Occidens occidere
Mónica Fernández.- Todos los imperios, aunque no lo crean, tienen su ocaso, lo que hoy está de moda y se acepta como normal, mañana es caduco y está fuera de onda. No hace falta más que echar la vista atrás en la historia para comprobar que no hay civilización que, tras creerse el súmmum de la creación, no termine cayendo en el olvido o viviendo un presente basado en glorias pasadas: egipcios, griegos, romanos, mongoles, chinos, turcos, bizantinos… Todos han tenido su momento en la rica historia de la humanidad pero todos terminaron cediendo el testigo a nuevos pueblos. En los albores del siglo XXI, son los Estados Unidos y Europa, autodenominados civilización occidental, los que aún capitanean las naves mundiales, ejerciendo su poder dictatorial con el disfraz de la democracia y determinando, en cada momento, lo que está bien, lo que está mal, quién es aliado y quién es enemigo.
Por alguna extraña razón, todos estos pueblos que conforman Occidente se unen a pesar de sus diferencias internas para “defenderse” de un enemigo ficticio que varía en función de la época y de los intereses económicos de unos pocos, que rigen los destinos de la mayoría. Antes fueron los comunistas ahora le ha tocado el turno a los musulmanes como si de una secta perfectamente organizada contra Occidente se tratase. Al igual que a nadie se le ocurre decir que todos los cristianos son unos fanáticos porque un cristiano mate en nombre de la religión, deberíamos ser capaces de ver más allá de lo que nos presentan, de ejercer con fuerza y dignidad nuestra capacidad de raciocinio, negándonos a aceptar como cierto cualquier postulado que alguien que ni siquiera conocemos, nos presente.
Sin embargo, en la época que vivimos, le ha tocado al Islam cargar con la losa de religión intolerante, fanática y con voluntad belicosamente exterminadora. La mayoría de la gente que acepta esta afirmación nunca se ha tropezado con un musulmán, ni ha escuchado su voz, ni ha entrado en su casa siquiera para comprobar que todas las patrañas que se vierten sobre quienes practican esta fe, son absolutamente ciertas. Todo su criterio se basa en lo que dice la televisión, en cómo las reprobables acciones de unos pocos terroristas manchan el nombre de una religión que profesan en paz en todo el mundo más de mil quinientos millones de personas.
Por suerte, estos prejuicios suelen caer con igual fuerza en las distancias cortas, lo que sucede es que estas oportunidades surgen con menos frecuencia de lo deseable. No es que todo el mundo tenga que abrazar esta fe ni que nadie vaya a imponer a otro una determinada forma de vivir, es que sólo conociendo aquello de lo que hablamos, estamos autorizados a opinar. Por desgracia, ya sea por falta de tiempo, ignorancia o cerril empecinamiento en la supremacía blanca, son muchas las personas que se dejan convencer por las propuestas populistas, xenófobas y violentas que algunos transmiten a través de partidos políticos o, de una forma más sibilina, a través de los medios de comunicación. Si además nos encontramos en un momento de crisis económica, el cóctel puede ser mortal.
Sin embargo, con sólo rascar levemente sobre la superficie nos damos cuenta de que a pesar de tachar a los musulmanes de violentos, machistas o dictadores por el mero hecho de profesar una religión distinta a la de la mayoría, estos no suponen ningún tipo de amenaza. Si así fuera, un millón y medio de extranjeros más el creciente número de conversos españoles ya constituirían un auténtico quebradero de cabeza en este país y, sin embargo, no es así.
Para empezar, el Corán deja claro en sus primeras páginas que no existe coacción en la religión luego para el más riguroso de los musulmanes, la conversión forzosa de la gente no tiene ni el más mínimo valor ante los ojos de Dios sino todo lo contrario. Luego tranquilos, nadie tratará de obligarles a rezar, ayunar o vestir de una determinada manera. Justo lo contrario de lo que aquí se hizo con musulmanes y judíos tras la Reconquista.
Resulta curioso que quienes rechazan por igual a musulmanes y a extranjeros, busquen reafirmarse en su postura alegando que se trata de una religión machista que somete a la mujer. Si tanto preocupa este asunto, ¿por qué no hay campañas de concienciación social? Porque en realidad da igual, porque sirve como excusa y punto. Si bien puede haber mujeres oprimidas – ¿es en España donde los maridos matan a sus mujeres no?- la abrumadora mayoría vive su fe con total libertad y porta, o no, el hiyab por decisión propia. Si no, ¿cómo se explica que mujeres españolas de clase media, con estudios incluso universitarios, procedentes de familias corrientes se conviertan al Islam? ¿Ignorancia? Una respuesta demasiado simple. ¿Y qué hay de los hombres? Porque también hay españoles conversos pero su apariencia pasa más desapercibida para la población y por eso todo el mundo habla de las mujeres, de las niñas en los colegios…
No se trata de hacer demagogia, es demasiado fácil, lo verdaderamente complicado es abrir los ojos a una nueva realidad, la del mestizaje, y ser capaz de adaptarse a las circunstancias. Lo cual no quiere decir cambiar absolutamente nada, sino ser capaz de admitir que puede haber otros distintos a mí, por color de piel, creencia o costumbres, con los que puedo convivir sin sentirme amenazado absurdamente. Por ello, justificar el discurso islamófobo y racista en el hecho de que son gente extranjera que no se adapta porque mantiene su lengua, sus costumbres, su gastronomía y su religión, resulta tan necio como pretender, al mismo tiempo, defender las identidades regionales, declararse católico pero no creer en la Iglesia –esencia del Catolicismo- o defender las bondades del pisto manchego frente al gazpacho andaluz. Lo que pasa, es lo de siempre, que encontrado un “enemigo” mayor, hasta un berciano y un leonés pueden aliarse y llamarse mutuamente castellanos.
*Periodista catalana.
Ya sea por falta de tiempo, ignorancia o cerril empecinamiento en la supremacía blanca, son muchas las personas que se dejan convencer por las propuestas populistas, xenófobas y violentas que algunos transmiten a través de partidos políticos
No es lógico publicar en AD este tipo de propaganda propia de cualquier Diario progre. Ni con la excusa de “escuchar otras voces” cuela, porque para esto ya tenemos al 99% de medios restantes
Mónica, si tanto te repugna que se describan las problemáticas del islam, ¿Porqué vuelves de tus viajes a Afganistán? ¿Porqué no te quedas en Peshawar en lugar de volver aquí a darnos la murga?
Por cierto, no tienes ni puñetera idea de la oligarquía que hoy mueve el mundo, pero bueno dejemos este punto que igual no conviene a la parte financiera de tu asociación.
Pero bueno, ¿los títulos de periodismo se regalan o qué? La moza ha recibido el Premio “Julio Anguita” (un filocomunista de pro), ya ves tú el nivelón. Ya solo falta que encima vaya de “imparcial”