Antonio Martín Baumont.- El “ERE force one”. Así llaman los periodistas al autobús electoral de José Antonio Griñán. Hasta ese extremo lleva adosada la onda expansiva del escándalo. Por más que el candidato socialista patea el mapa de Andalucía, los ERE fraudulentos le siguen por la campaña. No es extraño que eludan hablar de sus “trackings”. ¡Cómo serán los sondeos para tener que esconderlos bajo siete llaves en el cajón! A lo más que llega el PSOE-A es a sostener que le bastaría con recuperar 125.000 votantes que se quedaron en casa el pasado 20-N para impedir a Javier Arenas alcanzar la mayoría absoluta.

Todo pivota en torno a esa absoluta del PP en la cuenta atrás a las urnas. Y Griñán no sabe a quién pedir ayuda: Le sobran las fotos con los sindicatos pero le han faltado hasta el momento pesos pesados de escolta. Zapatero o Chaves ni están, ni se les esperaría; y Rubalcaba irá por libre hasta la noche del cierre y con los ojos de Griñán como puñales apuntando a su espalda. Siempre puede tirar de Felipe González o de Alfonso Guerra pero queda retratado el estado del PSOE. ¿Dónde está oculta la otrora poderosa maquinaria socialista?

El partido está tan desgastado que funciona por inercia. Y cuando las cosas están así, basta un resbalón para que todo se derrumbe. A eso estamos asistiendo en el PSOE-A. Los aires de cambio tienen a muchos dirigentes pensando más en cómo gestionar el Día Después que en el voto. Lo que alimenta de paso la sospecha de que la estrategia del miedo, advirtiendo contra la derecha, no moviliza ya a los votantes socialistas. He ahí la prueba de que la corrupción institucionalizada ha desbordado todos los límites. Todo se lo ha llevado por delante. Incluso las siglas que han movido la batuta de mando durante los últimos treinta años. En Andalucía se pasa de la saeta a La Feria casi sin tiempo para cambiar de cara.