de los freires, que ansiaban la hora del desquite.
Bien, un orgullo, sí, que su hijo profesara como célibe, mas ahí se cortaría su rama de los Sánchez de Quintana. ”
Las Navas de Tolosa. Ed. Rambla. Enrique de Diego.
Totalmente de acuerdo José María. Muy bien reflejada la situación. Y la parte medieval, fundamental en la historia de España y del mundo, está cerrada al público y muy deteriorada.
UCLÉS El domingo 22-IV-2012, después de visitar las ruinas de Segóbriga, un grupo de amigos nos dirigimos a Uclés. La verdad es que la impresión general que nos produjo a todos fue deprimente, tanto desde el punto de vista religioso, como desde el patriótico y cultural. Aspecto Religioso. Al entrar al patio de la fortaleza-monasterio vimos a un joven con vaqueros que llevaba alzacuellos. Había en la portería-recepción otro con hombre maduro con jersey y pantalón de diversos colores y alzacuellos también; es decir, los sacerdotes vestían de riguroso atuendo informal-deportivo, eso sí, algunos con alzacuellos. La nave del templo… Leer más »