Los ciudadanos ante un caos monumental
Javier Benegas.- Los españoles, en el colmo de nuestra ingenuidad, hemos llegado a la conclusión de que lo que está sucediendo no es justo y que lo que se nos viene encima nada tiene que ver con el bienestar prometido durante todas las legislaturas de nuestra democracia. El mandato del pueblo es siempre el mismo y muy claro: pan para todos. Y el pueblo ha dado su voto a un nuevo gobierno para que obre el milagro de multiplicar los panes y los peces. Por eso no hay excesiva convicción en la calle, ni la habrá. Una parte muy numerosa de la sociedad española no está preparada para lo que viene. Y habrá que tenerlo muy presente.
Lamentablemente, en estos momentos, más que de los votos, el futuro depende de organizaciones e instituciones, nacionales y extranjeras, que poco o nada tienen que ver con nuestros intereses. A nivel nacional, además de enfrentarnos a unas administraciones insostenibles que se resisten ferozmente a reducir su tamaño y a unos partidos que son quienes en el fondo las mantienen tal cual son, estamos al albur de unos agentes sociales que representan sólo a una parte testimonial de la sociedad. Por un lado, los sindicatos de partido, que, además de estar instrumentalizados políticamente, velan por un número muy reducido de privilegiados. Y, por otro, la CEOE, que realmente sólo representa los intereses de las grandes empresas. Queda sin representación alguna el 85% del tejido productivo; es decir, autónomos, microempresas, pequeñas y medianas empresas y toda la fuerza laboral asociada. De otra parte, a nivel internacional, cada reforma o iniciativa del nuevo gobierno está ahora subordinada a los intereses particulares y al oportunismo político de Alemania y Francia. Y frente a estos dos países, nuestra desesperada necesidad de financiación nos hace especialmente vulnerables.
Europa como desastre añadido
La imagen que está dando Europa al mundo es lamentable. Llevamos ya cuatro años de reuniones urgentes de jefes de estado a cuenta de la crisis. Y a día de hoy lo único que tenemos es un acuerdo de mínimos, a todas luces perjudicial para los intereses de España, y que ni siquiera ha sido suscrito por todos los países. Ese paupérrimo logro, por más titulares que genere, no compensa siquiera el coste organizativo, los vuelos privados, el hospedaje de lujo y los menús sibaritas que ha precisado todo un ejército de políticos y asesores en sus idas y venidas por Europa a lo largo de estos años. Peor aún, los problemas se han visto agravados no sólo por la pésima gestión de la crisis griega sino por la gestión de la crisis en general, desde el primer día.
Hemos asistido a un debate estéril, falso e interesado entre soluciones económicas ortodoxas y heterodoxas, cuando el problema inmediato y más grave era y sigue siendo una simple cuestión de liquidez. Para resolver este problema sólo es necesaria una única institución: el Banco Central Europeo. Pero Alemania se resiste a aceptar las mismas reglas que se empeña en aplicar al resto a sangre u fuego. Haber sostenido a terceros países a base de crédito tenía sus riesgos, al igual que durante mucho tiempo tuvo sus pingües beneficios, directos e indirectos. Pero ahora toca pagar. Y en lo que a España respecta, ninguna reforma, por ambiciosa que sea, funcionará si no hay liquidez. Es decir, si Alemania no acepta la parte de la pérdida que le corresponde, será tarea casi imposible levantar cabeza.
Por otro lado, llama especialmente la atención que, cuando la austeridad en los estados periféricos es una imposición, la UE, con su Consejo Europeo, Parlamento Europeo, Comisión Europea y Consejo de la Unión Europea, sea un monstruo administrativo, un colosal cementerio de elefantes que, cual leviatán, se dispone a engullirnos a todos. Hablamos de unos 2.500 políticos profesionales y decenas de miles de funcionarios, asesores y secretarios que integran centenares de organismos y agencias de todo tipo y pelaje. La superposición de estas instituciones europeas sobre las españolas genera una pirámide de poder tan monstruosa e inútil que no es de extrañar que triunfen las teorías conspirativas a pie de calle como medio para explicar lo inexplicable. Siempre es más llevadero tener que enfrentarse a unos pocos hombres malos que a gigantescas estructuras de poder. Los aviesos conspiradores suelen ser unos pocos y obedecen a intereses muy obvios, mientras que las súper estructuras de poder no obedecen a nadie, si acaso a sí mismas y a sus innumerables intereses cruzados. Son verdaderos pantanales donde hasta la medida más sencilla queda encallada en negociaciones, trámites y aprobaciones.
Hacia la emergencia nacional
Los ciudadanos de este pobre país hemos despertado rodeados de enemigos, internos y externos, mucho más numerosos, peligrosos y destructivos que ese imaginario puñado de clones de Goldman Sachs lanzados a la conquista del Mundo. Estos días hemos cruzado una extraña línea, a partir de la cual todo cuanto pueda suceder es imprevisible. Nuestra última carta, conservar ese 10% de cuota de representación para poder vetar o condicionar rescates, se perdió de madrugada, lo que nos deja en una situación endiablada de muy difícil salida. Todo apunta a que, ahora sí, el pueblo va a sufrir y sudar sangre. Y, en esta tesitura, sólo dará su apoyo a largo plazo a quienes prediquen con el ejemplo. El nuevo gobierno va a estar sólo, dentro y fuera de España. Y deberá ser el primero en adaptarse a la nueva realidad para poder liderar ese cambio. A ser posible, asumiendo de una vez por todas la reforma de un modelo político insostenible que ha llegado al final de su andadura.
El ciudadano común puede que no entienda la gravedad y la complejidad de la situación – visto lo visto no es de extrañar –, pero lo que sin duda no va a tolerar es que mientras se le insta a comer conejo, la clase política siga tal cual, cenando bogavante, con pensiones máximas garantizadas por unos pocos años de servicio, acumulando sobresueldos y con todos sus privilegios y estructuras de poder intactos. A fin de cuentas, nos enfrentamos a la peor conspiración de todas: la conspiración del caos. Y frente al caos es preciso el orden más escrupuloso y la ejemplaridad absoluta. Esperemos que Mariano Rajoy haya tomado buena nota.